El caos político alemán complica la respuesta europea a Trump
Cuesta no ver en esto el símbolo de la impotencia europea: al día siguiente del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, el canciller alemán, Olaf Scholz, destituyó a su ministro de Finanzas, sumiendo a la mayor economía de la Unión Europea en una crisis política que puede durar meses.
Scholz, exalcalde de Hamburgo, tampoco asistió al primer acto de la cumbre informal europea celebrada el jueves y el viernes en Budapest (Hungría), feudo de Viktor Orbán. Pero la crisis de Berlín estaba en la mente de muchos líderes, que saben que la UE no puede avanzar en la defensa europea o en la respuesta comercial a Estados Unidos y China si se prolonga el vacío de poder en la cancillería alemana.
“Es importante que haya pronto elecciones en Alemania porque necesitamos una Alemania fuerte”, llegó a declarar el primer ministro finlandés, Petteri Orpo, a su llegada a Budapest, inmiscuyéndose directamente en el debate político alemán. “Una cosa está clara: Europa no puede ser fuerte sin una Alemania fuerte”, añadió la maltesa Roberta Metsola, presidenta del Parlamento Europeo.
La CDU, partido democristiano alemán en la oposición, viene reclamando desde este jueves la convocatoria de elecciones anticipadas cuanto antes, con una cuestión de confianza que se presentará en el Bundestag “en los próximos días”. Pero Olaf Scholz sigue defendiendo el calendario que prevé elecciones generales en marzo. En este escenario, Trump tomaría posesión de su cargo en la Casa Blanca en enero, cuando Alemania estaría entrando en campaña electoral. Desde Estados Unidos, Elon Musk se apresuró a comentar en la red social X, en alemán: “Olaf ist ein Narr” (Olaf es tonto).
Dentro de la UE, algunos aún quieren creer que el inminente fin de la coalición en Alemania, inestable y frágil desde su creación, es una buena noticia para Europa. “Una esperanza para Europa”, decía el jueves un editorial del Financial Times. Estos analistas están convencidos de que es necesario un cambio de ejecutivo, al menos en Berlín, para reactivar el motor franco-alemán, minado desde hace años por graves desacuerdos estratégicos.
Al menos a corto plazo, Olaf Scholz ya no parece tener las manos libres para comprometerse, por ejemplo, con una nueva deuda común de la UE para financiar la ayuda militar a Kiev, o con una política comercial más dura frente a Estados Unidos o China. “Somos plenamente capaces de actuar en los Consejos Europeos y, por supuesto, el Gobierno puede seguir haciendo bien su trabajo”, afirmó, no obstante, el vicecanciller de Los Verdes, Robert Habeck, para tranquilizar a sus socios europeos.
Zelensky en tierras de Orbán
No es probable que los vaivenes de la crisis política alemana alteren a Orbán, más bien al contrario. El autócrata húngaro vive estos días una alineación de planetas sin precedentes: el regreso de su modelo y aliado Trump a la Casa Blanca en un momento en el que ostenta la presidencia rotatoria de la UE hasta finales de diciembre. Orbán ha explicado este jueves en rueda de prensa que no acabó bebiendo champán cuando Trump anunció su victoria, como había prometido, sino vodka, porque ese día se encontraba de viaje en Kirguistán.
El primer ministro húngaro no ha parado de quedar mal con sus socios europeos en los últimos meses, viajando a Moscú y luego a Pekín en una supuesta “misión de paz” en julio, y a Tiflis a finales de octubre, después de que el partido prorruso ganara las cuestionadas elecciones en Georgia. En octubre, en el Parlamento Europeo, la Presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, respondió duramente al discurso de Orbán, subrayando sus francos desacuerdos sobre Ucrania.
“Dicen que estamos irremediablemente aislados”, bromeó el jueves en Facebook Tamas Menczer, responsable de comunicación de Fidesz, el partido de Orbán en el poder en Hungría, cuando unos cuarenta dirigentes viajaban a Budapest. “Mientras, el gobierno alemán se hunde, Francia hace tiempo que perdió su reputación de estabilidad política, y la lista continúa”. El primer ministro de Albania, Edi Rama, ironizaba de nuevo el jueves: “Fue un momento muy especial para mí ver a toda Europa reunida en el redil de su oveja negra”.
La cumbre informal se desarrolló en dos etapas en el estadio Ferenc-Puskas de Budapest, inaugurado en 2019, que Orbán mandó construir. La cumbre se abrió el jueves con una reunión de la Comunidad Política Europea (CPE), un formato ampliado a 47, en el que están representados todos los Estados de la Europa geográfica, excepto Rusia y Bielorrusia. También participaron Georgia y Serbia, cuyos gobiernos están más próximos a Moscú.
Volodímir Zelensky, a pesar de sus frías relaciones con Orbán, viajó a Budapest. Mientras Donald Trump ya ha elogiado la “genialidad” de Vladimir Putin al invadir Ucrania, el presidente ucraniano repitió su mensaje a los Veintisiete: “Algunos de ustedes están instando enérgicamente a que Ucrania haga ‘concesiones’. Esto es inaceptable para Ucrania, y un suicidio para toda Europa”, declaró.
Inmediatamente después de su elección, Donald Trump repitió que se proponía “poner fin a las guerras”, sin decir nada sobre cómo hacerlo. Según el Wall Street Journal, Trump imaginaría una zona tapón entre los dos países, dotada de tropas europeas (Francia, Alemania, Polonia) y británicas para detener los combates. Preguntado por la voluntad de Trump de actuar con rapidez en Ucrania, Zelensky, que se cuidó de no criticar frontalmente al ex magnate inmobiliario, respondió el jueves: “Eso es lo que él quiere. Eso no significa que vaya a ser así.”
La situación de Estados Unidos es polarizante, en un momento en que el equilibrio político en la mesa del Consejo Europeo se desliza cada vez más hacia la extrema derecha
Tras esta importante reunión, los 27 Estados miembros volvieron a reunirse para una cena en la que Donald Trump fue el principal tema de debate, seguida de una mañana de trabajo el viernes sobre el seguimiento del “informe Draghi”, un documento publicado en septiembre que se supone servirá de hoja de ruta económica para el próximo mandato de la Comisión. En concreto, cómo financiar las inversiones planteadas por Draghi para consolidar la soberanía de la UE.
Tras la elección de Donald Trump, la UE está haciendo todo lo posible por mostrar su unidad, como lo ha hecho a duras penas durante crisis anteriores, desde la pandemia de covid hasta la invasión rusa de Ucrania. Pero la cuestión americana es mucho más polarizante y el equilibrio político en la mesa del Consejo se desliza cada vez más hacia la extrema derecha con cada nueva cumbre.
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No sólo Orbán se alegra abiertamente del triunfo de Trump: Giorgia Meloni, la presidenta posfascista del Consejo italiano, se describe a sí misma como la “interlocutora natural” de Donald Trump en Europa –aunque no comparta las opiniones pro-Putin de Trump y Orbán–, mientras que el holandés Geert Wilders, pilar de la coalición gobernante en La Haya, y el canciller austriaco Karl Nehammer también están encantados con la vuelta de Trump al poder.
En este delicado contexto, Emmanuel Macron, que atraviesa un mal momento en París, sueña con reinventarse en la escena europea liderando una coalición de países deseosos de reforzar la “soberanía” de la UE. Un credo que repite desde su primera elección en 2017. Pero en este terreno, Macron, tan debilitado como Scholz, se ha visto superado por el polaco Donald Tusk, quien, incluso antes del resultado de las elecciones en Estados Unidos, ya había instado a la UE a superar la era de la “subcontratación geopolítica”.
Traducción de Miguel López