El vuelo de la mirada
A veces olvidamos que hasta el yermo más inhóspito es capaz de ofrecer sus flores. Lo descubrimos cuando, en primavera, los descampados se inundan de borrajas y dientes de león, las cunetas de amapolas, las grietas de los adoquines de malvas y jaramagos. Flores humildes todas ellas, que nadie tomará para un ramo de novia. Son las menos exóticas pero también las más resistentes. Supervivientes natas que regalan su esplendor efímero a cambio de un poco de veneno; que se van deprisa, conscientes de su falta de protagonismo.
Del mismo modo, es en primavera cuando recordamos a los pájaros: a los mirlos insolentes, a la cresta loca de las abubillas, a los siempre discretos gorriones, a los vencejos que se condenan en cuanto se posan en tierra. Los pájaros están siempre acechando en las farolas y los muros de las fábricas, igual que las semillas aguardan pacientes entre los rastrojos de un campo o en cualquier erial con huellas de neumáticos quemados. De los diamantes no crece nada, cantaba De André; del estiércol nacen las flores.
Pero hay quien tiene agudeza para mirar y afán por ver, quien desea nombrar lo que por lo común permanece ignorado, quien sabe que los pájaros pasan muchas noches mojados en un cable de la luz; quien escogería tan solo flores sin pedigrí para hacer un ramo de novia. Esa es la persona capaz de escribir.
Para escribir hay que dominar el arte del lenguaje, qué duda cabe, pero también el de la mirada. Es ahí donde reside el puente que nos permite conectar con el mundo. Una mirada de escritora es capaz de descubrir la belleza en medio de lo sórdido, la esperanza en medio del dolor, el amor en medio de la desesperación. Y, si algo poseen los cuentos de Virtudes Olvera es esa mirada que escarba, que interroga, que atraviesa. Los relatos que integran este volumen incomodan porque su autora no se anda con paños calientes. No juega a provocar (astucia fácil que a la larga acaba aburriendo); sencillamente, dice lo que ve y lo dice sin tapujos. En su mesa hay sitio por igual para una abuela venerable y para un aficionado al sadomasoquimo; para los comportamientos más ruines y también para los más admirables. Entre sus pájaros mojados encontramos especies oportunistas, tragicómicas, antipáticas unas veces, conmovedoras otras, invisibles casi siempre; adaptadas, mal que bien, a las circunstancias que les ha tocado vivir.
Los personajes que transitan estas páginas no tienen una vida fácil; si la tuvieran, seguramente Virtudes no se hubiera fijado en ellos. Algunos sufren por malos amores, como la Teressa que abandona su tierra de viñedos para acabar naufragando en un quiosco de la llanura manchega; otros, como los protagonistas de Flores, atesoran ese amor que ya nunca será posible como el único consuelo ante la vida que eligieron. Los hay, como el niño rico de Bipedismo, que se envuelven de cinismo como último recurso ante la dureza de un pasado sin asumir; y quienes huyen a una especie de hibernación que les permita escapar del dolor, como la Amelia del excepcional Kaliningrado.
Con todos ellos Virtudes es implacable y generosa, como debe ser la literatura: no los juzga, tampoco los aprueba. Sabe que son humanos y simplemente los deja existir, nos llama la atención sobre su plumaje mojado y la precariedad de su vuelo, les ofrece el micrófono para que confiesen sus pecados o sus penas, o lo que quiera que les nuble el corazón.
Con una voz clara, desprejuiciada, a ratos heredera del realismo sucio y a ratos profundamente lírica, despliega toda su artillería literaria, que no es poca. Se agradece que una autora novel muestre ese gusto por la experimentación a nivel formal, que lo mismo nos ofrezca la cercanía de una primera persona que el desapego de una narradora cámara; que igual se acerque al simbolismo fantástico que a un costumbrismo con aires autobiográficos. Que no tenga miedo de hacernos reír ni de colocarnos una piedra en el estómago. Que se atreva, en definitiva.
Música de fauna y tocadiscos
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Uno de los grandes placeres de acompañar a quienes se adentran en el mundo de la literatura es el de presenciar de cerca esa magia de los proyectos que toman forma; comprobar que estábamos en lo cierto cuando pensamos que sí, que aquella persona tenía algo que contar y que debía ponerse manos a la obra. A Virtudes le auguro un camino próspero, plagado de aprendizajes y éxitos. Estos pájaros mojados son solo el comienzo, el primer vuelo de su mirada. Atrapadlos mientras podáis.
En el libro 'Pájaros mojados en un cable de luz', la escritora Virtudes Olvera (Editorial Esdrújula, 2022) se rompe, sin prejuicios, ante el vuelo de los pájaros que nos acechan y ante cómo el pasado se convierte en un presente lápida.
* Cristina Gálvez es antropóloga y narradora.