Basiliscus
Basiliscus
Hasta que no me inventé que había visto un monstruo en el lago, no recibimos ni una visita en el zoológico. Cada día, nada más abrir, la muchedumbre se agolpaba sobre la hierba a la espera de que el engendro apareciese.
Aquella tarde, un ser hermoso y refulgente bajó del cielo y caminó sobre las aguas. «Hijos míos, traigo una buena nueva», dijo con dulzura al alcanzar la orilla. Se me saltaron las lágrimas. Me arrodillé. «¡El monstruo! ¡El monstruo!». Cientos de piedras hicieron blanco.
Sin identidad
Desayunaba tan tranquilo en mi apartamento cuando recibí la llamada de un crítico literario. Me confundía con Gustavo Puértolas, afamado escritor. Le dije que se dejara de bromas y colgué. A las pocas horas, se presentó en mi casa una editora. Encendimos la tele y allí estaba yo hablando en diferido de literatura sesuda mientras acariciaba mi barbilla. Me rogó que me vistiese para ir a la radio y le seguí el juego. Me interrogaron sobre las tres últimas novelas del tal Gustavo y, haciendo alarde de mi sangre gallega, respondí a cada pregunta con otra. El entrevistador y la editora me felicitaron, según sus propias palabras, por plantear tantas disquisiciones filosóficas. Luego, para que dejasen de pensar, fuimos a tomar cervezas hasta altas horas de la madrugada. A la mañana siguiente, me despertó otro editor para llevarme a la Feria del Libro. En la caseta de Puértolas, se agolpaban cientos de entusiastas lectores. Olvidé la resaca de la noche anterior y me dispuse a vivir lo que siempre había soñado. Yo tenía una novela escrita que me habían rechazado mil veces y ahora, por fin, me publicarían. «Va a ser un éxito más rotundo que los anteriores», dijeron en la editorial. Y así habría sido si un tal Pepe García Sánchez no hubiera confesado ser el autor de las obras de Gustavo Puértolas. Las pruebas fueron concluyentes. Caí en el descrédito y empezaron a denominarme el Lance Armstrong de las letras, el Milli Vanilli del cuento… Pero juro que saldré de esta. Como que me llamo Pepe García Sánchez, tal y como acabo de leer en mi DNI.
Difícil erección
Que me despidan me causa un orgasmo indescriptible, incluso si me seduce el puesto que desempeño. Cuando llevo unas semanas, hago lo posible para que me echen. Reconozco que es una parafilia peligrosa: en el mejor de los casos, cobro el paro, pero cada vez, a pesar de mi impresionante currículum, me cuesta más volver a situarme. Con frecuencia, me presento en las empresas que prescindieron de mis servicios para pedirles otra oportunidad. En cuanto me ven, sufro una humillación aún más feroz que las anteriores y casi no me da tiempo a llegar al baño.
Gulags alfanuméricos
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Mi pareja se ha enterado y me ha dicho en un mensaje que ahora comprende por qué no hacemos el amor. Esta tarde, al regresar de unas compras, he encontrado mi maleta en la puerta. No sé si ella quiere que me vaya o que entre.
* Gabriel Pérez Martínez (Málaga, 1970) estudió Ingeniería Informática y trabaja como profesor de instituto en su localidad natal. Microrrelatos suyos aparecen en la antología 'Equilibristas' (Editorial Trea, Gijón, 2023) recopilada por Ginés S. Cutillas. 'A Marte y otras obsesiones'(Editorial Platero, Sevilla, 2023) es su primer libro de microrrelatos.