IGUALDAD
La violencia machista causa trastornos neurocognitivos en el 9% de la población mundial femenina
Una mujer acude a la consulta de su médico de cabecera, inquieta por algunos episodios puntuales pero sostenidos en el tiempo de pérdida de memoria y falta de concentración. Últimamente no recuerda dónde dejó las llaves, se despista a menudo y pierde el hilo en las conversaciones largas. Probablemente, ninguna de estas pistas serán identificadas como señales de un posible caso de violencia de género. A pesar de que la investigación científica empieza a encajar las piezas y a demostrar que los golpes invisibles tienen efectos también en lo más profundo, provocando lesiones cerebrales en ocasiones irreversibles.
Así lo demuestra la reciente investigación La neuropatología de la violencia de género, revisada el pasado 14 de octubre y publicada en la revista Acta Neuropathologica. El paper lo firman investigadores de la Universidad de Glasgow (Reino Unido) y la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos), cuyos trabajos permiten constatar la existencia de daños sustanciales por patología vascular y en la materia blanca del cerebro de mujeres víctimas de violencia de género.
"La investigación empírica de las lesiones cerebrales relacionadas" con la violencia de género ha sido "llamativamente escasa en la literatura médica", subrayan los autores. Una primera investigación, centrada en examinar catorce cerebros de mujeres víctimas de violencia, reveló que todos los sujetos tenían evidencia de lesión cerebral traumática. A continuación y tras estudiar siete decenas de cerebros más, los investigadores encontraron evidencia de patologías vasculares y de sustancia blanca.
La Macroencuesta sobre la Violencia contra las Mujeres, elaborada por el Ministerio de Igualdad, dimensiona algunas de las consecuencias que deja el paso de la violencia de género en los cuerpos de las víctimas. El 40,4% menciona cortes, rasguños, moratones o dolores físicos fruto de los golpes. A gran distancia, el 12,4% habla de lesiones en ojos u oídos, esguinces, luxaciones o quemaduras; mientras que el 7,4% muestra heridas profundas, fracturas de huesos, dientes rotos o lesiones internas. El 4,1% de las mujeres que han sufrido violencia física o sexual de alguna pareja, manifiestan haber tenido un aborto involuntario como consecuencia; el 3,9% han tenido lesiones en los genitales y el 5,6% han contraído una enfermedad de trasmisión sexual. Al 6%, la violencia les ha producido algún daño físico permanente.
Pero sobre los daños neuropsicológicos, el conocimiento es mucho más limitado.
Natalia Hidalgo, profesora de Psicología Evolutiva en la Universidad de Granada e investigadora en el centro Mente, Cerebro y Comportamiento (CIMCYC), recuerda el momento en que nació su interés por este campo de investigación. Allá por 2009, la docente comenzó a entrever un vínculo entre determinadas secuelas neuropsicológicas expresadas por las víctimas y la violencia sufrida a manos de sus parejas. "No sé qué me pasa, no recuerdo las cosas, no sé dónde dejé las llaves del coche, no estoy como antes", pone como ejemplo la investigadora.
Hoy, su firma se encuentra estampada, junto a la de su compañero Miguel Pérez, en algunos de los estudios pioneros sobre la materia. En un primer momento, las conclusiones determinaron que "las mujeres que habían sufrido violencia de género tenían un rendimiento –especialmente en aquello relacionado con memoria y atención, pero también en funciones ejecutivas– inferior a las mujeres que no", explica en conversación con este diario. Había, por tanto, unas secuelas cognitivas apenas exploradas por la ciencia.
Los primeros estudios, recuperados por Hidalgo y sus compañeros en el libro Neuropsicología de la violencia de género, muestran que el 80% de las mujeres supervivientes de violencia de género que ingresan en urgencias reciben golpes en la cabeza, cara o cuello. Y de ellas, el 40% ha sufrido al menos un episodio de pérdida de conciencia, un 68% cumple criterios de diagnóstico de traumatismo craneoencefálico leve y un 10% grave. Aproximadamente el 25% de las mujeres observadas en los estudios más recientes cumplen criterios diagnósticos para el trastorno neurocognitivo leve y un 5% para el grave. En torno al 50% de las mujeres supervivientes, reflejan los estudios, presentan alteraciones en memoria verbal.
Cruzando estos resultados con la prevalencia de la violencia de género, "entenderemos la tremenda magnitud del problema de las alteraciones neuropsicológicas y cerebrales de las mujeres supervivientes como consecuencia de la violencia cometida por parte de sus parejas o exparejas contra ellas", señalan los autores del libro. Así, un 14% de las mujeres del mundo ha podido sufrir un episodio de pérdida de conciencia causado por la violencia de género y un 8,75% de las mujeres del mundo sufren un trastorno neurocognitivo leve ocasionado por dicha violencia.
Todos estos hallazgos vienen a evidenciar la existencia de "daños cerebrales a nivel estructural", expone la investigadora en conversación telefónica, que se expresan en "diferencias en el volumen, el área y el grosor cortical en mujeres supervivientes". Estas secuelas hablan de "la violencia sufrida" pero también de las "situaciones vinculadas" con este tipo específico de maltrato.
Los años de investigación dan cuenta de que las secuelas cerebrales vienen determinadas por distintos factores, en el marco de las relaciones violentas. Por un lado, lo evidente: los golpes en la cabeza, tanto los frecuentes como los excepcionales. Estas lesiones generan "daños cerebrales y secuelas neuropsicológicas". Por otro lado, abunda la experta, tienen igualmente relevancia los intentos de estrangulamiento, una expresión de la violencia que "puede producir anoxia o hipoxia –es decir, la falta de oxígeno en el cerebro–, isquemia –dificultad de que la sangre llegue al cerebro– y falta de riego en general". Estos hechos provocan una "muerte neuronal" y esto, claro, conlleva secuelas.
Pero también hay evidencia científica que prueba el impacto cerebral de la violencia psicológica. "Tiene su lógica", adelanta la investigadora, "el estrés mantenido en el tiempo provoca hipercortisolemia, es decir, la subida de los niveles de cortisol, una hormona terriblemente tóxica para el cerebro". Y finalmente, está el estrés postraumático, vinculado también a alteraciones cerebrales y neuropsicológicas.
¿Son estos daños irreversibles? ¿Son detectables? ¿Prevenibles? Lo que hasta ahora sabemos es que, al menos, empiezan a ser visibles. "Hay una relación entre el número de episodios violentos, la gravedad de la violencia y la cronicidad", aclara Hidalgo. El paso del tiempo sin un adecuado abordaje es, obviamente, caldo de cultivo para un daño mayor. "Muchas mujeres están a tiempo. En todos los casos podremos intervenir y en algunas estaremos capacitados para revertir".
Encajar las piezas
Rosa M. Orriols, vicepresidenta de Women in Global Health y asesora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), estima que estos últimos hallazgos no siempre serán útiles para la prevención –las víctimas con esa sintomatología, al fin y al cabo, ya se encuentran sumidas en una situación de violencia extrema–, pero sí para la detección y el abordaje. "No le damos la magnitud que tiene y es una invisibilización más de la salud de las mujeres", dice al otro lado del teléfono.
Y por eso cobra especial relevancia la formación del personal sanitario a la hora de saber dónde mirar. Un boxeador, pone como ejemplo la experta, llega a la consulta del médico con la nariz rota, pero una víctima de violencia machista no: los golpes no siempre son visibles y su propia percepción como víctima puede estar distorsionada. Así que hay que saber identificar cada señal.
Por eso es clave un trabajo en los protocolos, no sólo para detectar las pistas a nivel neurológico y con ello dar herramientas para cortar con la violencia, sino también para estar alerta ante la aparición de posibles lesiones cerebrales en las víctimas y tratarlas a tiempo.
"Es urgente, en primer lugar, ser sensibles a los protocolos que ya existen" y que están diseñados para detectar la existencia de malos tratos, observa Natalia Hidalgo. "Si no aplicamos esos protocolos, estamos incumplimiento el primer paso". Pero además, subraya, los hallazgos en el plano neurológico son lo suficientemente sólidos como para incorporarlos a la estrategia de detección.
Bastaría, por ejemplo, con incluir preguntas dirigidas a las mujeres sobre "si en los últimos tiempos han experimentado problemas de memoria o atención", es decir, cuestiones directas sobre salud neuropsicológica que ayuden a encajar las piezas a la hora de determinar si se está ante un caso de violencia. Y una vez la detección sea completa, los recursos: es necesario "incorporar a profesionales que puedan hacer una evaluación completa" y abordar específicamente los problemas que desarrollan las mujeres supervivientes.
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No es una anomalía que la ciencia haya ignorado las heridas más profundas de la violencia que sufren las mujeres. "La violencia psicológica o física dilatada en el tiempo destruye lentamente los recursos físicos y morales de las personas que la sufren. Las primeras repercusiones se manifiestan a nivel conductual y cognitivo, con confusión mental, pérdida de memoria y de capacidad de concentración, olvidos frecuentes, pérdida de claridad al expresarse o cambio del orden de las palabras y frases", escribe la médica e investigadora Carme Vall en su libro Mujeres invisibles para la medicina.
Las víctimas acuden habitualmente a la consulta médica con sintomatología propia de depresión y ansiedad, sin conocer las causas de sus dolencias. Otras mujeres, señala la autora, atraviesan las puertas de su centro de salud con "ahogos, vértigos, dolores de cabeza, ardores de estómago, diarreas, náuseas y vómitos, o dolores musculares y contracturas que incluso pueden ser confundidos con fibromialgia si no se hace una investigación dirigida".
Algunas víctimas, sufren secuelas de por vida: por ejemplo, tener que vivir en silla de ruedas cuando las lesiones han afectado a la zona medular, lo que produce "una invalidez permanente de la que todavía no se conocen cifras cuantificadas". La investigación científica avanza lentamente y a hurtadillas, pero empieza a ser capaz de arrojar luz sobre lo que hasta ahora había permanecido en la sombra. Incorporar sus conclusiones a las consultas médicas será clave para que sus hallazgos sean algo más que literatura y se traduzcan en instrumentos realmente útiles para las mujeres.