Andrea Aguilar-Calderón y los monstruos de la vigilia
Una asesina en el espejo
Andrea Aguilar-Calderón
Alfaguara (Barcelona, 2024)
El auge actual del género negro puede entenderse en la estela de la recuperación posmoderna de las literaturas periféricas. También, en la idoneidad de un modelo que facilita el señalamiento de la violencia que domina el escenario de la vida —y la escritura— de nuestro siglo desde su mismo umbral. Y ese ha sido el formato elegido por Andrea Aguilar-Calderón (San José de Costa Rica, 1981) para su primera novela, a cuyo rigor y ambición se suma el interés de provenir de un espacio tan desconocido como el de Centroamérica, epicentro de las violencias de su continente por razones históricas conocidas.
Una asesina en el espejo está protagonizada por alguien cuya identidad parece colarse en el propio título, aunque esto será más bien una clave engañosa para el desciframiento de sus enigmas. Desde el texto de la contracubierta se insistirá además en adelantarnos la trama —sobre la macabra relación entre el arte de vanguardia y esas muertes anunciadas— pero todo esto no hace más que sembrar preguntas: esas revelaciones tampoco afectarán a la intriga, planteada desde unas primeras páginas desconcertantes —por un estilo que parece parodiar el frío lenguaje policial, y también por su burlón costado metaliterario—, aunque pronto nos arrastra hacia la salida del laberinto claustrofóbico urdido por su autora.
La novela comienza presentándonos a dos mujeres que desaparecen junto a un lago, y desde ahí se destrenzan dos temporalidades —una en los años sesenta del pasado siglo, otra en los ochenta— que nos dan a conocer personajes marcados por un destino infausto. Entre ellos destaca una niña separada de su padre demente por los servicios sociales, y cuya psicología acaba de complicarse en la atmósfera represiva del internado religioso donde es recluida, con su iconografía sangrienta y sus castigos atroces. A partir de entonces, su peripecia vital cae en un abismo alucinatorio de implicaciones imprevistas. Y se retrata sin ambages un tiempo en que todavía la mujer no podía ni siquiera insinuar su condición de víctima de la violencia.
Con esos mimbres se teje una historia que huye de las fáciles simetrías del género policíaco, pero coincide con él en el señalamiento de la abyección. La escritura de Aguilar-Calderón se revela irónica y mordaz en la tarea de abordar el horror cotidiano, y la autora recurre a menudo a la técnica periodística que busca sellar el pacto de la verosimilitud, frecuentando la precisión de largos nombres propios o los datos numéricos exactos, en un homenaje explícito al magisterio de Gabriel García Márquez. Es además eficaz al articular un difícil punto de vista plural, xenopático, porque entre líneas se cuela la voz de lo inquietante, de lo siniestro, de la locura. "Es hermosa. Tan hermosa como el alma. Tan hermosa como la vida que debió haber vivido de no ser por mí, de no ser por ti, quienes jamás nos hubiésemos contentado con un cuento de hadas (…) es hermosa, pero debe morir". El tejido de la trama nos envuelve en una nebulosa de extrañas consecuencias: comprender al criminal, cuestionar la justicia, sentirse atrapado en ese callejón sin salida que encierra a sus protagonistas.
Mientras las dudosas pistas nos encarrilan hacia el desenlace, se suceden los brotes esquizoides: "Se sentía como si alguien escribiese por ella". Habremos de descubrir quién piensa, sueña o escribe en esas páginas. Y todo nos aboca a la certeza de Goya: "el sueño de la razón produce monstruos". En este caso, como en la locura quijotesca, la brújula de la acción está en la imitación del arte: si para el protagonista de Cervantes eran los libros de caballerías, ahora son las visiones oníricas de Man Ray, René Magritte o Salvador Dalí. De resto, el juego de los desdoblamientos y la metaliteratura nos recordarán constantemente que no debemos adormecernos, acostumbrarnos a esa violencia artificial que en ningún caso ha de compararse con la de la vida real: "Luego sonríe por última vez en su vida. Deja la taza sucia en el fregadero y desaparece por el pasillo. Desaparece de esta novela".
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En Una asesina en el espejo hay momentos de humor y momentos escalofriantes. Hay también una mujer policía que no puede soñar. Y una muchacha que quiere comprender quién es realmente. En medio se impone la danza de la muerte, y el imperio de la duda. "Estaba poseída de nuevo, como cuando estuvo recluida años atrás. El demonio se le había metido de nuevo en el cuerpo". Hay voces que se funden, pensamientos que se bifurcan, identidades que estallan. La narradora es una intrusa que entra y sale del relato, conversa con nosotros, pero no nos da pistas. Y un mosaico de personajes se sucede. Alguien persigue a alguien, la autora se mira en un espejo de agua, el texto reverbera. Y entre medias se adivinan brotes psicóticos. El relato policial se convierte en relato fantástico en una vuelta de tuerca inesperada.
Al recurrir a las técnicas del extrañamiento, Andrea Aguilar-Calderón hace que el lector tenga conciencia del artificio y no renuncie a la reflexión sobre la raíz de la barbarie, sobre la banalidad con que el arte puede hacer de la violencia un juguete para el entretenimiento, sobre la pesada carga que ha de arrostrar alguien que tiene su raíz inmersa sin remedio en una miseria tóxica. Y todo ello en un relato ácido, donde alguien que persigue a un fantasma puede convertirse a su vez en fantasmagoría. Los límites de la pesadilla son difusos e inquietantes, también los del horror. El mundo de los correccionales, de los conventos, de la prostitución, de la vida lumpen dan razones para engendrar monstruos. Las voces del delirio se multiplican, ¿quién habla? Toca al lector descifrarlo en esta novela audaz y de ritmo sostenido que nos atrapa hasta el final. Su dimensión existencial se quedará luego resonando dentro de nosotros, como una herida que se resiste a cicatrizar.
* Selena Millares es escritora, sus últimos libros son 'Lámpara de madrugada' y 'Matrioska'. También es autora de las novelas 'El faro y la noche' y 'La isla del fin del mundo'.