Día Mundial de la Poesía
Una nueva poesía social retrata la desesperanza y la rabia de una generación criada en una crisis interminable
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“Yo nací —comprendedme y quizá / consigáis perdonarme— un instante / antes de la tormenta”, escribe Rocío Acebal Doval en Hijos de la bonanza, premio Hiperión del pasado año. La escritora nació en 1997, año del España va bien, llegó a la adolescencia en plena crisis económica y se graduó en Derecho y Ciencias Políticas en el año del coronavirus. Su segundo poemario es voluntariamente generacional: habla de esos jóvenes a menudo tachados de indolentes pero cuyas vidas han estado atravesadas, desde que tienen uso de razón, por la incertidumbre ante todo y la certeza solo en una cosa: algo se derrumba. A esa generación pertenecen autores como Carlos Catena Cózar, Rosa Berbel o —con unos años más— Ángelo Néstore, Sergio C. Fanjul y Elena Medel. Quizás en este Día Mundial de la Poesía, que se celebra el 21 de marzo, no todos se sientan cómodos con la etiqueta de poesía social, que lleva consigo su propio peso, pero todos hacen poesía que habla de su tiempo, de los procesos colectivos que lo marcan, de las estructuras en las que viven. Y de algo más pequeño que todo eso: la precariedad, el trabajo, la desesperanza, una idea del amor que ya no sirve, la lucha feminista que lo llena todo.
“Es que la precariedad es tal que es imposible vivir al margen de ella”, dice Carlos Catena Cózar (1995), que en Los días hábiles, su primer poemario —editado en 2019 y también ganador del Hiperión—, habla de la migración en busca de pan pero ya sin maletas de cartón, de un trabajo que se desea y se odia y que parece convertirse en el principal escollo para la verdadera vida. Continúa: “La precariedad está en todas partes. Uno tiene una relación de amistad con alguien y esa relación se ve impedida por la distancia, por los turnos de trabajo o porque no tiene uno dinero para tomarse una caña. Cómo no va a acabar apareciendo en el poema”. Algo similar dice Rosa Berbel (1997), autora de Las niñas siempre dicen la verdad —publicado en 2018 y Premio El Ojo Crítico de poesía—, que señala que la crisis no ha sido solo económica: “Tenemos la conciencia de vivir un tiempo en crisis, y eso tiene que estar en lo que se escribe, de forma explícita u oblicua. Ahora vemos claro cómo la precarización no es solo laboral, también es afectiva y simbólica, y vemos cómo eso arraiga en nuestro día a día de manera muy evidente. Es un momento histórico muy propicio para que florezcan este tipo de discursos”.
Esto es así para todos, pero esta generación, dicen los entrevistados, lleva su propio peso. En el cuarto trimestre de 2020, la tasa de paro entre los menores de 25 ha superado el 40%. En el estudio del CSIC sobre el estado de ánimo durante la pandemia, los jóvenes de hasta 29 años eran los que lo calificaban más negativamente: más del 32% lo definía como “malo o muy malo”. Libros como El vientre vacío, de la periodista Noemí López Trujillo, señalan cómo la renuncia a tener hijos por la mala situación laboral es una preocupación común. Tan común como las bromas sobre lo improbable que es que esta generación vaya a tener siquiera acceso a la jubilación. “en esta habitación sin puerta / hemos de hallar la salida / cuatro paredes sin ventana / que palpamos en busca de un vano”, escribe Carlos Catena Cózar.
Encontrando una genealogía
Cuando uno piensa en poesía social española, ¿en qué piensa? Seguramente en la generación de los cincuenta y sesenta, con autores como Ángel González, Blas de Otero o Gil de Biedma, o quizás en los versos de Gabriel Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”. Quizás no piense en poemas que contengan la palabra “Facebook”, que hablen de sexo anal o de servir patatas fritas en una hamburguesería. “Yo sí creo que hago poesía social o casi periodística, por deformación profesional”, dice Sergio C. Fanjul (1980), autor de poemarios como La Crisis, econopoemas (2013) o Pertinaz freelance (2016), donde desgrana con humor las miserias del autónomo creativo. “Es verdad que la poesía social que se ha hecho en España durante el siglo XX era más grandilocuente y habla de la libertad, de la justicia. Ahora hablamos del régimen especial de autónomos. Se ha bajado el nivel del discurso político, no en el sentido de que sea peor, sino en el sentido de bajar a la vida cotidiana”. Él mismo agradece en una nota al RETA, a la par que a Durruti o la escritora asturiana Berta Piñán. En Chatterton (2014), la escritora y editora Elena Medel escribía: “oh almuerzo y microondas, manás de los autónomos,/ himno de los estómagos vacíos”.
Y si la poesía social lleva un peso, lleva también un “estigma”, en palabras de Carlos Catena Cózar: “Un estigma que tampoco entiendo bien, porque hablar de poesía social es como hablar de poesía amorosa, y de poco más se puede hablar en esta vida. De eso y de la muerte”. Porque los viejos debates sobre formalismo y conciencia política, emparentados con los que mantenían los autores de mitad del XX, llegan hasta hoy: Rocío Acebal detecta dos corrientes poéticas, una “más social” y “cercana al lector” y otra “más interesada en la intuición”, que puede servir como “vía de escape”. Pero no todo cabe en esos binarismos, o compromiso político o forma, o voluntad comunicativa o elevación del espíritu. Rosa Berbel cree que el de la poesía social es un sintagma “muy connotado y asociado a una poética muy concreta y a un momento histórico determinado” y, en ese sentido, puede ser algo parecido a unas cadenas. Ella, por ejemplo, trabaja en estos meses en un proyecto en el que busca “una poesía que, atravesada por lo político, transita caminos más especulativos”. ¿Sería eso poesía social? Pues también.
Pero al final acaba saliendo una genealogía. Catena Cózar habla del concepto de lo social y lo popular de la Generación del 27, más que de la de los cincuenta y sesenta, y después menciona, además de a los compañeros que también hablan en este reportaje, a Pablo García Casado, Erika Martínez, Elena Medel y Francisco Chamorro, nacidos entre los setenta y los noventa. Rosa Berbel nombra también a Martínez, “ una autora que difícilmente podríamos catalogar como poeta social si seguimos el esquema del siglo XX, pero que sí hace una poesía muy política y consciente”. Rocío Acebal suma a Jaime Gil de Biedma y a Ángela Figuera, recientemente rescatada de un injusto olvido, pero también a Ángelo Néstore, compañero de generación. Tampoco él, dice la poeta, con sus reflexiones sobre las esclavitudes del género, habría sido considerado poeta social ateniéndonos a las definiciones clásicas. Pero ahí está.
La política es más que la política
Porque ahí está una ruptura que señalan todos los entrevistados: en más de medio siglo, el campo de lo que se considera política se ha abierto. Todos mencionan el fenómeno más obvio: la irrupción del feminismo, que desde entonces ha vivido no una, sino tres olas distintas. Escribe Rosa Berbel:
“Niña que no reconoce su cuerpoobserva con vergüenzafrota con agua fríalas diferentes manchas de su ropa.Desde el trapecio el hambre tiene la formasimple de unas bragas.El futuro en los posos de coloresde las niñas que sangrancomo niñas”.
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Hoy, cuando “lo personal es político” está cerca de convertirse en un eslogan comercial, quién pondría en duda que hablar de una mancha de regla es también hablar de política. “Cuando hablamos de literatura comprometida, tenemos una visión muy masculinizada, de autores hombres muy comprometidos con la lucha de clases y el marxismo clásico”, dice ella. “Pero en el presente nuestra literatura política está atravesada por otras cosas. El giro de los afectos ha cambiado nuestra perspectiva, que hasta cierto punto se ha deconstruido y ha dejado de tener lo masculino como enfoque único”. Rocío Acebal escribe sobre una genealogía femenina tejida por el hilo y la aguja; Ángelo Néstore, de las estrecheces de una masculinidad. Y hablan también de clase y de miseria, sí, aunque con un punto de irreverencia ante sí mismos que tiene que ver más con el humor que con el lamento: en palabras de Carlos Catena Cózar, “todos tenemos un trabajo de mierda con muy malas condiciones pero nos damos con un canto en los dientes”. Hay en algunos, incluso, algo parecido a la vergüenza de clase media, una incomodidad que viene de ser conscientes de la precariedad, pero también del colchón familiar con el que contarían.
En los últimos años se ha modificado también la propia concepción social de la política. “Yo noté un cambio muy grande en la cultura con la crisis de 2008”, recuerda Fanjul. “A mí me interesaba la política de antes, aunque no lo parlamentario, y hasta entonces si escribías algo de esto te llamaban panfletario. Luego era difícil encontrar algo que no fuera político. Y si había algo que no lo fuera, a la hora de venderlo a los medios, por ejemplo, le daban la vuelta para hacer como si lo fuera”. Ahora hay tertulias políticas en prime time, los debates ocupan horas y horas de programación, pero también se hacen memes marxistas y se discute en Twitter si es mejor ir al psicólogo o al sindicato. Catena Cózar recuerda, entre risas, que su primer poema publicado salió en una antología sobre el 15M, que él vivió con 15 años. “Me parece raro que alguien joven que escriba no lo haga con algún tipo de perspectiva social”, lanza. “Siempre ha habido este tipo de problemas, pero en otros momentos quizás los poetas eran personas privilegiadas: siempre han escrito los ricos, básicamente. Nosotros tenemos que trabajar o estamos buscando trabajo, porque nadie nos da de comer. Cómo no vamos a escribir sobre eso”.