La hidra de la ultraderecha europea: por qué la marcha del líder no destruye el partido

Austria, 11 de octubre de 2008. Un coche Volkswagen circula a toda velocidad por una carretera a la altura de la localidad de Klagenfurt. En un tramo limitado a tan solo 70 km/h, el automóvil alcanza los 142 km/h en plena noche y, en un momento dado, se sale de la carretera y se choca contra un muro, resultando en un accidente letal. La persona que viaja sola dentro del coche triplica la tasa de alcohol permitida y muere en el acto. Es Jörg Haider, una de las primeras grandes estrellas de la extrema derecha europea. En los años 90 y principios de los 2000, antes de que Donald Trump, Giorgia Meloni o Santiago Abascal lideraran el auge de la extrema derecha en toda Europa, Haider fue prácticamente un pionero en lograr introducir discursos extremistas en la población y que estos sirvieran para tener buenos resultados electorales.
Con su figura carismática, sus excentricidades y una ideología basada en el racismo e incluso en alabanzas a los nazis, Haider se convirtió en un auténtico símbolo para los ultras, marcando el rumbo y el discurso del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), no solo durante su tiempo en el liderazgo, sino también de cara al futuro. Bajo su mando, el FPÖ logró llegar a ser segunda fuerza en las elecciones de 1999 con el 26,9% del voto y una campaña basada en “los austriacos primero”, un lema que reutilizarían décadas después decenas de partidos de extrema derecha del Viejo Continente. Cuando Haider falleció, ya había abandonado el partido por desavenencias internas y creado el suyo propio, y muchos dudaban si el FPÖ podría sobrevivir al liderazgo tan carismático del que fuera su gran ideólogo.
Sin embargo, casi 20 años después de su muerte, el FPÖ no solo ha conseguido sobrevivir a Haider, sino que ha superado las cotas que él mismo alcanzó. En 2018 logró volver al Gobierno en Austria y en 2024, bajo el liderazgo de Herbert Kickl, la formación ganó por primera vez en su historia las elecciones generales. “El liderazgo del FPÖ es diferente al de otros lugares de Europa. Aquí el rostro del candidato no se ha asociado tanto a la formación, tienen una fortaleza distinta, con cambios en los últimos años y en un tono menor”, comenta Guillermo Fernández Vázquez, profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III y autor del libro ¿Qué hacer con la extrema derecha en Europa?
Pese a que en un primer momento sí perdió apoyo tras la salida de Haider, el FPÖ es uno de los partidos que mejor ha gestionado el cambio de liderazgo en el espectro de la extrema derecha. Este tipo de formaciones, en su mayoría muy dependientes de una figura carismática y organizadas de una forma personalista, basada casi exclusivamente en su líder, sufren mucho a la hora de sustituirlo. “Es indudable que en los partidos de extrema derecha en los últimos 40 años ha habido una dependencia grande de sus líderes, que suelen ser todas figuras carismáticas. Aunque es cierto que, con frecuencia, sobre todo en partidos de más largo recorrido, hemos visto también cambios de liderazgo exitosos, incluso de políticos que llevaban décadas a la cabeza o habían fundado la formación”, explica Steven Forti, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de Democracias en extinción: el espectro de las autocracias electorales.
Sin embargo, Jaime Bordel, politólogo y coautor de Salvini & Meloni: hijos de la misma rabia, piensa que el problema del personalismo no es algo exclusivo de la extrema derecha, sino que se repite en mayor o menor medida en todos los nuevos partidos. “Hay dos aspectos que a las formaciones les hacen depender más de sus líderes: el grado de implantación territorial y el de institucionalización. Cuanto menor sea en ambos casos, más dependencia tendrá del líder y más sufrirá en las sucesiones. En el caso de la extrema derecha, al ser partidos más nuevos, casi siempre tienden a tener problemas en este sentido porque no tienen tantos liderazgos locales o alternativos”, señala Bordel. Para Forti, esa es la clave, cuánto se parecen esos partidos de extrema derecha en cuanto a estructura a las formaciones tradicionales y con mayor recorrido. Cuanto más lo hagan tanto en estructura como en organización, menos dependientes serán de una figura carismática.
De hecho, este caso lo ejemplifican perfectamente los dos grandes partidos de extrema derecha en Italia, donde, cree el politólogo, se ven las diferencias en las trayectorias de ambas formaciones. Por una parte está Fratelli d’Italia (FdI), de Giorgia Meloni, una formación que, si bien es heredera de otros partidos como el Movimiento Social Italiano, se fundó tal y como lo conocemos actualmente en 2012 y por tanto es relativamente nuevo. Por ese motivo, depende mucho más de Meloni, que ha construido un hiperliderazgo que parece difícil de sustituir aunque, especifica Forti, aún es joven para pensar en un relevo.
Por otra parte, está La Lega, una formación mucho más antigua. Fue fundada a principios de los 90 y, gracias a su mayor estructura e implantación territorial, ha demostrado poder sobrevivir a los cambios de liderazgos manteniéndose fuerte en el proceso. “Cuando Umberto Bossi, padre de La Lega, tuvo que dejar el partido por un escándalo de corrupción interna y por su edad, comenzaron a surgir las dudas sobre un declive electoral porque nadie pudiera ocupar su lugar. Y fue entonces cuando apareció Matteo Salvini”, comenta Forti. Un político que ha logrado mantener el liderazgo carismático y el éxito electoral de La Lega, pese al declive de estos últimos años, además de darle su propia personalidad al partido.
Sobre todo en partidos de más largo recorrido, hemos visto también cambios de liderazgo exitosos, incluso de políticos que llevaban décadas a la cabeza o habían fundado la formación
De padres a hijos (y a Bardella)
Otro partido forzado a plantearse una sucesión, en este caso por la condena judicial de su líder, es Rassemblement National (RN). Tras la más que probable inhabilitación de Marine Le Pen por un caso de corrupción relacionado con un desvío de fondos del Parlamento Europeo, la formación deberá buscar a otra persona para intentar llegar al Elíseo después de más de diez años con Le Pen como candidata. Durante todo ese tiempo, la líder de extrema derecha se ha convertido no solo en una figura carismática dentro de su partido, sino también fuera. Su perfil cercano y popular ha logrado conectar con las clases más bajas de Francia y ampliar su base electoral, llegando incluso a sectores que a la extrema derecha parecían serle esquivos, como las mujeres.
Ahora bien, su relevo natural parece el actual presidente de la formación, Jordan Bardella. El joven de tan solo 29 años sucedió en este puesto a la propia Le Pen en 2021 y ya tuvo unos resultados bastante exitosos como candidato en las elecciones europeas de 2019 y 2024 y también en las legislativas del año pasado, aunque con una segunda vuelta algo decepcionante. Pese a que aún hay dudas sobre su potencial, en especial relacionadas con su juventud y con la capacidad que tiene de llegar al mismo electorado que Le Pen, RN, el antiguo Frente Nacional, ya tiene experiencia en cambios exitosos: “Pese a que tiene muchas particularidades, ya que al final estamos hablando de un relevo familiar, el paso de Jean-Marie Le Pen a su hija Marine fue todo un acierto”, recuerda Forti. De hecho, fue ese cambio el que, en parte, inauguró la campaña de desdemonización del partido francés y le ha permitido irrumpir en las instituciones con más fuerza que nunca, incluso con oportunidades de ganar las elecciones.
No obstante, Fernández Vázquez matiza y tiene más dudas sobre si realmente este traspaso a Bardella sería tan natural y efectivo como el relevo padre-hija entre los Le Pen. “Estos partidos sufren mucho con este tipo de cambios. El caso de Francia es notorio, porque damos por hecho que RN sufrirá si Marine Le Pen no puede presentarse a las elecciones de 2027. ¿Quiere decir esto que van a evaporarse? No, pero es un golpe, y el fin de esos liderazgos implicaría una transición compleja que probablemente se acabará dando, pero que también implicaría mucho desgaste”, zanja el profesor.
Del partido unipersonal al control absoluto
Peor, para los expertos, les puede ir a otros partidos de extrema derecha europeos que dependen mucho más de sus hiperliderazgos. Quizás el que más puede sufrir es el Partido de la Libertad (PVV) de los Países Bajos, que tiene en la figura de Geert Wilders el principio y el final de todo, no sólo a nivel ideológico y mediático, sino también en la propia estructura del partido. “Cada formación y cada contexto nacional importa, pero también el vínculo que tienen con su líder. Si pensamos en el PVV, es un partido personal, en el sentido de que no hay posibilidad de afiliación, solo hay un miembro del partido que es el propio Wilders y que, por tanto, es su propietario. En este caso parece muy difícil que pueda haber una sustitución en el vértice del partido y que este pueda seguir existiendo si Wilders decide marcharse”, admite Forti.
Otra de las formaciones que tiene difícil un reemplazo en su hiperliderazgo es Vox. La figura de Santiago Abascal actúa como esa cabeza visible y carismática del partido, pero también como puente entre las diferentes facciones enfrentadas. Su liderazgo nunca ha estado realmente cuestionado pese a los recurrentes enfrentamientos internos, que han provocado las salidas de varias de sus figuras más importantes y reconocidas, también las que más posibilidades podrían tener de ser una alternativa viable para suceder a Abascal.
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“En Vox no hay vida política, no hay democracia interna y todo está hipercentralizado en su líder, cambiando incluso los estatutos en los últimos años para profundizar en esa idea. Todo está así en manos de un reducido número de personas que hacen y deshacen a su antojo, nombrando a los candidatos, a los cargos a nivel local y estatal, y controlando las finanzas de las agrupaciones y los grupos de las cámaras autonómicas”, señala el profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona.
La alternativa alemana
Sin embargo, hay un caso exclusivo y distintivo en las extremas derechas europeas que cuestiona la necesidad de un gran personalismo para tener éxito dentro de este espectro ideológico, y ese es el de Alternativa para Alemania (AfD). Su estructura organizativa es una rara avis no solo entre la ultraderecha, sino también entre la mayoría de los partidos europeos. En vez de tener un único liderazgo, AfD opta por la bicefalia, con dos copresidentes que se reparten responsabilidades y peso político. “Nunca asociamos al partido a un liderazgo claro, como por ejemplo sí sucede con RN y Le Pen o La Lega y Salvini. Es el partido más extraño en este sentido, quizás con Ley y Justicia (PiS) de Polonia, donde pese a que sí está Mateusz Morawiecki, tampoco existe esa continuidad entre líder y partido”, comenta Fernández Vázquez.
En la formación alemana los puestos de colíderes están ocupados por Tino Chrupalla y por Alice Weidel. Esta última es quizás más conocida por haber sido la candidata y cara visible del partido durante la campaña electoral de las elecciones de este año, participando en los debates e incluso entrevistándose con Elon Musk. Aun con ello, AfD logra con este coliderazgo integrar a las diferentes corrientes del partido y mantener una imagen más horizontal y colectiva, pese a tener también líderes carismáticos a nivel local, como Björn Höcke en Turingia. Sin embargo, nunca han caído en la tentación de estructurarse de forma personalista y es fácil imaginar una sucesión exitosa.