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La fábula itinerante de Sergio Ramírez

El caballo dorado

Sergio Ramírez

Alfaguara (2024)

"Nunca el apego a la realidad ha dejado de rendir buenos frutos". Lo dice Sergio Ramírez en esta obra que, sin ser del todo cierta, contiene la veracidad de las enraizadas en su tierra. Esta vez, el nicaragüense, encasillado como hacedor de narraciones políticas, nos adentra en lugares que no ha pisado. Los Cárpatos o Estambul sólo los ha hollado con su imaginación documentada. Ocurre con grandes historias de la literatura.

Comenzó El caballo dorado en 2014. Si no, induciría a considerarla puro escapismo. Porque, desde hace tres años, Ramírez vive en España, proscrito por el régimen bicéfalo de su país, codirigido por Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo. Desterrado oficial desde 2023, acusado de incitar al odio y blanquear capitales. La excusa. El germen cercano, la novela Tongolele no sabía bailar (2021), la tercera de la trilogía del inspector Dolores Morales (la semántica es patente). Mediante la ficción, denuncia la represión de las revueltas de los jóvenes contra el gobierno. La semilla lejana, la enemistad de quienes batallaron juntos para derrocar al tercero de una dinastía de sátrapas, Anastasio Somoza, en 1979. Sandinistas los dos, Ramírez fue vicepresidente de Ortega cinco años. Luego, la lava de la discordia arrasó la unión volcánica de estos dos siameses de armas. Ramírez nombró la distancia: Adiós muchachos, el desencanto por la utopía postergada en el país del perenne "calla y espera". "No hay nada más melancólico que la eternidad sin esperanza", ratifica el diablo en un pasaje.

El caballo dorado nos monta en un barroco carrusel (carrousel para Ramírez) de géneros literarios. Tiene ecos de El siglo de las luces, de Alejo Carpentier. Formales, con expresiones cultas, añejas: apotecario, nosocomio, ergástula, lábaro, tósigo, escala Réamur (inusual medida de temperatura)… Y de fondo, en el viaje entre Europa y América, relatado en estas dos obras. Las orillas y el trasvase de civilizaciones. 

Un peregrinaje de seis años. Nos retrocede a 1905, en Siret, hoy ciudad rumana, en las estribaciones del Imperio austrohúngaro entonces. Allí comienza la parodia. La estrella, una princesa, la antítesis de los cuentos, semejante a Fiona, de Shrek. Esta aristócrata rural, coja (renca escribe Ramírez siempre), "camina penosamente con una férula en su tobillo dañado para siempre". Se llama María Aleksándrovna, como una de las últimas Romanov, dinastía abatida por la revolución rusa. Su padre, "un príncipe borracho y tahúr", empobrecido por estos vicios, dueño de un decrépito castillo y un puñado de ovejas y cabras. Les sirven una institutriz alemana y un séquito de pícaros menestrales, secundarios relevantes.

El sueño reiterado de María desencadena esta parábola. Siempre aparece un corcel áureo, semejante al de la puerta de la peluquería de Anatoli Florea, el primero de los tres hombres de esta antiprincesa. "Inventor de lo ya inventado", patenta el carrusel porque lo creyó idea exclusiva, cuando existía desde hacía un siglo o más, según investigadores. Al frente de esta diversión de feria, ese potro. Entre varios elementos, el color oro se lo otorgará el cianuro de potasio, un veneno llamado después anión monovalente. (El chileno Benjamín Labatut ya nos asombró en Un verdor terrible con su referencia al origen ponzoñoso de algunos colores, como el azul prusia). Los tiovivos hechizan a Sergio Ramírez desde su infancia en Masatepe. Transfiere su propensión a Anatoli, diseñador prolijo con dos cuadernos, uno azul y otro negro. Encarga su artilugio antes de perecer envenenado. Su muerte origina otra deriva literaria, la policial.

El segundo compañero de la singular aristócrata, Julio Sedano. Asegura haber sido secretario de Rubén Darío, "un egregio poeta del siglo presente y de los venideros". Aspirante al trono austriaco porque maquina una biografía plagada de imposturas, coronada con su bastardía: su padre fue el emperador de México, Maximiliano de Habsburgo, fusilado allí en 1867. No heredará ningún trono ni título alguno, pero sí el método letal. Julio Sedano morirá muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, (con permiso de Gabo) como su progenitor figurado. Antes, María y Julio, casados por el rito hermético, habían recogido en Alemania el carrusel desmontable. Sus constructores, dos judíos huidos de los progromos en Rusia, aseguran haberse "esmerado en dar a este caballo dorado el mayor parecido posible al que nuestro cliente potencial (Anatoli) describió tantas veces en sus cartas". Comienza a girar durante la gran boda, exuberante como un carnaval veneciano, de un rico chocolatero francés. Los Menier -reales- fabrican su dulce con cacao de Nicaragua. Persuaden a la aristócrata rumana de alquilar, y si acaso comprar, la atracción ferial al gobierno de esta "tórrida" nación. Acepta ella. Su marido renuncia al viaje transoceánico porque "lo que hay son salvajes sin ley ni razón".

El carrusel, "un asunto de Estado", y la noble embarcan en el Champagne I. El nexo argumental buscado por Ramírez durante años. No encontraba cómo vincular la llegada del invento inventado desde la costa europea a su país. Encontró el hilo en el chocolate, hallazgo azteca, americano. La vuelta al origen a horcajadas de un equino. Y el retorno a la novela política. La princesa renga arriba a una república convulsa el día de Nochebuena de 1909, día de la destitución de José Santos Zelaya. Estados Unidos contribuyó a la caída de un dictador liberal enquistado quince años en el poder, en los que mostró su aversión por los curas, como los dirigentes actuales, que han transterrado a decenas de obispos y sacerdotes católicos. La mayor alegría, para las multinacionales mineras norteamericanas y para otro autócrata, el guatemalteco Manuel Estrada Cabrera. "El derrocamiento de semejante tiranía significa la paz para Centroamérica". Lo piensa este personaje, que motivó una obra precursora sobre los déspotas latinos: El señor Presidente, de su compatriota Miguel Ángel Asturias, Nobel de Literatura.

El carrusel queda arrumbado en la bodega de los ferrocarriles nicaragüenses. Depuesto Zelaya, su valedor, Aleksándrovna, tiene que encontrar quien arriende su ingenio móvil. Al desembarcar, topa con Ananías, su tercer hombre y el último cocinero del exdirigente. Sobrevive al régimen: "a veces uno se salva de los peligros por ser Nadie". "Ebrio consuetudinario", morirá atropellado por un tranvía. Antes, habían montado un restaurante, El Querubín, donde almuerza Juan José Estrada, un presidente títere. Sobre todo de su mujer, Salvadora, espejo de la primera dama de ahora: "tiene intuición política, malicia y frialdad de decisión". En una conseguida mixtura de diálogo y monólogos interiores, Estrada sugiere a la princesa que negocie con su esposa asociarse para instalar el tiovivo. En la inauguración, el mandatario se encaramará al caballo dorado, su última vuelta presidencial. Lo descabalga un correligionario de guerra, como Ramírez y Ortega. Otro personaje real, definitivo: "la política no es un asunto de amores, para sufrir desengaños o decepciones". La herida insomne del escritor (y de Gioconda Belli y de tantos). "Como si el destino, en lugar de ser una cosa del futuro, lo fuera del pasado, o como si ni pasado ni futuro, que sólo son manifestaciones del presente". Nicaragua da vueltas al tiempo y no lo conjuga.

El fulgor de Landero en lugares sin nadie

Nota: en la espalda de este libro ya cuentan cómo se produjeron las muertes de las tres parejas de la princesa renca, María Aleksándrovna. Los otros secretos del argumento sólo los desvelará su lectura. 

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Prudencio Medel es periodista.

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