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Contando la tierra

Begoña Curiel (El libro durmiente)

El libro durmiente comenzó su andadura como club de lectura en junio de 2003. Su nombre hace referencia a la necesidad de rescatar los valores y principios que duermen en el seno de los libros. El libro durmiente se define como una entidad creada sin fin de lucro. Nuestra acción adquiere la condición de voluntariado cultural. Desde el año 2012, correspondiendo con el período lectivo, impartimos los talleres de escritura creativa en dos niveles: básico y avanzado. Finalmente, la invitación a los autores para presentar sus obras o impartir clases magistrales sobre las técnicas de escritura ha dado lugar a la creación de un foro literario donde confluyen los lectores, libros y escritores, compartiendo ideas e inquietudes en pro de la cultura.

La seca

Txani Rodríguez

Seix Barral (2024)

Txani Rodríguez cuenta la tierra. Y en concreto las particularidades de un territorio concreto que van conectadas al conflicto de intereses entre el universo rural y el urbano. La seca apela a los sentidos con bellas descripciones del latido de un parque natural unido a sus corcheros. En mi opinión, dibuja una acertada metáfora entre la enfermedad (la seca) que acosa a los alcornoques y los males del alma humana.

Nuria regresa con su madre, convaleciente de una caída, al pueblo donde ha veraneado desde pequeña. Su relación es complicada. La hija se siente atrapada en su faceta de cuidadora aunque se miente a sí misma: ejerce de madre de su propia madre de forma inconsciente para rellenar su vacío interior. Es un personaje que en muchas ocasiones, no me ha caído nada bien.

Regresar al lugar de la infancia, donde amigos y conocidos han hecho su vida como han podido, mejor o peor, le recuerda lo anclada que está la suya. La amargura la lleva a culpar al mundo, incluidas las personas a las que quiere, de sus problemas y la visita parece abrir la caja de los truenos, despertando fantasmas que lleva enterrando demasiado tiempo.

En el pueblo se permite el lujo de aleccionar a los autóctonos sobre cómo deben gestionar el entorno. Son esas malas costumbres del urbanita que va de turismo: idolatra el paisaje porque espera encontrar en él la botica emocional y en el caso de Nuria, defiende la inviolabilidad del lugar por encima de las necesidades de sus habitantes.

La seca, causada al parecer por un hongo, está matando al alcornoque lenta e inexorablemente –y esto no es ficción–, lo que tiene consecuencias nefastas en su fruto: el corcho que tradicionalmente ha sido baza económica de los lugareños. Ante este panorama, buscan alternativas, lógicamente. Si hay que tirar de plantación de aguacate, que exige importantes cantidades de agua –pese a que esta no sobre–, lo harán. El negocio del corcho ya no ofrece garantías de futuro. De hecho, terminará por extinguirse como el árbol del que extraerlo, si no se le pone remedio.

La escritora plantea los dos puntos de vista: visitante y local. Todos tienen sus razones y motivos para defenderlas. Por supuesto, Nuria está en el primer equipo y Txani Rodríguez se integra en el plantel de personajes, a quienes muestran la visión del "otro lado".

La novela deleita con la descripción de los atrayentes sonidos e imágenes que ofrece la extracción del corcho. Una labor especializada que requiere de tanta fortaleza como mimo: el hachazo al tronco para sacar las planchas de corcho debe ser certero y en su justa medida para no dañar al árbol. Además de estas escenas, destacaría las sensaciones que transmite en el relato de los baños en el río, que tanto preocupa a Nuria.

Txani Rodríguez es vasca pero tiene raíces andaluzas. Conoce el contexto porque su familia fue corchera en el parque natural de Los Alcornocales. En concreto en Jimena de la Frontera, uno de los pueblos gaditanos por los que se extiende este paraíso en el que está ambientada la novela. Conozco el sitio y el trabajo de las cuadrillas de corcheros, lo que me ha hecho sentir muy cerca del cúmulo de sensaciones que despierta esta actividad y el entorno en el que se desarrolla, donde el sufrimiento (el oficio de corchero no es precisamente una balsa de aceite) convive con la belleza.

Sin embargo, la escritora no romantiza el espacio rural, ni pinta de rosa el ambiente bucólico que rodea al bosque. Pesan sobre él demasiadas amenazas a todos los niveles: económico, medioambiental, modos de vida... Me gusta cómo describe el conflicto y las diferentes sensibilidades que complican el deseado equilibrio, difícil de conjugar entre los que llegan de la ciudad y los que se quedaron en el pueblo.

Todas hemos sido Catalina

Hay que destacar también el punto mágico que la autora introduce en la narración, a través de un hecho un tanto extraño que palpita entre la leyenda y la realidad, como parte de la literatura oral tan característica de los lugares pequeños. Es un toque que revierte positivamente en el aura envolviendo al bosque y de paso, sirve como plus de "entretenimiento" para el lector.

Nuria, aunque sigue en sus trece y no quiere ceder un ápice en su manera de entender las cosas, experimenta cierta evolución, intentando asumir cambios que se fraguan a su alrededor. El final sorprende, aunque para mi gusto es un tanto abrupto. Me hubiera gustado que dedicara más páginas al desenlace.

La seca es un libro precioso e interesante gracias la suma de ingredientes que tan bien ha cocinado Txani Rodríguez, a la que leí por primera vez en 2020. Me encantó Los últimos románticos, que por cierto, va a tener su propia película. Le deseo mucha suerte con esta nueva historia.

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