¿Hacia un alto el fuego en Ucrania?

Trump quiere alcanzar un alto el fuego, y lo quiere ya. Como niño caprichoso, el presidente estadounidense avanza de manera acelerada en los procesos de toma de decisiones. La frenética e incompresible política arancelaria, la caótica reforma de la administración pública o su disruptiva política exterior son los tres ejes sobre los que ha operado en sus dos primeros meses en la Casa Blanca. De entre estos ejes, destaca el objetivo de parar la guerra en Ucrania. Recuerden que ya en campaña electoral prometió a sus electores que terminaría la guerra en 24 horas.

Y aunque, efectivamente, las guerras nunca terminan en tan corto periodo de tiempo, lo cierto es que, nos guste más o menos, Trump es el líder político que más está haciendo por alcanzar un alto el fuego en Ucrania. Esta acción no se debe, como habrán adivinado, a razones altruistas, de defensa del derecho internacional o humanitarias. Tampoco busca con ello alcanzar una paz justa de la que tanto gustan hablar en Europa. Lo que quiere es terminar con una guerra que distrae a EEUU de otros objetivos estratégicos más relevantes, véase, China. Para ello, hará lo que esté en sus manos para separar a Rusia de China y para atraer a Moscú hacia su lado.

Partiendo de estas premisas, Trump se ha puesto manos a la obra y está dando los pasos que considera necesarios para poder alcanzar su objetivo. Es importante ser conscientes de que lo que se negocia a estas horas en Riadh, en Yedda o en Moscú no solo es la paz y el futuro de Ucrania. El principal objetivo de las negociaciones de estas últimas semanas es, por un lado, estabilizar las relaciones bilaterales entre Rusia y EEUU, reconfigurar, como si de un nuevo Yalta se tratara, sus esferas de influencia que incluyen la partición del Ártico (de ahí la relevancia que Trump da al control sobre Groenlandia), y sólo como consecuencia de lo anterior, también poner fin a la guerra en Ucrania. Para hacer esto la Casa Blanca se ha puesto en el papel de mediador entre Rusia y Ucrania. No hace falta recordar la terrible escena de hace un par de semanas en Washington y la reunión de Marco Rubio con la delegación ucraniana en Yedda, o la visita del enviado especial para Oriente Medio, Witcoff, a Moscú de hace un par de días, para explicar cuál era el acuerdo de alto el fuego pactado con los ucranianos.

Y si alguien pensaba que Putin diría que sí a la primera y sin ninguna objeción, pues estaba muy equivocado. Así, el dirigente ruso afirmó que “estamos de acuerdo con las propuestas del cese de las hostilidades” o "la idea en sí es correcta y la apoyamos sin duda". Pero también explicitó que cualquier acuerdo debe abordar lo que Moscú ve como las causas fundamentales del conflicto, entre las que señaló de manera explícita que quiere que Ucrania abandone su intención de unirse a la OTAN, la reducción del ejército ucraniano, así como acceder al control total de lss cuatro regiones ucranianas (Lugansk, Donestk, Zaporiyia y Jerson) que ya incorporó a su Constitución como propias en otoño de 2022, si bien sobre el terreno aún no están bajo su dominio. También ha dejado claro que quiere que se alivien las sanciones occidentales y que se celebren elecciones presidenciales en Ucrania, algo que Kiev considera prematuro mientras esté en vigor la ley marcial. Así las cosas, parece que cualquier alto el fuego va llevar más tiempo del deseado por Trump, algo que, por otra parte, era de esperar en un escenario tan complejo y enrevesado como es el ucraniano.

Trump quiere terminar con una guerra en Ucrania que distrae a EEUU de otros objetivos estratégicos más relevantes, véase, China

Sin embargo, merece la pena analizar las declaraciones de Putin con detenimiento. De hecho, es imprescindible escuchar con atención todo lo que dice, sobre todo, porque antes o después lo suele cumplir. Cuando el líder ruso habla de “las causas fundamentales del conflicto” lo hace explicitando que el origen se encuentra en la aproximación de Ucrania a la OTAN. Ya en 2007, en Múnich y posteriormente tras la oferta de la organización atlántica a Ucrania en 2008, Putin dejó claro que consideraba esta situación como una amenaza a la seguridad de Rusia, un mantra que no ha dejado de replicar siempre que ha tenido ocasión. Esto junto con la percepción rusa de que, sin Bielorrusia y Ucrania, Rusia nunca podría ser un verdadero imperio, constituyen los pilares sobre los que opera Moscú en su invasión de Ucrania. Y si esto es así, lo que se está expresando de manera meridiana al también solicitar la celebración de elecciones en Ucrania es que su principal objetivo es el control, vía militar o política, de este país, algo que considera como un hecho existencial para la propia Rusia. Pero además, de lo anterior, se puede deducir también que lo que se torna como existencial está limitado a ese territorio.

De este modo, y sobre las premisas mencionadas que son los objetivos de Trump y los objetivos de Putin, parece que queda poco o ningún resquicio de aquello por los que los europeos han estado abogando durante los últimos años, la consecución de una paz justa que mantuviera las fronteras internacionales reconocidas a Ucrania tras alcanzar su independencia de la Unión Soviética. Y digo, poco o ningún resquicio, porque, a la luz de la magnitud de la maniobra puesta en marcha por Trump, el margen de maniobra del resto de los aliados queda muy restringido. A estas horas, se observa cómo los europeos asumen que Ucrania tendrá importantes pérdidas territoriales y que lo único que resta es, al menos, poder ofrecer una ciertas garantías de seguridad a lo que queda del país. No existe ya ni un solo resquicio que permita recordar las posiciones de máximos que se defendieron a lo largo de estos últimos tres años y que a menudo incluían la derrota y desmembración de la Federación Rusa. La resignación a la que ha llevado una narrativa dominante pero con poco fundamento sobre las posibilidades de victoria de Ucrania hace que este acuerdo sea todavía más humillante, no sólo para los ucranianos, sino también para los europeos, que continúan constatando su irrelevancia en un orden internacional cambiante por minutos.

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