Los libros
‘La noche de los alfileres’, de Santiago Roncagliolo
La noche de los alfileresSantiago RoncaglioloAlfaguaraMadrid2016
La adolescencia es quizá una de las etapas más intensas y azoradas de la vida humana, un período en el que, a tenor de los biólogos y psicólogos del desarrollo, se definen la constitución fisiológica y la personalidad del individuo. No solo el sistema endocrino, sino sistemas de ideas y actitudes están en fluctuación y reacomodación, algo que recoge en parte el propio término que se usa para referirse a esta aturullada fase, que indica padecimiento y hasta enfermedad. No es de extrañar, por tanto, que la adolescencia sea el momento en muchas culturas en el que tienen lugar rituales de iniciación de todo orden, desde los que implican pruebas no exentas de peligro mortal hasta los que involucran actos sexuales extremos o ceremonias que remedan pasajes mitológicos, destinados a dar estabilidad social y psicológica a lo que de otro modo podría derivar en caos psíquico y dispersión vital.
En nuestras sociedades modernas, sin embargo, muchos rituales y estructuras de apoyo sociales se han desvanecido, o han sido reemplazados por equivalentes prosaicos que más confunden que enaltecen la atolondrada psique del adolescente o por eventos religiosos en los que pocos creen y de poca eficiencia interior. Y, para el caso de los adolescentes varones, en muchas sociedades latinoamericanas, la peruana incluida, en lugar del guerrero o del sacerdote, aparece la figura del macho bruto, cuya iniciación a la adultez pasa por meterle hostias a quien pueda para afirmar su primacía, beber como un cosaco y, si acaso, irse de putas con el papá o los amigos para hacerse hombre hecho y derecho. Y a quienes no pueden o no quieren seguir estos senderos de dudosa vanagloria, no les queda más camino que el aislamiento o la segregación, en la esperanza de que los golpes le caigan al vecino. De varias maneras, los ritos de iniciación y los quehaceres adolescentes reflejan la sociedad en general y la sustentan.
La literatura peruana —y sin duda la universal también— se ha hecho eco de este fenómeno y, aunque no muchas, no faltan las obras que han elegido el mundo adolescente como tema nodal, sobre todo en la narración. El colegio, en particular, le ha servido al escritor como símbolo del mundo social en el que se inserta, una especie de microcosmos que reflejaría, no sin distorsión o exageración, el macrocosmos que lo hace posible, un lugar en donde varias clases sociales y modos de vida se entrecruzan, confrontan e influencian. El ejemplo que más recordará el lector es la novela de Mario Vargas Llosa, La ciudad y los perros, en la que la escuela militar Leoncio Prado le sirve como espejo de una sociedad peruana rasgada por divisiones raciales y de clase e impregnada de valores machistas y de violencia latente o patente. Otra narración que, en un sentido poético, hurga en el mundo adolescente para expresar una visión particular del mundo es La casa de cartón, de Martín Adán (Rafael de la Fuente Benavides, en su nombre real), centrada más bien en el universo del barrio y de una Lima de comienzos del siglo pasado, que hoy ha desaparecido para siempre.
La novela de Santiago Roncagliolo que es motivo de estas páginas sigue esta línea temática y escoge como escenario de su novela, La noche de los alfileres, el colegio La Inmaculada, una reputada institución de Jesuitas de la capital peruana, y la Lima de los años noventa del siglo pasado, y lo hace con buena soltura narrativa y eficiente dominio del género de intriga. La obra narra un episodio trágico o, si se quiere, tragicómico, en la vida de cuatro estudiantes de cuarto de secundaria, cuya edad ronda la quincena, todos ellos algo marginales y segregados, por distintos motivos. A un grupo inicial de tres, se junta un estudiante medio matón y asocial, que muy pronto se hace líder del mismo, y al que admiran por su talante indiferente y bravucón. La novela se cuenta desde la perspectiva alternada de los cuatro protagonistas, a quienes uno de ellos, muchos años después, ha reunido un poco a la fuerza para grabar su versión de los hechos. Poco a poco se va desvelando lo que constituye un acto de venganza en contra de una odiada profesora que se ha ensañado con los chicos, en particular con el líder, cuya secreta misión es, en realidad, hacerse expulsar de cuanto colegio le acoja, para así ser enviado donde su padre, quien ha dejado la casa familiar y recalado en la selva peruana para reponerse de estrés postraumático causado por su servicio en la zona de emergencia, luchando contra Sendero Luminoso, el grupo maoísta que asoló Perú en los ochenta y principios de los noventa, hasta la captura de su jefe, Abimael Guzmán, persona (y movimiento) sobre el que el autor de esta novela ha escrito un libro, La cuarta espada. El terrorismo de Sendero Luminoso y la represión gubernamental fueron también temas de su novela Abril rojo, que le valió el premio Alfaguara y reconocimiento internacional. Manu, el líder, cambia de súbito su comportamiento brutal, pues la profesora de marras le amenaza con hacerle repetir de año antes que expulsarle, algo que los otros descubren va contra las propias reglas del colegio, por lo que Manu resume sus maneras toscas y persigue aún su objetivo con denuedo. Las cosas, sin embargo, se tuercen, y todos enfrentan la perspectiva de la expulsión y del reformatorio, cada cual con su propio trasfondo familiar. Lo que pase después debe averiguarlo el lector a través de los ojos de los cuatro participantes y del pulso narrativo de Roncagliolo.
Si bien la novela discurre con buena dosis de humor e ironía, es en el fondo una tragedia de la que no pueden escapar los personajes, abocados sin remedio a uno de aquellos eventos que definen una vida, lo que al principio consideran una aventura también, pero una aventura malsana, incitada por la matonería, la disfunción psíquica y las circunstancias. La novela es un trasunto a su vez de aquel período de la historia peruana, en el que Sendero Luminoso parecía tener las de ganar, con bombas, apagones, muertos, desaparecidos, toques de queda, el eterno temor de ser despedazado por una explosión o tomado por terrorista, apresado y torturado, y la sensación general de que el país podía colapsar en cualquier momento, sin que las autoridades parecieran poder hacer mucho, como no fuera añadir más violencia a la violencia ilegal de los grupos rebeldes (en plural, pues aparte de Sendero Luminoso también se afanaba por la revolución el MRTA, otro grupo de izquierda).
La novela refleja también las contradicciones de una sociedad en la que se espera de algunos varones que se porten como machos y de otros se espera poco o nada; criados los unos por padres tradicionales, y los otros por padres progresistas, cuya interpretación de la modernidad pasa por negligir responsabilidades y ocuparse más de sí mismos que de los hijos; los unos casados para siempre, aunque se caiga el cielo, con madres sumisas y católicas, los otros siempre en trance de divorcio; los unos homófobos, los otros tolerantes hasta la indefinición. Como no podía ser menos en una novela de adolescentes peruanos, el sexo es omnipresente y pastoso, más una obsesión que un vehículo de sentimientos amatorios o una expresión de pulsiones naturales, un acto vedado a la mayoría juvenil por una cultura todavía mojiganga, al menos en apariencia, obcecada por el qué dirán. La masturbación durante clases es torcido sustituto de una pareja con la que iniciarse en el arte amatorio, el porno duro es sucedáneo de una buena educación sexual, que enfatiza, esta última, las enfermedades venéreas más que el placer, la visita a las putas es la iniciación que corresponde al macho peruano, como mencioné antes. Y la religión se encarga de administrar las correspondientes dosis de culpa y de torturas de conciencia.
Quizá lo más conmovedor de la novela sea la exposición de la situación familiar de los chicos del grupo, cada cual con su vía crucis particular. La historia reciente del Perú se cuela en dicha situación de manera dramática, como en el caso de Manu, cuyo padre se ha visto envuelto en actos de guerra que desafiarían la mente más estable, y que casi mata a su hijo confundiéndolo, en su delusión traumática, con un terrorista. Otro chico pierde a su madre durante un apagón, pues necesita de la corriente eléctrica para seguir sobreviviendo a un cáncer que la consume, y su padre se entrega entonces a otra de las obsesiones peruanas, el alcohol. Otro logra el anhelado encuentro sexual, solo para ser descubierto y amenazado por la madre de la enamorada, convertida en amarga madre soltera tras el suicidio de su esposo, y contempla con desánimo la dependencia emocional de sus padres. Otro quisiera hacerse un machote como su padre desea, pero le gana su naturaleza homosexual. A la larga, todos son marcados desfavorablemente por su pasado familiar y el evento que los une para siempre, el único en el que han sobrepasado sus limitaciones y disipado la niebla anodina o tragicómica de su vida. Su pasaje a la adultez ha sido un ritual ridículo y malogrado, si bien no exento de cierto heroísmo, de cierta dignidad.
La novela de Roncagliolo se lee con facilidad por la ágil manera en que dispone los capítulos y las voces narrativas, dosificando la información de forma hábil y con verbo eficiente, aunque también sin eludir los lugares comunes en ocasiones. Me atrevería a afirmar que el tipo de humor que recorre la novela es muy peruano, y tal vez se le escapen a más de un lector de otras latitudes, como el español, los matices y las referencias implícitas, que podrían haberse explicado en notas breves. Pero es comprensible su ausencia, pues las notas irían en contra del espíritu de esta obra de intriga y rapidez narrativa. El artilugio de la grabación postrera de los hechos me parece, sin embargo, innecesario, pues añade poco o nada a la efectividad de la narración y a los eventos contados. Que todos los personajes pertenezcan a la clase media limeña confiere unidad a la obra, sin duda, pero también la restringe en su ámbito social. La experiencia de un adolescente de las barriadas o pueblos jóvenes de Lima en aquellos años ha de diferir en importantes aspectos de la de un habitante de los barrios más pudientes, y podría haber enriquecido la temática de la novela. Pero estas son objeciones menores, que no desmedran el vigor narrativo de La noche de los alfileres. Dejo al lector averiguar por sí mismo la razón —cuasi ritual o iniciática, se diría— del título de la novela.
*Frans van den Broek es escritor y profesor en la Hospitality Business School de La Haya.Frans van den Broek