Sin duda, ellos mismos eran conscientes de que todo se les escapaba de las manos. Los organizadores del 54º Foro Económico Mundial de Davos habían elegido "Reconstruir la confianza" como título del evento. En un momento en que el mundo se ve sacudido por guerras, crisis geopolíticas y tensiones económicas y sociales sin precedentes en décadas, era urgente intentar recuperar el control de la narrativa, dar la impresión de estar guiando aún las cosas.
Al término del evento, que cada año reúne en el pequeño pueblo de montaña suizo a políticos, banqueros, patronos, grupos de presión y a los grandes financieros del mundo, dominó la impresión de que los discursos de los "grandes" de este mundo no van a ninguna parte.
Las palabras que debían iluminar al resto del mundo, de Jamie Dimon (JPMorgan), Sam Altman (OpenAI), Christine Lagarde (BCE), Antony Blinken (jefe de la diplomacia americana) o Ursula von der Leyen (Comisión Europea) –por citar sólo a algunos "cabezas de cartel"– han sido acogidas con una indiferencia casi general. Incluso la prensa financiera internacional, que suele dedicar un espacio desmesurado a ese evento, redujo su cobertura. Era como si todo el mundo pensara que lo importante estaba ocurriendo en otra parte.
Sin embargo, no faltó el entretenimiento. Como de costumbre, en el aeropuerto se vieron aparcados cientos de jets privados de dirigentes que oficialmente dan prioridad al cambio climático. Las estrellas del momento –como el músico Will.i.am y la actriz Michelle Yeoh– también estaban allí. Pero todo esto ya sólo interesa a las revistas sobre famosos.
Como ya viene haciendo cada año, la ONG Oxfam publicó unos días antes un informe actualizado sobre las grandes fortunas del mundo. En él muestra que la riqueza de los multimillonarios del mundo ha aumentado en 3,3 billones de dólares desde 2020, un aumento tres veces más rápido que la inflación. De cada 100 euros producidos, los multimillonarios han acaparado casi 70, dejando las migajas al resto del mundo. Algunos de ellos –el famoso 1%– poseen ya el 48% de todos los activos financieros del mundo.
Y lo que es más preocupante, según Oxfam: si nada cambia, en una década a más tardar, uno o varios multimillonarios sumarán fortunas que superarán el umbral del billón de dólares, equivalente al PIB del 80% de los países del mundo.
La globalización feliz y la competencia desenfrenada que Davos promueve incansablemente desde hace más de treinta años no resisten la prueba de la realidad.
Frente a estas cifras que ilustran una acumulación de riqueza sin precedentes y una profundización de las desigualdades igualmente sin precedentes, que colocan a las fortunas privadas en competencia directa con los gobiernos, los participantes en Davos ni siquiera intentaron responder. Lo saben: la globalización feliz y la competencia desenfrenada que Davos promueve incansablemente desde hace más de treinta años no resisten la prueba de la realidad.
El viejo orden mundial se derrumba ante sus propios ojos. Las guerras y las tensiones geopolíticas sacuden todo el planeta, la extrema derecha está en alza en todas partes, impulsada por poblaciones empobrecidas y desorientadas, y se cierne la sombra amenazadora de otra victoria de Donal Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos.
Creencia ciega en el tecnosolucionismo
Representante tras representante fueron subiendo al estrado en un intento de esbozar un futuro, pero su software no ha cambiado. La permanencia de Klaus Schwab al frente del equipo directivo de Davos ilustra por sí sola esta incapacidad de "reforma", por utilizar un término que les gusta. Klaus Schwab, aunque se acerca felizmente a su 86 cumpleaños, se niega a abandonar el foro que fundó en 1971 y a ceder las riendas.
Hay algo que Schwab comparte con la mayoría de los participantes en Davos: Su desesperación por conservar la inmensa influencia que han adquirido en las tres últimas décadas, imponiendo su ideología, sus teorías y su voluntad a todos los gobiernos.
En respuesta a los múltiples desafíos –a la "policrisis", como la llama el economista Adam Tooze–, y aunque no siempre lo afirmen abiertamente, preconizan un giro cada vez más iliberal, marcado por un aumento ilimitado de la defensa y una creencia ciega en el tecnosolucionismo.
Los dirigentes mundiales están convencidos desde hace tiempo de que la tecnología será la respuesta al cambio climático, a la tendencia a la baja productividad de las economías occidentales y a todos los demás problemas que puedan surgir. Sobrepasados por la velocidad de la innovación y los debates que pueden suscitar sus innovaciones, ilustrados en particular por la crisis de la cumbre OpenAI, han decidido aprovechar Davos para hacer un reajuste.
Sam Altman, reincorporado como jefe del grupo fundador de ChatGPT, fue recibido como un gurú. The Washington Post señaló que "las mesas redondas que reúnen a los líderes de este sector, entre ellos Sam Altman, son las más apreciadas de la localidad". Aunque a algunos líderes empieza a preocuparles la evolución de la inteligencia artificial y sus repercusiones en el conjunto de la sociedad, la tendencia general es de confianza.
"Los temores sobre la inteligencia artificial son fundados, pero probablemente exagerados", explicó Sam Altman a un público pendiente de cada una de sus palabras. En su opinión, la inteligencia artificial dista mucho de ser perfecta y aún contiene muchas zonas grises y defectos, y admite que las tecnologías evolucionarán hacia la personalización, "lo que va a incomodar a mucha gente". Pero cree que tenemos que estar preparados para tomar decisiones "incómodas".
De lo único que debemos asegurarnos, según él, es de que estos nuevos campos no estén sujetos a regulación, al menos de momento. Los avances son demasiado recientes o demasiado inciertos para establecer un marco o unos límites que frenen la innovación. Este mensaje fue recibido alto y claro por los participantes, que ven cualquier forma de regulación como un obstáculo a la libertad.
Marc Benioff, CEO de Salesforce, una de las principales empresas de software empresarial del mundo, también acudió a dar todo su apoyo, con un matiz: cree necesario regular el "desorden" creado por las redes sociales.
Cuando Javier Milei se relaja
Cómodos en el ambiente "exclusivo" de la cumbre, algunos participantes se vinieron arriba. En este sentido, el nuevo presidente argentino Javier Milei se llevó la palma. Recibido por Klaus Schwab, que celebró su elección como el "retorno al Estado de Derecho" en Argentina, el nuevo presidente argentino, que participaba por primera vez en una reunión internacional, pronunció un discurso de lo más desenfrenado, en el que repasó todas sus ideas libertarias.
"Estoy aquí porque Occidente está en peligro", empezó diciendo. En peligro porque los valores que hoy se defienden conducen inexorablemente "hacia el socialismo y la pobreza". Atacando el feminismo, el ecologismo, las leyes sociales, el derecho laboral y muchas otras cuestiones, repitió la vieja cantinela del neoliberalismo, pero acentuando aún más sus derivas.
"El Estado no es la solución, ni siquiera el problema. Es el enemigo a destruir", dijo. Para él, no hay salvación fuera del "capitalismo de libre empresa", la "única vía posible para acabar con la pobreza en el mundo", y también "lo único moralmente deseable para lograrlo" y "deshacerse de todos los parásitos que viven del Estado".
El público estaba algo molesto: Javier Milei les estaba mostrando un espejo, distorsionando hasta la caricatura los discursos y comentarios que muchos habían podido hacer en las últimas décadas. Llevando la teoría al límite, también estaba marcando una ruptura que la inmensa mayoría de la audiencia no quiere ver consumada.
Para la mayoría de esos patronos, banqueros y financieros multinacionales, nunca se ha tratado de prescindir del Estado, sino de actuar de forma que todos los recursos públicos se canalicen en su beneficio. El periodo del covid, la crisis energética, la inflación y las guerras en Ucrania y Oriente Próximo han reforzado aún más ese movimiento de captación. Y pretenden amplificarlo.
Nadie se ha atrevido a responderle. Para Davos, este discurso debería olvidarse lo antes posible. Pero es la cumbre en su conjunto la que puede quedar olvidada al quedar patente lo alejada que está de la urgencia de la situación actual.
Ver más¿Estamos ante la última edición de Davos?
"¿Por qué Davos sigue siendo importante?", se vio obligado a escribir un columnista de Bloomberg. Su respuesta era que esta cumbre es el último lugar donde siguen reuniéndose todos los grandes actores del mundo: políticos, industriales y financieros. Fuera de ese club, la cumbre da una imagen vacía y convencional. Davos ya no es la montaña mágica de la economía mundial. Cada vez se parece más a un sanatorio aislado de todo.
Traducción de Miguel López
Sin duda, ellos mismos eran conscientes de que todo se les escapaba de las manos. Los organizadores del 54º Foro Económico Mundial de Davos habían elegido "Reconstruir la confianza" como título del evento. En un momento en que el mundo se ve sacudido por guerras, crisis geopolíticas y tensiones económicas y sociales sin precedentes en décadas, era urgente intentar recuperar el control de la narrativa, dar la impresión de estar guiando aún las cosas.