Verónica Forqué, la reina de la comedia con cuatro goyas que acabó como 'meme' en un talent show
La muerte de Verónica Forqué nos deja huérfanos de la sonrisa más resplandeciente del cine español. Y de la televisión y del teatro pues, aunque sus papeles en la gran pantalla sean los más populares, durante el último medio siglo no ha dejado de trabajar también en esos otros ámbitos. Siempre mirando al mundo con ojos limpios y radiantes, desde sus lejanos primeros papeles hasta el alborotado colofón en los fogones de MasterChef Celebrity.
Y es que la actriz, fallecida este lunes a los 66 años, cuenta con una trayectoria profesional inabarcable con más de ochenta personajes en cine, teatro y televisión. Hija del director y productor José María Forqué y de la escritora Carmen Vázquez-Vigo, inició su andadura a principios de los setenta, convirtiéndose en los ochenta en rostro esencial de la comedia española.
Galardonada, entre otros muchos premios, con cuatro Goya por sus inolvidables y generacionales papeles en El año de las luces (Mejor Actriz de Reparto, 1986), La vida alegre (Mejor Actriz, 1987), Moros y cristianos (Mejor Actriz de Reparto, también 1987, año en el que hizo un histórico doblete) y Kika (Mejor Actriz, 1993). Distinciones conseguidas de la mano de los cineastas Fernando Trueba, Fernando Colomo, Luis García Berlanga y Pedro Almodóvar: póker ganador que encumbró a la actriz en lo más alto.
Estas cuatro son sus interpretaciones más recordadas, pero hay que remontarse tres lustros para llegar a su humilde debut en Mi querida señorita, dirigida por Jaime de Armiñán en 1972. Igualmente pequeños fueron sus primeros papeles en televisión en 1974 en Silencio, estrenamos (de Adolfo Marsillach y Pilar Miró) y Juan y Manuela (de Ana Diosdado y Jaime Blanch). En teatro se estrenó en 1975 con Divinas palabras de Ramón María del Valle-Inclán.
En sus años de aprendizaje participó también en películas como La guerra de papá (Antonio Mercero, 1977) o Los ojos vendados (Carlos Saura, 1980), e incluso se atrevió en 1980 a doblar al español a Shelley Duvall en El resplandor de Stanley Kubrick. Un trabajo este último, por cierto, de lo más controvertido, pues a pesar de estar supervisado por el propio director, muchos lo consideran ejemplo de mal doblaje por ser demasiado real y falto de interpretación, lo cual provoca que sea complicado meterse en la historia.
Irrumpía así Verónica Forqué en los ochenta, una década que haría suya encadenando éxitos. Ramón y Cajal (1982) o Goya (1985) en televisión y ¡Ay, Carmela! (1987) en teatro. Nada comparable, en cualquier caso, a su explosión en el cine: ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (Pedro Almodóvar, 1984), Sé infiel y no mires con quien (Fernando Trueba, 1985), Matador (Almodóvar, 1986), El año de las luces (Trueba, 1986), La vida alegre (Fernando Colomo, 1987), Moros y cristianos (Luis García Berlanga, 1987) y Bajarse al moro (Colomo, 1989, adaptación a la gran pantalla de la obra de teatro ya protagonizada por ella misma en 1985).
En los noventa mantuvo bien alto el listón consiguiendo grandes audiencias en televisión con Las chicas de hoy en día (1991) o Pepa y Pepe (1995). En cine destaca su trabajo en Kika (Almodóvar, 1993), al tiempo que se abría a nuevos directores: Manuel Gómez Pereira (con quien hizo Salsa rosa en 1991 y ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? en 1993), Fernando Fernán Gómez (Siete mil días juntos en 1994) o Manuel Iborra (Orquesta Club Virginia en 1992 o El tiempo de la felicidad en 1997).
El cambio de siglo aminoró su actividad, pero en absoluto la paralizó. De hecho, ha seguido trabajando en cine, teatro y televisión hasta el último momento. Pendiente de estreno tiene dos películas: A mil kilómetros de la Navidad (Álvaro Fernández Armero) y Espejo, espejo (Marc Crehuet). Y aunque en la última década estuvo involucrada en una decena de obras teatrales, llegando a ganar en 2020 el Premio Max a Mejor Actriz Protagonista por Las cosas que sé que son verdad, desde luego su actividad se hizo más visible que nunca en todo tipo de formatos televisivos.
El club de la comedia, Hospital central, La que se avecina, Amar es para siempre, Señoras del (h)AMPA y, por supuesto, claro, MasterChef Celebrity. En el talent show de RTVE es donde Verónica Forqué recuperaba este año la omnipresencia de sus mejores tiempos, aunque en esta ocasión por motivos diferentes que la convertían en trending topic con cada emisión y en una suerte de meme de sí misma para la posteridad.
Porque ahí estaba cada noche interpretando, literalmente, el papel de su vida. Traspasando la pantalla siendo ella elevada a la enésima potencia. Con sus cambios de humor, sus gritos, sus chascarrillos, sus interacciones con Victoria Abril, Carmina Barrios y el resto del elenco. Con esa forma tan suya de perder los papeles durante las batallas culinarias, hablando a las claras sobre salud mental y la depresión que había superado. Tan cariñosa y excesiva, pura energía fuera de control.
Tan Verónica Forqué, como siempre, pero más. Hasta que perdió las fuerzas para continuar y abandonó la sexta edición del talent show. "Estoy regular, necesito descansar. En la última prueba del cocinado de equipos me agobié. Yo no soy de tirar la toalla pero esta vez hay que ser humilde y decir no puedo más. Me quito el delantal pero por un rato, en la final volveré a aplaudir en la grada. No puedo más", dijo al despedirse del programa el 22 de noviembre.
"Me he divertido mucho, he conocido a gente estupenda, pero es muy agotador y estresante", confesaba a los periodistas hace apenas diez días la actriz en una de sus últimas apariciones públicas. Dos semanas antes, en su aparición final en el programa, lanzó un mensaje que ahora, con su muerte, adquiere aún más valor en estos tiempos en los que a veces nos cuesta tanto escucharnos a nosotros mismos: "Mi cuerpo y el universo me estaban diciendo 'necesitas parar'". Descanse en paz.