Los libros
Cristina Sánchez-Andrade, tierra, mujer y memoria
Cristina Sánchez-Andrade es la autora y su editorial, Anagrama.
Pero antes de analizarlo, me gustaría hacer una breve reflexión, por aquello de ir haciendo amigos. El lunes 16 de noviembre, Cristina Monge escribía en este mismo periódico un artículo titulado "Eventos sin mujeres ponentes, eventos sin mujeres asistentes". En él venía a explicar cómo de manera sutil, los avances que habíamos ido consiguiendo en materia de género (y lo pongo en primera persona del plural porque es un avance de toda la sociedad, no solo de la mujer, ya que todos ganamos), parecía que se estaba volviendo atrás. Ante ello, se ha lanzado una especie de campaña: donde no haya mujeres ponentes, que no vayan mujeres. Varios eventos han saltado a la palestra por lo mismo: un congreso de fisioterapia, un seminario de líderes españoles buscando cambios sociales o un foro internacional de marketing y comunicación. Todos ellos anunciados a bombo y platillo y sin una sola mujer. El último Festival Eñe siguió sin ser paritario, cuando ya debería ser ¡ya es hora! del cincuenta por ciento: Hay quince mujeres frente a veinticinco hombres. ¿Por qué no 25/25? ¿Acaso no somos la mitad de la población?
Como buena noticia, habrá que señalar que el pasado año, el fatídico 2020, el premio Setenil a mejor libro de cuentos publicado se le ha concedido a Cristina Sánchez-Andrade (Santiago de Compostela, A Coruña, 1968) por El niño que comía lana (editorial Anagrama). Desde el año 2004, en que se instaura y gana el premio Alberto Méndez con el magnífico libro Los girasoles ciegos, tres mujeres han ganado este premio antes de que lo haga Cristina. En 16 años, si echamos cuentas, vemos el resultado. ¿Son peores las mujeres escribiendo cuento? Creo que no. He leído libros muy buenos que han pasado desapercibidos, ni siquiera quedaron finalistas, como el de Carola AikinLas primaveras de Verónica, el año pasado. (Sigo haciendo amigos).
Por eso me alegró este premio. Siempre que se lo dan a una mujer, tengo la sensación de que nos premian un poco a todas, a nuestro esfuerzo, a nuestra pelea para que nos equiparen. Te podrá gustar más o menos, en función de tus afinidades literarias, pero eso también pasa con los libros de cuentos escritos por hombres. Pero en este caso no es así. El niño que comía lana contiene cuentos exquisitos, merecedores del premio que ha recibido.
El libro está compuesto de quince relatos, de un tamaño justo, ni muy largos ni microrrelatos, salvo el último. La mayoría de las historias y personajes son mujeres, tienen un fuerte aroma a emigración, a Galicia, a pobreza, llegando en algunos casos a situaciones casi esperpénticas producidas por la miseria y el hambre. El hambre que ha hecho una tierra de emigrantes, mujeres que se van para ser amas de cría, niños que quitan dentaduras a fusilados para el señor marqués, que necesita una en plena posguerra, y nos deja ver, a través de algo tan simple como unos dientes, la dinámica de vencedores y vencidos. El dolor y la miseria siempre presentes, sin contemplaciones, con imágenes oníricas, pequeños giros en el final; personajes que recorren el libro, como el niño al que le quitan las amígdalas, y después es viejo en una residencia; la Manuela de la primera historia, que aparece acompañando a la madre de Pepín, y así sucesivamente. Pero lo que le da unidad al libro no son los personajes que pueden recorrer los cuentos, es el ambiente, la potencia del mundo rural, prácticamente el único que se aborda, con su naturaleza feraz y la miseria de una época. Y el dolor. Son historias, casi todas familiares, que se cuentan también desde el dolor, pero sin tremendismo, que no cabe en el mundo gallego, en el que sí entran las meigas, las supersticiones, las apariciones, la niebla, la bruma, la lluvia y el hambre, de nuevo el hambre, la pobreza y la muerte, siempre ahí, acechando, como un personaje más desde el momento en que nacemos. Pero sobre todo, el instinto de supervivencia, olvidarse del pasado, arrojarlo por la borda en el viaje a América para salir adelante. Historias a veces surrealistas, con un humor descacharrante, como la vieja que se entierra para confesar luego sus infidelidades, o las escenas en la casa de los marqueses de Alcántara de Cuervo cuando ya son muy viejos.
Algunos de los cuentos tienen un arranque espectacular, como en "Enterrada":
Al atardecer, cuando las sombras empezaban a caer, la abuela salió de la casa con el bolso, caminó arrastrando la pala hasta adentrarse en la fraga, buscó un claro, palpó el suelo, cavó un hoyo profundo y vertical, se desnudó de pies a cabeza y se enterró hasta las axilas.
En "Hambre", otro de los relatos, el comienzo dice:
Pues fue que querían arrancarle la oreja a uno, pero no les dejamos porque somos gente humana… El hambre, señor juez, saca lo peor y lo más oscuro de cada uno. El hambre produce ruidos, ¿sabía usted eso? Hace que rechinen los goznes de los huesos…
El niño que comía lana pensaba que su madre no estaba muerta, que estaba en el cajón de una cómoda, y se cierra con el último cuento, un microrrelato titulado "El cajón en el que habita mi madre":
El primer cajón de la cómoda, en el que habita mi madre, tiene un agujerito que conecta con el cajón de la ropa interior de mi tía, olorosa a lavanda, que está justo debajo y que es donde, envuelto entre la ropa interior, guarda el revólver con el que la mató, que conecta con el de las medicinas de mi padre que…
Así hasta el final del relato, una concatenación de imágenes que terminan adentrándose, simbólicamente, en las raíces, en la tierra, en esa impresión que da cuando se finaliza el libro, en el que los relatos son ramas intrincadas de un árbol con un tronco poderoso que afianza sus raíces en la naturaleza, en la tierra, en el paisaje de la infancia y de la vida del que no deberíamos desprendernos nunca. Es uno de esos libros sugerentes, evocadores, que producen esa sana envidia de la que hablaba Cervantes en el prólogo a la segunda parte del Quijote. Quienes lo hayan leído ya saben a lo que me refiero.
Otro libro de cuentos que me ha interesado mucho, y que quedó finalista en el Premio Setenil 2020, es Puntos de luz en la noche, de Isabel Cienfuegos (Editorial Ménades). Con un mundo muy peculiar, pero en otro registro diferente al de Cristina Sánchez Andrade, esta otra autora nos propone una serie de personajes que bucean en la vida como pueden, madres que sienten el rechazo de sus hijas, como hijas que tienen que cuidar a su madre en la última etapa de la vida; hombres sometidos al ambiente estresante del mundo laboral, como en el cuento "Gallinas". Por no hablar de "Sé lo que hiciste", un perturbador relato que ocurre en un hospital, como un descenso a los infiernos, en el que la muerte ¿o acaso el suicidio?, está latiendo entre las palabras del cuento. La medicina ronda también en otros relatos, acercándonos al personal sanitario, con sus problemas, traumas, guardias, realizados con una precisión casi quirúrgica. Isabel Cienfuegos, además de escritora es médico neumóloga, habiendo ejercido en un gran hospital. No es la primera vez que el maridaje de la literatura y la medicina da muy buenos resultados, como ocurre en este libro. No es casual que quedara finalista, pese a no tener el nombre y reconocimiento de Cristina Sánchez-Andrade. Pero todo se andará.
Moderación y estrés
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Por último, me gustaría hablar de otro libro que fue publicado el pasado otoño, lo cual ya de por sí es una postura valiente, por otra escritora que también ganó el Setenil en el año 2012 con El libro de los viajes equivocados. Me refiero a Clara Obligado, con un ensayo autoficcionado, o una autoficción ensayada, que se titula Una casa lejos de casa (Editorial Contrabando). Conmueve de manera especial a todos los que nos sentimos en cierto modo extranjeros, los que no hemos nacido en el país que vivimos, tantos y tantos. El exilio, el desarraigo, retazos autobiográficos, reflexiones sobre cómo el idioma une o desune, cómo el pasado condiciona, aunque lo hayas arrojado al poner un océano por medio. El punto de vista del escritor exiliado o extrañado, transfronterizo, lleva a muchos escritores en la actualidad a poder identificarse con este corto ensayo de Clara Obligado. Porque eso es lo que nos está ocurriendo cada vez más con la globalización, aparte de dictaduras y guerras civiles; eso es lo que apunta la escritora nigeriana Chimamanda Ngozie Adichie cuando habla de el peligro de la historia única. Existe una literatura de mestizaje que está dando muy buenos y bellos resultados. La segunda parte de este libro (la primera está más compuesta de retazos autobiográficos de su infancia argentina) es donde abre más interrogantes y puede dar pie al debate y discusión. “¿Qué pasa cuando la escritura se sitúa fuera del centro? ¿Cómo se cuenta el desplazamiento? ¿Desde dónde? Y sigue enunciando dudas, porque, como decía Max Aub: la certeza es fe, la duda, literatura.
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Carmen Peire es escritora. Su último libro esCuestión de Tiempo (Menoscuarto, 2017).