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Entre hierro y jazmín

Una oración sin Dios

Karima Ziali

Esdrújula Ediciones (2023)

Existe una costumbre, entre autores noveles, por la cual la primera novela retrata a un personaje que a veces se confunde con el autor. Así, muchas veces, terminan por enredarse autor, narrador y personaje en una confusión que se acerca a la auto-ficción, ese oxímoron. Oxímoron porque nada puede ser ficción si es autobiográfico, a menos que se viva en un mundo imaginario, ni es autobiográfico cuando es ficción, a menos que la vida autorial sea un inverosímil carrusel de vivencias. La confusión entre autobiografía y ficción la ha proporcionado la poesía (con su aún ramalazo romántico) y hay textos que hacen poesía, auto-ficción, escribiendo prosa. Mejor que se haga en poesía: no la abandonen.

Por estas razones, que una autora se inicie en la narrativa con un texto donde la madurez marca su primera construcción, la construcción de la voz narrativa y del personaje, se agradece. Aunque deba constar que Karima Ziali no es ajena a su propia experiencia para crear Una oración sin Dios, ejerce el suficiente pudor para separar autora, voz narrativa y personaje, y así cumple, desde sus cimientos, con el ejercicio de la ficción. La narrativa nos sirve para empatizar con personajes cuyas vidas no son las nuestras, y siendo tan distintas, puede ser que sirvan para entender la nuestra propia. El resto es espejo de vanidad.

Karima Ziali traza una historia, un viaje hacia la noche, un viaje hacia el interior del laberinto del joven Morad, hijo de rifeños en Cataluña, pero joven barcelonés que se ve escindido entre culturas y modos de vivir. Morad se desmigaja entre la individualidad cuyo sentido lo tiene en la familia extensa, y la individualidad del capitalismo avanzado cuya identidad se busca fuera del grupo, a través de una apariencia de gusto individual y de decisión propia, pero que, bien lo sabemos, es solo un simulacro de individualidad, pues el grupo, esta vez marcado por el consumo de masas, ha reemplazado la identidad cultural.

Morad vivirá 24 horas, con ramadán incluido, entre la vida de nido caliente en la casa materna y rifeña –como isla en un barrio que es una isla en una ciudad– y la vida social en ese no-lugar que es el aeropuerto del Prat, donde trabaja, y la noche barcelonesa, donde romper ayunos con alcohol y otras sustancias. La noche se enreda y Morad, que es en el sentido literario un héroe, gracias al apoyo de su mentor, se empeña en enderezar la vida, en encontrar su lugar en el mundo y en su familia, la salida del laberinto, o la llegada al centro del mismo. El peso de la madre, Farida, muralla de contención frente a las mareas externas de la sociedad y protectora de las herencias culturales del interior, marca a Morad: como marcó a Moha, el hijo mayor y marcará, más allá del tiempo limitado en esta novela, a Salma, la hija menor. Como marca su peso el silencio sonoro del padre, cuyo silencio del presente tendrá su razón en el pasado.

En la novela, como presenta la autora en la dedicatoria, todo se muestra entre hierro y jazmín (mejor título) y quizá el efecto de la propia novela supera la expectativa de la autora. Cada lector hace su lectura con su equipaje: ese equipaje puede hacer vislumbrar el peso de la no-separación entre Religión y Estado, entre el compromiso religioso y la realidad social, esa bifurcación en que se encuentra Morad conforme a su vivencia individual, sexual, laboral y emancipatoria. Puede leerse como una novela sobre las relaciones de madres e hijos, o bien sobre la identidad en el grupo, sobre el qué dirán, sobre el abuso que ejercen los adultos, sobre la importancia de nacer niño o niña, de ser suegra por ser madre de varón o hembra, sobre ser herederos o no de tradiciones que tanto aúpan como hunden, sobre las convenciones sociales (incluidas las religiosas) y cuánto cuesta reinterpretarlas para considerar, desde la libertad individual, cómo quiere cada cual vivir con las convenciones, cómo quiere cada cual ser civilizado. Por eso, por tantas posibles lecturas, la madurez ha enriquecido la novela.

El hecho de que los progenitores de la autora provengan de otro continente, como le sucede a Morad, es un hecho menor. Al fin y al cabo, Karima Ziali nos rompe el molde facilón que iguala árabe-musulmán. La introducción del mundo amazigh facilita la comprensión del mundo del inmigrante: Morad es el hijo del inmigrante rifeño como el hijo de cualquier español lo fue en la Suiza de los años sesenta o el hijo del andaluz en la Barcelona de hace medio siglo. Morad es extranjero en los veranos del Rif y hay quien quiere que sea extranjero en el invierno de su ciudad, Barcelona, lo cual le resultará, no solo incomprensible, sino imposible.

La 'multipoetidad' de Pepe Ramos

El mérito de Karima Ziali no reside solamente en la madura estructura con que construye y enriquece la voz narrativa, sino en el peso metafórico, la cadencia, la madurez que da la lectura y la experiencia. Porque esta es una novela de una autora novel pero no es la novela de una autora recién llegada de la adolescencia y con poco que contar, sino la de una autora que ha leído, vivido y lo pone en práctica: porque tiene algo que decir.

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Alfonso Salazar es escritor.

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