Orient XXI
Los árabes vuelven a tomar el camino de Damasco
¿Se ha llevado a cabo en estos últimos meses una recomposición radical del paisaje político en Oriente Próximo? En cualquier caso, muchos indicadores hacen pensar que las alianzas que parecían sólidas sufren mucho la corrosión del tiempo y de los acontecimientos. El caso de Siria lo demuestra. El régimen instalado en el poder, considerado como un paria en la región tras la feroz represión de las protestas en 2011 y de la rebelión que luego se extendió por el país, ahora ve que sus “hermanos” árabes vuelven a evaluar de manera positiva el restablecimiento de las relaciones bilaterales.
Siria fue suspendida de la Liga de los Estados Árabes el 11 de noviembre de 2011 (solo el Líbano y Yemen se opusieron en ese momento) y todavía no fue reincorporada a la organización regional, pero el tema se plantea cada vez con mayor frecuencia. El presidente de Egipto, Abdel Fattah al-Sisi, otro régimen que cuenta con un fuerte respaldo militar, promete reincorporarlo desde hace varios años. Ahora son pocas las voces que siguen oponiéndose a esa posibilidad, y el regreso de Damasco a la Liga seguramente sea, como mucho, cuestión de meses.
En el Golfo Pérsico, varias monarquías suníes que durante varios años habían apoyado a diversas facciones de la oposición política o armada siria han cambiado de opinión de manera rotunda. Las primeras señales no son nada recientes. Los Emiratos Árabes Unidos (EAU), abanderados de la contrarrevolución durante las “primaveras árabes” –cuyas aspiraciones democráticas suscitaron su hostilidad declarada– reabrieron su embajada en la capital siria el 27 de diciembre de 2018, y enseguida le siguió Baréin. Pero Arabia Saudita, peso pesado en el Golfo, todavía no quiere o no se anima a dar el paso.
Jordania, pionero del acercamiento
Desde mediados de este año, el movimiento a favor de la reincorporación de la Siria de Bashar al-Ásad volvió a ganar fuerza, impulsado sobre todo por uno de sus vecinos árabes más discretos, el reino de Jordania. El rey Abdalá II esperó la asunción del presidente norteamericano Joe Biden en enero de este año para avanzar sus peones. Atrás quedó la época, como en diciembre de 2011, en que el monarca hachemita exigía la partida de Ásad: ahora, al contrario, milita para que Estados Unidos –que siempre ha sido muy cercano a su régimen– relaje la presión contra el potentado sirio, al que volvió a considerar como confiable.
En julio de 2021, durante su primera visita a Joe Biden en Washington, el rey jordano intercedió ante el presidente estadounidense para que aceptara no aplicar en un caso importante las sanciones previstas por la ley César (Caesar Act), que fue aprobada por el Congreso estadounidense en diciembre de 2019 y entró en vigor en junio de 2020, durante la presidencia de Donald Trump. Esta ley prevé sanciones contra los individuos, entidades o sociedades que mantengan relaciones económicas con Damasco. En esta oportunidad, Jordania solicitó una derogación para poder concretar un proyecto regional: la provisión regular de gas egipcio al Líbano –cuya economía se encuentra en un estado calamitoso– a través de Jordania y… Siria. Al salir de la reunión, el rey mantuvo una entrevista con el canal CNN para comunicar su cambio de opinión: “El régimen sirio está instalado para quedarse”, declaró Abdalá II. “Es mejor hacer que el diálogo avance de forma coordinada que dejar la situación tal como está.”
En septiembre, los jordanos multiplicaron los contactos ministeriales y securitarios con las autoridades sirias, y este 3 de octubre de 2021, el rey Abdalá se comunicó por primera vez (al menos de manera oficial) por teléfono con Bashar al-Ásad. “El acercamiento tiene que ver con la realpolitik, donde los juicios morales no tienen cabida”, explicaba en el diario Le Monde el último 6 de octubre Oraib Al-Rantawi, director del Centro de estudios políticos Al-Quds, en Amán. “En Siria no hay señales de cambio de régimen. Ásad va a continuar en el poder y debemos tratar con Siria, nuestro vecino. También existe un reacomodamiento regional con cambios importantes, como la retirada de Estados Unidos de Afganistán”.
“Las sanciones estadounidenses no se han levantado”
Joe Biden accedió al pedido jordano de no aplicar sanciones contra la entrega de gas egipcio al Líbano a través de Siria. Sin embargo, Estados Unidos no desea que sus aliados árabes deduzcan que se disponen a declarar nula y sin efecto la ley Caesar. La administración Biden no ignora que esta ley fue adoptada por una aplastante mayoría bipartidista en el Congreso. “Lo que no hemos hecho y no pretendemos hacer –declaró el secretario de Estado, Antony Blinken, el 6 de octubre de 2021– es expresar un apoyo a los esfuerzos en pos de la normalización de las relaciones o a la reivindicación de al-Ásad (…) No hemos levantado ninguna sanción contra Siria, y mientras no haya progresos irreversibles en busca de una solución política, seguiremos oponiéndonos a cualquier apoyo a la reconstrucción del país”.
En Oriente Próximo, esta profesión de fe no convenció a todo el mundo. “La administración Biden declaró que no normalizará las relaciones con Ásad, pero parece haber dejado de disuadir a sus socios árabes de hacerlo”, explica en la revista Newsweek (13 de octubre de 2021) David Schenker, quien hasta enero de 2021 ocupó el cargo de secretario adjunto del Departamento de Estado para los asuntos de Oriente Próximo y actualmente se desempeña como comisionado en el Washington Institute for Near East Policy. “Si las sanciones de la ley César se aplican, se puede impedir que los Estados árabes vuelvan a tener relaciones ‘normales’, incluso comerciales, con la Siria de al-Ásad. Pero los intereses árabes, cada vez de mayor rango, socavan el aislamiento del régimen de Ásad y lo que queda de la política de la era Trump orientada a presionar al régimen. Hasta el momento, esta política impidió que el régimen de Ásad lograra una victoria total. A medida que los Estados árabes se acerquen a Ásad, será cada vez más difícil mantener las sanciones”, escribió Schenker.
Así, Estados Unidos cultiva la ambigüedad. “La administración Biden sigue exigiendo la salida de Bashar al-Ásad y asegura que no cambiará su posición en torno al asunto, pero sin embargo no se opone al acercamiento entre Amán, su aliado, y Damasco”, escribe Anthony Samrani en el boletín informativo de L’Orient-Le Jour el 21 de octubre de 2021. “Washington parece considerar que podría ser provechoso permitir que Damasco vuelva a poner un pie en el entorno árabe, pero por el momento se rehúsa a allanarle el camino a su regreso a la escena internacional.”
La posición ambigua de Estados Unidos demuestra que Siria está logrando romper su aislamiento diplomático. Señal del cambio de época: durante la última sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas, en septiembre de 2021, no menos de diez ministros de Asuntos Exteriores de países árabes se reunieron con su par sirio. Eso no sucedía desde hacía una década. Y eso no es todo: las conquistas de Damasco exceden el contexto árabe, como lo demuestra el anuncio a fines del mes de septiembre de la reincorporación de Siria al sistema de intercambio de información de Interpol, la organización de cooperación policial internacional. Damasco había sido excluido en 2012. El regreso se concretó sin bombos ni platillos, pero lo cierto es que sus efectos exceden la simple connotación simbólica.
¿Quién quería realmente terminar con el régimen?
Sin duda algunos dirán: ahí tienen a un régimen acusado de innumerables crímenes de guerra, desde el bombardeo masivo de blancos civiles (hospitales, escuelas, mercados, etc.) hasta la utilización de armas químicas, pasando por la tortura sistemática de decenas de miles de prisioneros, crímenes que llevaron a millones de ciudadanos a partir al exilio, y así y todo, el régimen se dispone con total impunidad a regresar a la comunidad de naciones. Es lógico que se sienta indignación. Pero se estaría soslayando que los Estados Unidos, ya sea bajo el liderazgo de Barack Obama, de Donald Trump o de Joe Biden, nunca intentaron derrocar al régimen. Los recursos militares que desplegaron en Siria estuvieron dedicados sobre todo a combatir al único grupo terrorista: la organización Estado Islámico (EI), cuyas sangrientas acciones dejaron estupefactos a todos los ocupantes de la Casa Blanca, al igual que, por cierto –y no lo olvidemos– a los responsables políticos europeos. Nadie podía imaginar sensatamente que la imposición de sanciones, aunque fueran drásticas, lograrían terminar con el régimen instalado en Damasco, sobre todo porque Bashar al-Ásad y sus allegados nunca dejaron de gozar del apoyo decidido, concreto y eficaz de Rusia y de Irán.
Además, como Estados Unidos oculta cada vez con mayor dificultad su voluntad de retirarse de Oriente Próximo para enfrentar otros desafíos como, en primer lugar, las agresivas ambiciones geoestratégicas que se le atribuyen a China, una parte de los Estados árabes empezaron a reevaluar a fondo sus opciones y sus alianzas.
Los objetivos de cada capital árabe de la región no son siempre los mismos. Si Jordania intenta restablecer relaciones con Damasco para cosechar los frutos económicos y comerciales mientras intenta que los grupos proiraníes activos en Siria se alejen de su frontera, Egipto y los EAU consideran el regreso de Siria a la comunidad árabe como un fortalecimiento del eje de la contrarrevolución luego del episodio de las “primaveras árabes”, que les traen a la memoria recuerdos funestos. Por su parte, la familia reinante saudí, que debe lidiar con una opinión pública muy reacia al régimen de Damasco, indudablemente aprobó la posición de los EAU y de Baréin. Por cierto, los contactos de alto nivel entre Arabia Saudita y Siria se han restablecido.
Los cálculos expertos de Riad
Los saudíes, al igual que varios regímenes suníes, intervinieron en Siria luego del comienzo de la rebelión debido a la alianza entre el régimen sirio e Irán, considerado como el enemigo número uno. Desde hace un tiempo, la idea –¿ingenua?– de que la reintegración de la Siria de Ásad a la familia árabe podría alejarlo de su mentor iraní sigue ganando terreno.
En Riad, el comportamiento de Estados Unidos, su aliado, que incluso con Trump como presidente no creía que era una buena idea castigar a Irán por los ataques contra las instalaciones petroleras saudíes, es percibido con una desconfianza cada vez mayor. Por otra parte, el Congreso estadounidense no le va a perdonar a Mohammed bin Salmán, “MBS”, el príncipe heredero que gobierna de facto, el asesinato atroz del periodista Yamal Jashogyi, el 2 de octubre de 2018 en el Consulado de Arabia Saudita en Estambul. Estos elementos sumados convencieron a MBS de no descartar lo impensable: una reconciliación con Teherán. En 2021, los contactos en pos de ese objetivo se multiplicaron, lo cual no cayó nada bien en Israel.
En este tablero tan complejo de Oriente Próximo, donde el Tío Samtoma cada vez más distancia, donde Bashar al-Ásad ya no es más persona non grata y donde las alianzas se reevalúan en tiempo real, el ruso Vladimir Putin cuenta alegremente los puntos que se ha anotado. En pocos años, el amo del Kremlin se convirtió en un actor ineludible gracias a su intervención militar decisiva en defensa del régimen sirio a partir de septiembre de 2015. El presidente turco Recep Tayyip Erdogan fue el primero que lo entendió, y a partir de 2017 estableció contacto con Moscú para defender sus intereses en el norte de Siria contra los kurdos, cuya autonomía considera como un potencial peligro nacional. En las provincias del norte de Siria, donde estos últimos años se han instalado las tropas turcas, la tensión no cede, sobre todo en la región de Idlib, último bastión de la rebelión armada dominada por los yihadistas. En este momento, el entendimiento entre Putin y Erdogan en esa zona atraviesa una prueba de confiabilidad sumamente incierta.
La Unión Europea (UE), por su parte, hasta el momento no ha desempeñado un papel destacado en el caso sirio. Se niega a participar en las iniciativas de reconstrucción hasta tanto no se realice una transición política creíble. Del mismo modo, descarta la cuestión del regreso de los refugiados en tanto y en cuanto no estén reunidas las condiciones de seguridad. El 27 de mayo de 2021, el Consejo de Ministros de la UE prorrogó por un año más, hasta el 1º de junio de 2022, las medidas restrictivas tomadas contra el régimen sirio, “habida cuenta de la represión que se sigue ejerciendo contra la población civil en ese país”. Esas medidas: embargo petrolero, restricciones a las exportaciones de equipamiento y de tecnologías capaces de ser utilizadas en la represión interna, así como el congelamiento de los bienes de casi 300 personas y unas 70 entidades, se vienen tomando desde 2011. Unidos en este asunto, los países de la UE dicen estar “determinados a encontrar una solución política durable y creíble al conflicto en Siria”, una actitud que oculta mal su impotencia.
Sin embargo, en su palacio en el monte Qasioun que domina Damasco, Bashar al-Ásad puede respirar. Cree que lo más difícil ya pasó. Gobierna, es cierto, un país (en realidad, dos tercios del territorio) en bancarrota, parcialmente en ruinas, y se volvió dependiente de sus aliados, Irán y Rusia. Pero sobrevivió, al igual que su régimen. Y ahora el mundo árabe –incluidos los traidores que no lograron derrocarlo– vuelve a tomar el camino de Damasco.
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Traducido del francés por Ignacio Mackinze.Ignacio Mackinze
Aquí puedes leer el texto original en francés.