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Miradas de poeta

Portadas de 'A cada cual su cielo', 'Cantar del destierro', 'Lo inesperado' y 'La parte blanda'.

Tanto como la manera de decir las cosas, el poeta entrena y desarrolla su manera de ver el mundo. Este mes nos visitan cuatro poetas con perspectivas muy personales. El mexicano Fabio Morábito ha sido capaz de mantener viva la intuición del niño, incluidas su ingenuidad y su audacia. El vasco Jon Juaristi usa la ironía y el humor como vacunas contra el sentimentalismo. El alicantino Antonio Moreno es un observador minucioso que toma lecciones de lo más elemental de la naturaleza. En cuanto a Sandra Santana, detecta lo que se ha desnaturalizado sin que nos demos cuenta, y por eso mismo nos sorprende al señalarlo.

 

A cada cual su cielo

Fabio Morábito

Visor (2021)

¿Puede decirse algo que no viene al caso? // Todo viene al caso si estás vivo. / Todo

Fabio Morábito (1955) vive en México, aunque nació en Alejandría. Este es su quinto poemario. Escribe también cuentos y confiesa que la gestación de la escritura es muy diferente según el género que se emprenda: "Escribo prosa mientras junto / valor para los versos / (...) escribo prosa como quien empuja / un buey por un cultivo". De todos modos, la sensación que transmiten sus poemas es de que nacen de un juego. Brotan por lo general de una anécdota que a veces linda con la fantasía, sin abandonar del todo la realidad, como cuando afirma que los mapas se hacen al amanecer del domingo, mientras la población está dormida y son más claros los relieves de la patria; o que colgamos cuadros en las paredes y nos olvidamos de ellos porque solo están ahí para protegernos.

Reina en los poemas de Morábito una ternura ingenua, casi naïf, inofensiva y a la vez audaz, porque la ingenuidad puede permitirse el lujo de ser audaz. Así en las piezas amorosas deja la iniciativa a su "pie parásito" o convierte a la persona amada en una fruta: "todo lo suculento cae a nuestra boca / como descolgado de una rama, / como tú, que arranco cada día / de tu árbol, de tu tribu / y te traigo a este lado del río / y te como y te muerdo y te guardo / y tengo miedo de que te pudras".

Hasta el propio deterioro por la edad e incluso la muerte son contemplados desde la inocencia: tu cara de viejo ya es para siempre; ir por delante en la edad es estar solo; probablemente somos los últimos hablantes de lo que decimos antes de morir. A veces Morábito se asoma a la ventana para mirar las nubes y solo ve su rostro reflejado. A veces sueña que su sombra no se imprime en el suelo ni en las paredes.

Sin perder ese tono de trascendencia desenfadada, quizá los mejores poemas del libro son aquellos en los que mira al pasado y ve la perra callejera a la que recogieron en la infancia, y sus padres solo le dejaron quedarse una noche en la casa; o la anciana que recuerda que, siendo niñas, el balón se les quedó enredado en la copa de un árbol. Aunque se queda especialmente prendido en la memoria un poema entrañable donde habla de la lubricidad de su padre.

Cantar del destierro

Jon Juaristi

Renacimiento (2021)

Me legaste el destino de lobo solitario, / la desazón extrema, la amargura sin tasa / y la acerba tristeza de no ser necesario

Son versos del poema que Jon Juaristi escribió en homenaje "a Gabriel Aresti" y que forman parte de la antología que Rodrigo Olay Valdés le ha preparado bajo el título de Cantar del destierro. En su papel de antólogo, Olay explica que se ha decantado por los poemas "más elegíacos y desolados en detrimento de los más humorísticos" del autor.

De todos modos, sabemos que uno de los sellos personales de Juaristi (Bilbao, 1951) es precisamente el tono desenfadado, epigramático, que utiliza incluso en los poemas más trágicos, porque considera que el humor y la ironía son necesarios para alejar el patetismo, pero también porque se ha convertido en su manera de escribir poesía. Olay nos aclara todo esto y un montón de cosas más en un prólogo especialmente esclarecedor, en donde atribuye la falta de reconocimiento de la poesía de Juaristi a que su faceta de investigador la ha condenado a un segundo plano, a que publicó en castellano en una generación posterior a la suya y, sobre todo, y especialmente, a su conservadurismo político. Juaristi ocupó altos cargos culturales en la época de Aznar y eso lo ha marcado, según Olay, que añade que tampoco es que el poeta haya manifestado consternación por ello.

Sean cuales sean las circunstancias por las que este libro ha pasado de puntillas en medio de la avalancha de libros de poesía que se publican cada año, si uno disfruta de la verdadera poesía, ya está tardando en leerlo. Hay esperándole un puñado de piezas sobresalientes y un conjunto juguetón, en la forma y en fondo. Como señala Olay, solo por la complejidad de las citas y alusiones, el libro ya daría para mantener ocupados a seis doctorandos en busca de tesis. Anuncia el prologuista unas obras completas del mismo autor con el título de Derrotero y adelanta unos cuantos poemas inéditos que mezcla con los ya conocidos. Pero mientras llega ese nuevo balance, "el poema despliega su propio comentario, / y lo demás es ruido: / “aprender, enseñar, lecciones, aulas”".

Lo inesperado

Antonio Moreno

Renacimiento (2022)

El sonido de cada paso cuenta / cómo el mundo se hace y se deshace

Antonio Moreno (Alicante, 1964) es sobre todo poeta. Hay que tener en cuenta sin embargo que ha cultivado el haiku y que también ha escrito libros impregnados de una prosa contempladora. Es el suyo un universo hiperrealista, que se asoma a la naturaleza con los ojos múltiples de un insecto para ver más allá de lo que vemos sin dejar de ver lo que vemos. Con este fin necesita desprenderse de toda atadura, empezando por el propio nombre: "Cuando no hay ya color ni el nombre del color... / Cuando no hay más que esta realidad // moviéndose en el aire ―y la llamamos nubes―, / moviéndose en el agua ―y la llamamos mar―, // que se agita en los seres y en cuanto nos rodea / y nos hace hijos suyos, entonces soy real".

Insiste mucho Moreno en la necesidad de desprenderse de los nombres: "Nube de esta tierra, // que eres más que mi nombre, siendo nada...". El poeta ha ido reduciendo y afinando lo que designa hasta designar lo infinitesimal para pararse a recibir lecciones de lo más humilde: el grillo, el tomillo, las moscas, una flor roja en mitad del campo: "frágil, limpia, sutil, vino a salvarnos / ―trémula de verdad― una amapola".

La posición del observador es importante. A menudo lo hallamos caminando, pero también en situaciones singulares: esa vigilancia agotadora del soldado que alcanza el amanecer con la atención abotargada y no obstante es capaz de distinguir los pequeños cambios que la luz incipiente obra a su alrededor. También están las alturas, donde el canto del grillo, combinado con la presión y la textura del oxígeno, produce una sensación de irrealidad. A veces es un golpe de la brisa, una nube que nos sobrevuela, el mar, yendo y viniendo, y enseñando: "aprende de la espuma a ser adiós / y encuentro, y nuevamente adiós y encuentro, / esa entrega sin fin de vida y muerte".

Hay algo de Pessoa en estos versos, como hay algo de Azorín en otros, un perfume sutil de sus lecturas. Y está, al final de todo, la creencia en el mar, la creencia en el fuego, evocadora esta última de la figura de su padre en un poema capital del libro.

 

La parte blanda

Sandra Santana

Pre-Textos (2022)

Y aquí se habla / del valor de lo que / nunca se deja poseer / del todo. Del hambre / que os hace querer / volver a devorar / lo eterno

La poesía de Sandra Santana (Madrid, 1978) es minimalista en la forma: se desarrolla en poemas breves, con versos de arte menor, sincopados. Es una de esas poesías que necesitan sugerir para completarse y alcanzar su razón de ser. El modo con que Santana consigue que trasciendan es depositar en el pensamiento una semilla que no estalla al leerlos, sino con un cierto retardo, aunque sean unas décimas de segundo: "sin memoria, / el ritual / es casi tan viejo / como la misma tierra".

Cuatro maneras de resistir

Cuatro maneras de resistir

Como si dibujara formas con humo, la poesía de Santana nos habla de un legado que estamos compartiendo, que no se sabe bien que es, pero que existe, que ha llegado hasta nosotros perpetuándose a través de las generaciones, y está escapándose antes de ser atrapado. La poesía lo persigue con los silencios, con las alusiones enigmáticas: "Pensad en los barcos / que vinieron de Chipre: / aquellas telas / donde imaginaron / los antiguos". Ese legado está en el cuerpo, y más especialmente en el cuerpo de la mujer: "como una herencia antigua, / como un molusco sin concha // os ofrecéis las flores / de mi carne / con ternura // ―un corte / rosado y blando". Pero lo que está nombrando Santana va más allá, tiene un componente social, ideológico que, a pesar de moverse en el umbral de las ideas, cala en los sentimientos.

La poeta protesta porque estamos descontextualizando lo que hasta hace poco tenía un valor secreto, aunque no tuviera precio: La gente llena los templos, pero la voz de los dioses resuena como un tintineo de monedas. Y la piedra que robamos al río es decepcionante cuando la sacamos de su entorno y nos la llevamos a casa en el bolsillo porque "no guarda la luz momentánea / de la tarde, el brillo irisado del paisaje / sobre la superficie del agua". Si lo pensamos bien, ¿qué nos queda entonces? Y la poeta responde: "Mirad, abrid la mano. / Mirad la mano que / se adelanta / al barro con su forma / de cuenco. // Es lo único que / verdaderamente / os pertenece".

Arturo Tendero es periodista y poeta. Está a punto de aparecer su nuevo poemario El principio del vuelo (Páramo, 2022). Estas reseñas y otras más pueden encontrarse en su blog El mundanal ruido.

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