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La agricultura ecológica, cada vez más cerca de abastecer a los 530 millones de habitantes de la UE en 2050

Terrenos destinados a la Agricultura Ecológica en Extremadura.

Amélie Poinssot (Mediapart)

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Durante mucho tiempo, el credo de la agricultura productivista fue que había que alimentar al planeta. El uso creciente de insumos químicos, la expansión de las explotaciones, el desarrollo de maquinaria cada vez más eficiente, etc.: todo ello se justificaba por la necesidad de aumentar los rendimientos, destinados a una población infraalimentada. Al menos esto es lo que subyace a la revolución de la producción agrícola en Europa después de la Segunda Guerra Mundial y también a muchas políticas de desarrollo en todo el mundo.

Sin embargo, este credo está cambiando. Una agricultura sin productos químicos, más respetuosa con la vida y los paisajes, podría alimentar a la población a gran escala. En el mundo de la investigación, son muchos los que trabajan en este tipo de escenarios: la agricultura ecológica no debe limitarse a la horticultura en pequeñas parcelas, a circuitos cortos en torno a un pueblo o un valle; puede afectar a toda la cadena agroalimentaria.

Desde la pasada primavera, varias publicaciones –ensayos, trabajos científicos– vienen a corroborar esta hipótesis; es posible que el continente europeo dé la espalda a los productos fitosanitarios y produzca masivamente según métodos agroecológicos.

¿El principio? Poner la ecología en el centro de la actividad agrícola. Dicho de otro modo, no centrarse únicamente en el objetivo de la producción, sino combinarlo con los requisitos medioambientales. No para estandarizar el mundo viviente, como hace la agricultura convencional al desarrollar sólo unas pocas variedades, sino para mantener la diversidad de las especies cultivadas.

Se trata también de “restablecer los vínculos entre los agricultores y los consumidores de alimentos, basándose en valores de equidad, justicia, participación y democracia”, explica el agrónomo Alain Olivier, cuyo libro La Révolution agroécologique. Nourrir tous les humains sans détruire la planète [La revolución agrícola. Alimentar a todos los seres humanos sin destruir el planeta], publicado en Francia el pasado mes de marzo, aboga por una transición global a este modo de producción.

Su libro nos recuerda, con buen criterio, que la agroecología, lejos de ser un invento de iluminados o de “ecologistas urbanitas” del siglo XXI, es “probablemente tan antigua como la propia agricultura”: “Un análisis minucioso de los sistemas tradicionales de producción agrícola, en particular en varios países del Sur global, ha permitido sacar a la luz una gran cantidad de conocimientos y saberes campesinos que indican una fina comprensión de los equilibrios naturales y una gestión de la parcela agrícola estrechamente vinculada al mantenimiento de dichos equilibrios”.

Entre este conjunto de prácticas ecológicas, se encuentra la agroforestería, es decir, una mezcla de cultivos en el suelo y el uso de árboles, que tienen, entre otras virtudes, la capacidad de secuestrar carbono en el suelo, una forma de contribuir a la lucha contra el cambio climático. “De hecho, las prácticas agroecológicas son una de las pocas herramientas que pueden tanto mitigar como adaptarse al cambio climático”, escribe Alain Olivier.

Sin embargo, hoy en día, la agroecología que defiende este profesor de la Universidad de Laval sigue siendo minoritaria. Sólo el 8,5% de las tierras agrícolas europeas son ecológicas (el 9,5% en Francia, por detrás de Austria, Estonia, Suecia, Italia, etc.), y el objetivo declarado por la Comisión Europea es alcanzar el 25% en 2030. ¿Cómo llegamos al 100%? ¿A costa de qué transformaciones, de qué opciones políticas?

En su libro Demain, une Europe agroécologique [Mañana, una Europa agroecológica], los investigadores e ingenieros agrónomos Xavier Poux y Pierre-Marie Aubert describen con detalle el escenario en el que trabajan desde 2018: Tyfa (de “Ten Years For Agroecology”). Según sus cálculos, la agroecología podría alimentar a los 530 millones de personas que seremos en la Unión Europea en 2050, un modelo “no sólo deseable, sino sobre todo perfectamente factible a escala europea”, siempre que “acompañe los cambios alimentarios hacia una mayor sostenibilidad y, digamos, sobriedad”. Porque prescindir de los plaguicidas y los fertilizantes sintéticos supone, a primera vista, un descenso de los rendimientos...

El principio, para hacer frente a este descenso sin tener que aumentar la superficie de las tierras agrícolas, es reducir drásticamente la producción animal, lo que a su vez permite reducir las cosechas y las importaciones de cereales (una caída del 30% de la producción vegetal con respecto a 2010) y limitar las emisiones de gases de efecto invernadero (una caída del 36%). La alimentación del ganado ocupa tres cuartas partes de la superficie agrícola europea. En el modelo de los dos autores, el volumen de la ganadería se reduce así en un 45%, con las aves de corral y los cerdos a la cabeza, con una reducción del 70%.

No se trata de acabar con la ganadería: los animales, en pastos al aire libre bien gestionados, son un componente esencial del equilibrio de los ecosistemas y del mantenimiento de los paisajes. Se trata más bien de poner fin a la ganadería industrial y redistribuir las prácticas extensivas.

En este escenario, los prados y la vegetación natural, reserva de biodiversidad, ocupan un lugar privilegiado: setos, árboles, pantanos, etc. La buena salud del suelo se restablece mediante el uso de estiércol o compost, allí donde se utilizaban fertilizantes nitrogenados. Y para recuperar de forma natural el nitrógeno, un nutriente esencial para el crecimiento de las plantas, se están introduciendo más leguminosas (trébol, alfalfa, esparceta, etc.) en las rotaciones de cultivos, porque tienen la particularidad de fijar en el suelo el nitrógeno que se encuentra en el aire, entre otras cosas. También permiten alimentar al ganado, proporcionar proteínas a los seres humanos y servir de base para el abono verde.

El corolario de este cambio de modelo agrícola es que la alimentación de los europeos debe evolucionar hacia una dieta menos cárnica, menos rica en productos lácteos y más orientada a las proteínas vegetales. Las cifras del escenario Tyfa sobre lo que debería llenar nuestros platos en 2050 hablan por sí solas: una reducción del 40% en la cantidad de productos lácteos (en comparación con el consumo de 2010), y una reducción a la mitad de la cantidad de carne. En el caso de la población francesa, la tendencia ya está en marcha: el consumo de carne cayó un 12% entre 2007 y 2016, según el Crédoc (Centro de Investigación para el Estudio y la Observación de las Condiciones de Vida).

Para lograr esta transición agroecológica, los dos investigadores también cuestionan la ultraespecialización a la que ha llegado la agricultura convencional en la actualidad. Lo que hace falta, escriben, es restablecer el policultivo, es decir, explotaciones con actividades diversificadas, en las que la parte de producción animal alimenta la parte de cultivo, y viceversa. Circuitos cortos que reducen, al mismo tiempo, las emisiones de carbono debidas al transporte, pero también los riesgos en caso de interrupción del suministro.

Sin caer en el localismo, que consideran inadecuado para pensar en la agroecología a escala del continente europeo, los dos autores subrayan que hay que volver sobre todo a los territorios diversificados, frente a una trayectoria como la de Bretaña [norte de Francia], por ejemplo, marcada por la concentración de animales, o la de la región de Beauce [norte], cuyos paisajes han sido destruidos por la agricultura intensiva de cereales.

En definitiva, Xavier Poux y Pierre-Marie Aubert instan a una revolución de nuestro modelo agrícola: “La historia sugiere que es posible. Los agricultores pudieron llevar a cabo una revolución agroquímica entre 1950 y 1980; lo que Tyfa propone es una revolución agroecológica de aquí a 2050”.

Esta revolución, sin embargo, no se logrará simplemente con cambios en los hábitos de consumo y conversiones individuales de los agricultores. Detener las inversiones en la producción intensiva de animales, desconcentrar los mataderos, reestructurar la gran distribución, permitir que la agricultura ecológica se imponga a gran escala: todo esto no sucederá sin voluntad política.

Esto es también lo que se desprende de un artículo científico publicado el pasado mes de junio en la revista One Earth. Un equipo de investigadores europeos presenta un escenario europeo de agroecología para el año 2050. A grandes rasgos, podemos ver algunas de las líneas defendidas por los dos autores: reducción del número de cabezas de ganado, eliminación de las importaciones para la alimentación animal, cambios en la dieta, uso de estiércol e introducción de legumbres en las rotaciones de cultivos para evitar los fertilizantes químicos.

Pero este estudio científico, dirigido por el bioquímico Gilles Billen, cuyo objetivo es controlar el ciclo del nitrógeno para reducir los gases de efecto invernadero y la contaminación de los ecosistemas, añade un nuevo parámetro: el reciclaje de los excrementos humanos. Según las proyecciones del artículo, el 70% de los excrementos de los 600 millones de habitantes del continente europeo que seremos en 2050 podrían utilizarse para compensar la desaparición de los abonos químicos en la fertilización del suelo. Eso sí, siempre que “se levante la actual prohibición de los excrementos humanos en la agricultura ecológica europea”.

Al igual que en el modelo anterior, este escenario permite mantener una superficie agrícola constante a pesar del aumento de la población, y prescindir de las importaciones que provocan una deforestación masiva y altas emisiones de gases de efecto invernadero (actualmente, el 19% de las raciones de alimentos para animales en el continente europeo dependen del maíz y la soja procedentes de Estados Unidos y Sudamérica).

Hay que reducir el tamaño de las explotaciones para poder alimentar a los animales localmente. El artículo utiliza como referencia la década de 1960, cuando el número de cabezas de ganado era casi la mitad del actual, “un periodo considerado aquí, a falta de otros datos, como referencia del estado tradicional de la agricultura”. En definitiva, en 2050 llegaríamos a un equivalente de 0,37 vacas lecheras por hectárea a nivel europeo –frente a las 0,68 actuales– y a unos excedentes anuales de nitrógeno en el suelo de 30 kg por hectárea, frente a los 63 actuales.

Desintensificación, compartir tierras, búsqueda de autonomía; este artículo describe, punto por punto, cómo podría ser nuestra agricultura y nuestra alimentación en 2050 si los 27 países decidieran hacer un cambio sistémico. En las explotaciones, el ganado y los cultivos volverían a estar interconectados para promover circuitos locales virtuosos entre el ganado, el estiércol, los cultivos y la alimentación animal y humana. Un sistema que a la postre se asemejaría más a la agricultura de los años 50 y 60, con la incorporación de máquinas y conocimientos científicos...

En cuanto a la alimentación, nuestra dieta sería más sana y frugal. Sin embargo, no hay privaciones. Entre 2009 y 2013, el 55% de la dieta europea consistía en productos animales (carne, leche, queso, huevos, etc.), mientras que esta proporción era solo del 45% 50 años antes. Y la plataforma científica internacional EAT-Lancet, citada en el artículo de One Earth, incluye sólo un 33% de productos animales en su dieta saludable de referencia.

El escenario planteado por los investigadores propone limitar los productos animales al 25% de nuestra dieta. Le seguirían el 45% de cereales (frente al 29% en 2009-2013 en Europa), el 10% de legumbres (frente al 0,8%), el 15% de frutas y hortalizas (frente al 9,2%) y el 5% de pescado y marisco (frente al 6%).

Otros ejercicios de modelización para el año 2050, citados en el libro La Faim dans le monde [El hambre en el mundo], se basan también en la reducción de las proteínas animales en nuestra dieta. Esto es especialmente cierto en el caso del escenario Agrimonde, que pretende reducir las asimetrías en el acceso a los alimentos en el mundo sin depender del aumento de la productividad. En este caso, un enfoque nutricional guía la previsión: prevé la aparición de prácticas de consumo asociadas a prescripciones de salud pública.

Sin embargo, hay mucha resistencia a este cambio de modelo. Este es el contrapunto que aporta este libro, escrito bajo la dirección de los sociólogos Delphine Thivet y Antoine Bernard de Raymond. La cuestión de la seguridad alimentaria sigue dominada por el paradigma productivista y el del libre comercio, cada uno de ellos promovido a su manera por diferentes organizaciones internacionales como la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) o la OMC (Organización Mundial del Comercio).

Los defensores de este enfoque confían en las nuevas tecnologías agrícolas para seguir aumentando los rendimientos del planeta, al tiempo que reducen el impacto de la agricultura en el medio ambiente y la adaptan al cambio climático, cuyos efectos ya son reales para el sector. Una de las vías promovidas por este pensamiento solucionista son los transgénicos.

“Dado que estas instituciones son también las que, en gran medida, asignan la financiación más importante a los Estados, contribuyen a mantener una concepción reduccionista del problema de la seguridad alimentaria, vinculada a la necesidad de aumentar las inversiones agrícolas”, se lee en el libro, que reúne el trabajo de varios investigadores.

La defensa de la agroecología, aunque minoritaria, ha cobrado fuerza en los últimos quince años; cada vez cuenta con más apoyo de los movimientos campesinos que reafirman el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas alimentarias y a alimentarse. “Es aquí donde los grupos sociales directamente afectados por el hambre pretenden expresar y hacer valer sus demandas”, escriben los autores. Lo hemos visto recientemente en torno a la cumbre de la ONU sobre sistemas alimentarios: muchas organizaciones campesinas africanas decidieron boicotearla, para oponerse a la creciente influencia de la agricultura industrial en el continente.

Alain Olivier también señala en La révolution agroécologique que la mayoría de las personas que pasan hambre en el mundo viven en zonas rurales. Sin embargo, algunos de ellos trabajan en la agricultura, pero sin un acceso seguro a la tierra propia. “Muy a menudo, la agricultura industrial no sirve, o sirve muy poco, para alimentar a la población del territorio en el que se encuentra: tiene como objetivo un mercado de exportación que, además, no siempre se destina al consumo humano, sino también a otros usos, especialmente industriales”.

Este es también el mérito de todas estas lecturas: romper algunas ideas preconcebidas. Algunos afirman que sólo los productos agroquímicos, con su alto rendimiento, pueden satisfacer la demanda mundial de alimentos. Un monde sans faim muestra, por el contrario, que la agricultura industrial ha fracasado en la alimentación del planeta. La infraalimentación afecta a todos los continentes (821 millones de personas en 2017 según la FAO) y ha aumentado tras la crisis financiera de 2008, que fue un año récord en cuanto a producción agrícola. Está claro que el reto de alimentar a 9.000 millones de personas en 2050 no se resolverá con la agricultura de producción.

El pasado mes de junio, una reseña publicada (en inglés) por la revista científica Global Food Security se pronunció al respecto. Un equipo de investigadores de Francia y Estados Unidos cribó más de 11.700 estudios sobre agroecología publicados entre 1998 y 2019. De ellos, seleccionaron 56 artículos científicos que cumplían una serie de criterios y protocolos experimentales. Descubrieron que el 78% de estos trabajos muestran que las prácticas agroecológicas mejoran la seguridad alimentaria y la nutrición de los hogares en los países menos desarrollados.

Otra idea muy arraigada entre los que defienden el productivismo: a quienes temen por la vocación de Europa de alimentar al mundo, Xavier Poux y Pierre-Marie Aubert les responden que la Unión Europea sólo dedica un 2% de su superficie agrícola a la exportación de cereales. Sobre todo, hasta ahora, depende de las importaciones para la alimentación animal...

Sin embargo, el marco productivista sigue dominando el campo de la investigación. En Demain, une Europe agroécologique [Mañana, una Europa ecológica], leemos que “sólo el 7% del presupuesto de investigación de la Unión Europea puede considerarse que beneficia a la agricultura ecológica”.

En Francia, sin embargo, el INRAE (Instituto Nacional de Investigación para la Agricultura, la Alimentación y el Medio Ambiente, por sus siglas en francés), que durante mucho tiempo ha favorecido la agricultura convencional, se vuelca cada vez más en la experimentación de prácticas alternativas y empieza a pensar en un cambio de escala. En febrero de 2020, el instituto anunció un programa de investigación europeo que coordina a 24 organizaciones de todo el continente para trabajar en la agricultura sin pesticidas.

A principios de septiembre, también anunció un amplio programa interdisciplinario que reúne varios proyectos de investigación sobre el cambio de escala para satisfacer la demanda social de más agricultura ecológica. Este programa, explica el instituto, “explora la hipótesis de que la oferta nacional de productos ecológicos sea mayoritaria [...]. Una agricultura mundial que se convirtiera en un 50%, o más, en ecológica, a medio plazo requeriría un cambio radical en toda la cadena agroalimentaria”.

Algunos ejemplos de los temas estudiados por los investigadores del INRAE: la experimentación de un insecticida natural a base de aceite esencial de clavo, cáscara de naranja y menta verde, la investigación sobre los sistemas de cría de cerdos ecológicos, la adaptación de las cooperativas de recolección al creciente número de productos ecológicos en Occitania [sur], la evaluación de las necesidades de estiércol y nitrógeno para alimentar una superficie creciente de tierras cultivadas ecológicamente, etc.

Algunas de las conclusiones a las que llegaron los investigadores coinciden con los trabajos mencionados anteriormente: el aumento del cultivo de leguminosas y la reubicación de los rumiantes lo más cerca posible de las zonas cultivadas pueden proporcionar el nitrógeno necesario para ampliar la agricultura ecológica.

“Lejos de la hiperespecialización que ha sido la norma en la agricultura durante las últimas décadas, la palabra clave para la transición es ‘diversidad’, y esto a todos los niveles; en las explotaciones, los paisajes y los territorios, pero también en cuanto a la trayectoria de los agricultores, los sistemas y los mercados”, concluye el INRAE.

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Traducción: Mariola Moreno

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