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Albania amenaza con convertirse en el vertedero de Europa

Imagen del vertedero de Sharra (cerca de Tirana, la capital de Albania) de un documental censurado realizado por el periodista Artan Rama

J.-A. Dérens, L. Geslin y S. Rico (enviados especiales de Mediapart)

Algunas sombras descienden por una montaña de residuos, la espalda encorvada por el peso de enormes bolsas llenas de botellas de plástico. Para dar de comer a sus dos hijos y a su marido discapacitado, Valbona trabaja todas las noches en el vertedero de Sharra, perdido en las colinas detrás de los edificios nuevos de la periferia de la capital albanesa, Tirana. “Gano siete euros diarios”, explica esta joven, agotada por el cansancio y que oculta el rostro tras una improvisada máscara con la que se protege de las emanaciones de gas.

En teoría, está prohibido rebuscar en la basura, sin embargo, las autoridades hacen la vista gorda. Junto a las miles de personas que revuelven en los contenedores, en la calle, estos recolectores de residuos son los únicos que efectúan, en Albania, una recogida selectiva. Gracias a ellos funciona el puñado de plantas de reciclaje de cartón, de metal o de plástico existentes en el país. Muchos son gitanos, pero también hay migrantes interiores y residentes en las montañas, en las zonas más desfavorecidas del norte, que llegan atraídos por las luces de la capital.

En agosto de 2016, uno de ellos, Ardit Gjoklaj de 17 años, murió aplastado por un bulldozer en el vertedero de Sharra. Después de esto, los recolectores, y los que viven en los barracones improvisados instalados en los alrededores, temen que las autoridades los echen por la mala fama que supuso la noticia. “Todo el mundo, incluidos los medios de comunicación, en manos de oligarcas, quiere evitar que se sepa que hay menores que trabajan entre esta inmundicia”, cuenta Artan Rama, periodista de investigación que realizó un documental sobre este basurero antes de ser despedido, de la noche a la mañana, de Vizion Plus, la televisión privada en la que llevaba 15 años trabajando (el documental puede verse aquí).

El periodista asegura que los propietarios de la cadena, con intereses en el sector de la construcción, después fueron “recompensados”: recibieron importantes contratos de obra pública. Así es cómo confluyen los negocios, los medios de comunicación y la política en la Albania actual, país que a menudo se considera un candidato “modelo” para formar parte de la UE.

“Mira, aquí es donde duermo”, sonríe Nuredin, de unos 50 años y veterano en el mundo del reciclaje de residuos, apostado frente a un colchón raído situado sobre un banco de madera. “Vendemos el plástico a intermediarios, que luego lo revenden a las fábricas de reciclaje”. El pequeño barracón de tablones y cartones que construyó apenas está protegido de la lluvia por un techo destartalado y la pequeña estufa no permite combatir el frío del invierno. En un rincón, un reloj roto, algunos libros y baratijas de metal que posiblemente le hagan ganar algunos lekë. Cuando amaina el viento, un hedor pestilente invade la estancia. “Cuando llegamos, en los años 90, el vertedero ya existía, pero no era tan grande. En aquella época, no había tanto plástico y no se producían tantos residuos”, cuenta una residente en la zona.

La recogida selectiva se introdujo tímidamente en el centro de Tirana hace algunos años, pero la basura depositada en los contenedores verdes o amarillos termina toda, junta, en el basurero de Sharra... En el país todavía no funciona ninguna incineradora de residuos y numerosas ciudades de provincia sólo disponen de vertederos ilegales, mientras que se sigue exportando a Albania el material electrónico usado como baterías, pilas o restos de la construcción. La mayoría procede de Italia, donde el tratamiento de residuos a menudo está bajo control de las redes mafiosas.

El escándalo vuelve a ser noticia en la prensa italiana. El pasado 2 de marzo, el diario Roma publicaba una investigación según la cual sólo durante el año 2016, cerca de 30.000 toneladas de residuos pudieron haber desaparecido en Albaniadesaparecido. Se trata sobre todo, supuestamente, de residuos urbanos procedentes de las ciudades de Nápoles y Bari, equivalentes a unos 1.300 contenedores con una capacidad unitaria de 22 toneladas y que habían sido embarcados en el puerto calabrés de Gioia Tauro y con destino Durrës, en Albania.

El cargamento debía ser traslado después en un camión hasta el vertedero de Drisla, cerca de Skopje, en Macedonia, cuya concesión tiene desde hace cuatro años una firma italiana, la empresa FCL Ambiente, que se presenta como una filial de una compañía de financiación de obras públicas, Finanziaria Centro Lazio. Según sus respectivas páginas web, las actividades de FLC Ambiente se limitan a la explotación del basurero de Skopje, mientras que las de su casa matriz son más vagas [1].

El problema es que estos residuos jamás cruzaron la frontera de Macedonia, por lo que desaparecieron en Albania. De hecho, el Gobierno de Macedonia se negó en dos ocasiones en 2016 a dejar pasar cargamentos de residuos. Sin embargo, esto no es óbice para que la empresa FCL Ambiente proponga sus servicios a cada vez más municipios italianos, facturando por la recogida de residuos entre 80 y 160 euros por tonelada. Los beneficios son enormes, inmediatos, y la desaparición de los residuos en Albania, o en los países vecinos, no parece suponer grandes problemas.

En realidad, la gestión de los residuos y su posible importación lleva envenenando la vida política albanesa desde el último cuarto de siglo. Tras la caída del régimen comunista en 1991, los gobiernos que se han sucedido, tanto de derechas como de izquierdas, se han ido pasando la patata caliente con la promesa de poner fin a la importación de residuos o, al menos, regularla. En 2003 se aprobó la primera ley, que dotaba al Estado de un mayor control. Sin embargo, en la práctica no se ha visto ningún resultado.

“En realidad, nadie lo controla”

Al año siguiente, el gobierno socialista de Fatos Nano y el empresario italiano Manlio Cerroni alcanzaban un acuerdo. Cerroni proyectaba construir una incineradora en Kashar, a las afueras de Tirana, y tratar allí los residuos procedentes de la otra orilla del Adriático a través del puerto de Durrës, el mayor de Albania. Sin embargo, este proyecto pronto chocó con la oposición de la población, preocupada por el precedente que supondría. “Las fronteras son extremadamente porosas, nadie controla realmente lo que entra en territorio albanés”, explica Kozara Kati, una figura destacada de la sociedad civil albanesa y cofundadora de la Asociación contra la Importación de Residuos (AKIP).

Al acceder al poder en 2005, el primer ministro conservador Sali Berisha anuló rápidamente este controvertido acuerdo. Pero, seis años después, en 2011, impulsaba una nueva normativa sobre “la gestión integrada de los desechos”, teóricamente destinada a ser el marco legal de la recogida y reciclaje de residuos. Un artículo abría la veda a la importación de residuos, llegando a incluir un listado de 50 tipos de productos autorizados. Mientras en el Parlamento se estaba debatiendo el texto, las autoridades italianas se incautaron en el puerto de Bari de una carga de 69 neveras y 92 lavadoras, consideradas como contrabando. “No vamos a importar materias primas nocivas, radioactivas o no reciclables”, juraba y perjuraba el ministro de Medio Ambiente de Albania, Taulant Bino.

Por aquel entonces, la Italia de Silvio Berlusconi tenía una relación muy cercana con su pequeño vecino albanés. Entre los proyectos de la década de los años 2000, finalmente abandonados, Italia incluso llegó a plantearse la construcción de centrales nucleares en Albania ¡con las que cubrir sus propias necesidades energéticas! En realidad, el contrabando de residuos entre ambos países no es nuevo; la Albania estalinista de Enver Hoxha, prácticamente cerrada al resto del mundo, ya importaba desperdicios extranjeros en los 70 y 80, que se encargaban de tratar los numerosos efectivos del Ejército.

En 2011, el proyecto de ley de Sali Berisha suscitó una movilización sin precedentes de la sociedad civil. La asociación AKIP recogió 64.000 firmas para pedir un referéndum sobre la importación de residuos y, finalmente, el presidente Bamir Topi se negó a firmar los decretos de aplicación de esta ley. A fin de cuentas, el año siguiente, el gobierno aprobó vía decreto una lista más reducida de materias importables. A día de hoy, teóricamente, sólo se permiten ciertas categorías específicas de “materias primas procedentes del reciclaje” destinadas a sufrir una nueva vida: papel y cartón, madera, metales y plásticos.

Después de ganar las elecciones legislativas de junio de 2013, el Partido Socialista de Edi Rama se comprometió a acabar definitivamente con la importación de residuos, pero esto no impidió, a partir del otoño siguiente, que se reciclaran unas mil toneladas de armas químicas sirias como le solicitaba Estados Unidos. Una vez más, la movilización popular hizo que el Gobierno cediese. Después, la cuestión de los residuos cayó en el olvido durante tres años, hasta que tres diputados de la mayoría en el Gobierno propusieron, a finales de junio de 2016, una nueva ley sobre el sistema de recogida de residuos.

Eduard Shalsi, uno de los tres parlamentarios promotores del texto, justificó su aprobación por las “obligaciones europeas” de Albania. Desde junio de 2014, el pequeño país tiene el estatus oficial de candidato a la integración europea y, según él, en el momento en que los socialistas llegaron al poder, no existía “ninguna política pública de residuos”. De hecho, esta ley, tiene como objetivo hacer que la ley albanesa cumpla con las normas medioambientales europeas, aunque contiene también un artículo que abre una vía a la importación de desechos. “Hay que entender que únicamente se trata de residuos reciclables”, insiste Eduard Shalsi.

El argumento no ha convencido a casi nadie en Albania, sobre todo porque el texto fue presentado en el Parlamento en pleno verano, en un momento en que los debates estaban centrados en la espinosa reforma judicial. A lo largo de septiembre de 2016, miles de personas salieron a la calle. El 1 de octubre, una semana después de someter a votación la ley, más de 5.000 personas se manifestaron en Tirana, “un récord para una protesta organizada por la sociedad civil”, se felicita Kati Kozara.

Cada vez que están en el Gobierno, tanto la derecha como la izquierda argumentan lo mismo a la hora de justificar la necesidad de importar residuos: el reciclaje sigue siendo un negocio incipiente en Albania y es el sector industrial el que necesita una ley. “Mi fábrica solo funciona al 30% de su capacidad, tengo que comprar papel en el extranjero para poder producir cartón en Albania, lo que conlleva mayores costes que si yo mismo reciclase los residuos”, asegura Bardhyl Balteza, portavoz de las empresas del sector y propietario de la fábrica Edipack, la única en Albania que fabrica cartón reciclado y envases.

Omnipresente en los medios de comunicación, este empresario es categórico: los recolectores del país no recogen bastante papel usado para poder rentabilizar sus inversiones. Las instalaciones de Edipack ocupan las ruinas del antiguo complejo químico de ciclo combinado de Porto Romano, en las afueras de Durrës, a pocos kilómetros del puerto. En el patio de la fábrica, algunos camiones entregan papel ya reciclado procedente de Alemania y de Austria, mientras que otros se preparan para embarcar el cartón de Edipack con destino a Serbia y Montenegro.

Fuertes intereses políticos y mafiosos

En los talleres, 120 obreros se afanan alrededor de las viejas máquinas. Ninguno lleva puestos ni guantes ni cascos, a pesar del ruido ensordecedor. Bardhyl Balteza se dirige al mercado regional, pero asegura que si no se aprueba la nueva ley sobre residuos intentará deslocalizará su empresa a Kosovo o Macedonia, donde no hay ninguna industria dedicada al reciclaje.

El peso en la economía albanesa de las pocas empresas del sector sigue siendo limitado, sin embargo, el Gobierno puede que apueste por ellas para tratar de reactivar una economía moribunda. En el Parlamento, el ministro de Medio Ambiente Lefter Koka adujo que la industria del reciclaje es un sector con futuro ya que el país sigue siendo uno de los más pobre en Europa. Claro que, según las cifras oficiales, Albania apenas pueden tratar su propia basura: en la actualidad recicla menos del 20%.

Según los ecologistas, la postura de la industria del reciclaje es una mera cortina de humo destinada a ocultar oscuros intereses políticos y mafiosos. En el punto de mira está, por ejemplo, Eco Tirana. Esta empresa encargada de la recogida de basuras nació del acuerdo conjunto alcanzado por el Ayuntamiento de Tirana y por la ciudad de Verona, pocos días antes de que se debatiese la ley en el Parlamento.

En Albania, se están construyendo dos incineradoras y varios vertederos. En las montañas del sureste del país, las obras de la de Maliq avanzan rápidamente. Financiada por la agencia alemana de desarrollo GTZ, las instalaciones, que deben cumplir con las normas medioambientales más estrictas, parecen particularmente sobredimensionadas, sobre todo habida cuenta de que se trata de una región muy poco poblada. “En Maliq se cruzan las principales carreteras del país y la frontera griega está muy cerca. ¿Qué desechos recibirá este vertedero?”, se pregunta Brizida Gjikondi, activista ecologista oriunda de esta zona. Y añade: “Si Europa realmente quiere que Albania se convierta en su vertedero, esta Europa ya no nos interesa”.

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[1] Los datos están disponibles en italiano y en inglés.italianoinglés

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  Traducción: Alba Precedo

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