"No nos iremos jamás”: la respuesta de los gazatíes al anuncio de Trump de vaciar la Franja de palestinos

Palestinos se dirigen caminando desde el sur al norte de Gaza para volver a sus casas.

Rachida El Azzouzi (Mediapart)

Shaher Yusef Abu Odeh no tiene pelos en la lengua para referirse al presidente de Estados Unidos: “Trump ignora nuestra fuerza de resistencia. Hemos sobrevivido a décadas de opresión y genocidio. Nunca nos iremos de nuestra tierra. Pueden dejarla inhabitable, no nos iremos. Yo soy prueba de ello”.

Este palestino de 55 años ha regresado a su pueblo de Beit Hanun, en el noreste de Gaza, con su mujer y sus hijos el primer día de la tregua, después de más de trece desplazamientos internos en quince meses, el último de los cuales les llevó al campo de Al-Zahar, en el sur. Abu Odeh dice que cuando llegó, al ver la magnitud de la destrucción. lloró: “Esperaba no tener que ver esto. Cuando vi mi ciudad, mi barrio y mi casa en escombros, me dio mucha rabia y tristeza. Muy pocas casas, apenas una decena, siguen en pie”.

Una semana después del inicio de un precario alto el fuego, cuyos términos Israel y Hamás se acusaron mutuamente de violar el domingo 26 de enero, Trump se ha volcado este fin de semana en seguir validando la estrategia de la extrema derecha israelí, que sueña con aniquilar a los palestinos, vaciar la Franja de Gaza y anexionarse Cisjordania.

Tras revocar en su primer día de mandato el decreto de Biden que sancionaba a los colonos israelíes, el presidente de Estados Unidos propuso el sábado 25 de enero trasladar a los gazatíes a Egipto y Jordania “temporalmente” o “a largo plazo” para “garantizar la paz” y “limpiar” Gaza, que comparó con “un lugar en ruinas” tras quince meses de bombardeos israelíes.

En derecho internacional, esto se denomina “traslado forzoso” de población, un delito reconocido por el Tribunal Penal Internacional (TPI) en su Estatuto de Roma.

Estamos hablando de 1,5 millones de personas, y simplemente hay que hacer limpieza allí dentro. A lo largo de los siglos, este lugar ha sido testigo de muchos conflictos. Y no sé, algo habrá que hacer”, dijo el jefe de Estado norteamericano, que este fin de semana acaba de autorizar una entrega de bombas de más de 900 kilos a Israel, entrega que había suspendido la administración Biden.

En menos de una semana como presidente, Donald Trump ha dado alas al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu (en orden de detención del TPI por crímenes de guerra y contra la humanidad) y a sus aliados supremacistas, que tienen una prioridad, cueste lo que cueste: la colonización de los territorios palestinos ocupados para construir un “Gran Israel” desde el Mediterráneo hasta el Jordán.

Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas de Israel, cuyo partido religioso sionista es esencial para la supervivencia política de Netanyahu y su frágil coalición, acogió con satisfacción la “excelente idea” de expulsar a los palestinos de Gaza para “ayudarles a encontrar otros lugares donde empezar una vida mejor”.

Smotrich se declaró dispuesto a ponerla en práctica “lo antes posible”. “Durante años", lamentó, “los políticos han propuesto soluciones inviables como dividir la tierra y crear un Estado palestino, lo que ponía en peligro la existencia y la seguridad del único Estado judío del mundo”.

“Andamos sobre escombros”.

Hamás, que administra la Franja de Gaza, denunció inmediatamente la propuesta, prometiendo que los palestinos “la harían fracasar”, “igual que han hecho fracasar todos los proyectos de desplazamientos [...] durante décadas”. La Yihad Islámica también condenó los comentarios que alientan a “seguir perpetrando crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad”.

Lo mismo ha hecho la Autoridad Palestina. Su presidente, Mahmud Abbas, condenó el “cruce de líneas rojas” y aseguró que “el pueblo palestino no renunciará a su tierra ni a sus lugares sagrados”.

“No permitiremos que se repitan los desastres que se abatieron sobre nuestro pueblo en 1948 y 1967 [...] nuestro pueblo no se irá”, insistió, agradeciendo a Egipto y Jordania su firme rechazo al plan de Donald Trump de desarraigar al pueblo palestino. También lo hizo la Liga Árabe, que tachó el plan de “limpieza étnica”.

En el enclave arrasado, donde han sido desplazados la inmensa mayoría de los 2,4 millones de habitantes y donde las autoridades israelíes siguen negando el acceso a los periodistas extranjeros, los habitantes que ha contactado telefónicamente Mediapart (socio editorial de infoLibre) prometen no abandonar nunca su tierra.

A pesar de “la falta de todo”, tiendas, espacio, agua, alimentos e higiene, la familia de Shaher Yousef Abu Odeh tiene la intención de reasentarse definitivamente. “La gente está montando tiendas con trozos de tela, y las retroexcavadoras han empezado a despejar el terreno. Quien quiera volver a Beit Hanún tiene que traer agua de la ciudad de Gaza, ya que todos los pozos han sido destruidos”, explica Abu Odeh, que sin embargo ha aconsejado a su hermano, refugiado en Jan Yunes, que no vuelva a Beit Hanún, ya que la vida allí es “muy difícil”. Su hermano no le ha hecho caso.

Él ha sido una de las decenas de miles de palestinos a los que Israel impidió regresar al norte del territorio el domingo 26 de enero, bloqueados cerca del corredor de Netzarim, que corta la Franja de Gaza en dos, desde el Mediterráneo hasta la frontera israelí.

Se trataba de una medida de represalia (levantada en la mañana del lunes 27 de enero), ordenada por Netanyahu, para castigar a Hamás porque no había facilitado una lista de rehenes, especificando quiénes estaban muertos y quiénes vivos, y por no haber liberado el día anterior al rehén civil Arbel Yehoud, que Israel considera prioritario (la liberación deberá producirse finalmente este jueves 30 de enero).

Ramez Zuhair Rizk también regresó a su casa de Beit Lahia, en el norte de Gaza, el primer día del alto el fuego. “Fui a inspeccionar el resto de mi casa y el barrio donde crecí y viví”, cuenta este hombre de unos cuarenta años. “Fue un día muy triste y difícil. No reconocí la zona donde viví durante más de treinta años”.

Rizk ha empezado a restaurar su casa, destruida en un 90%, pero de momento es todo un reto: “Va a llevar mucho tiempo, tenemos que admitirlo, es inhabitable, pero todos estamos intentando habilitar aunque sea sólo una habitación para poder vivir en ella”. Dice que esto será “una vida imposible sin agua”: “Todo lo que hacía posible la vida se ha pulverizado, las tuberías, los edificios, las calles. Andamos sobre escombros”.

Luego, recuperado: “No hay alternativa. No nos iremos de Gaza, ya encontraremos la forma de reconstruir”. Sigue preocupado por la situación sanitaria: “Israel ha destruido los hospitales. ¿Dónde vamos a cuidar de nuestras familias?” Lo más difícil, continúa, ha sido convencer a sus hijos de que vuelvan: “La magnitud de la destrucción es tal que no pueden imaginar la vida ni el futuro. Quieren volver a la escuela y estudiar de nuevo.”

Me gustaría poder ir a buscar entre los escombros, encontrar rastros de nuestra vida pasada, mi matrimonio, los nacimientos, pero es imposible localizarla porque todo está muy destruido

Mai Hikmat Adwan, una madre en Rafah

En el sur de Gaza, los tres hijos de Mohammed Adel Hamdan se encuentran en la misma situación. La familia, originaria de Rafah, que llevaba ocho meses malviviendo en el campamento de Al-Mawasi, en la localidad de Jan Yunes, ha regresado a casa en cuanto entró en vigor la tregua.

“Hemos venido andando porque no había transporte”, dice el padre, que jura no volver a salir de Gaza. “Tuvimos que esperar el permiso de las fuerzas de ocupación para entrar en la zona donde está nuestra casa. Fue muy humillante. Lo arrasaron todo. Ya no reconozco nuestra casa, ya no reconozco Rafah. Hasta los pájaros han desaparecido.”

La primera noche, la familia se quedó allí. La segunda, se volvieron a Al-Mawasi. “Hace demasiado frío. La vida en Rafah no es posible en estos momentos. No hay agua ni seguridad. Es una ciudad fantasma, a la intemperie, llena de escombros y calles que se han convertido en montones de cascotes cuyas entradas y salidas ya no conocemos. No se pueden montar tiendas de campaña en medio de toda esta devastación. Al menos yo no puedo. Otros sí lo hacen, se instalan con sus hijos, y no sé cómo van a sobrevivir porque las condiciones de vida son espantosas y miserables.”

En Jan Yunes, prosigue Mohammed Adel Hamdan, “al menos hay instituciones que ayudan. La dureza de la vida se mitiga un poco”.

Lo mismo que él, Mai Hikmat Adwan, de 54 años, desplazada con su familia en varias ocasiones, ha intentado rehacer su vida en Rafah. Pero la ciudad, donde estaban hacinados en condiciones inhumanas la mayor parte de palestinos desplazados de la Franja de Gaza (1,5 millones de personas) antes de la ofensiva terrestre del ejército israelí en mayo de 2024, ahora no es más que ruinas”, lamenta esta madre de familia, que acaba de regresar a toda prisa al campo de Al-Mawasi.

“Es impresionante», afirma. Lo mismo que Beit Lahia y Jabaliya, Rafah ha quedado reducida a la nada, de modo que ya no es posible vivir allí. El porcentaje de casas habitables es mínimo. La nuestra fue bombardeada. Me gustaría poder ir a buscar entre los escombros, para encontrar rastros de nuestra vida pasada, mi matrimonio, los nacimientos, pero es imposible localizarlos porque todo está muy destruido. Los que levantan tiendas sobre los escombros se asientan sobre los cadáveres de nuestros muertos, niños, mujeres y hombres cuyos cuerpos nunca han podido ser retirados. Yo soy incapaz de hacerlo.”

Mai Hikmat Adwan intentó mudarse al barrio de Al Jinina con unos familiares: “Hemos traído agua e intentamos acondicionar el lugar, pero la casa se nos poddría caer encima en cualquier momento, así que nos hemos vuelto a nuestras tiendas”. No hay productos de primera necesidad en Rafah, ni agua, ni electricidad, ni sensación de seguridad, ni siquiera con el actual alto el fuego”.

La zona está totalmente diseminada de armas sin detonar, o de sus restos, lo que supone un peligro permanente para la población durante décadas.

Como madre, a Mai Hikmat Adwan le resulta muy duro no poder proporcionar alimentos a sus hijos en edad de crecimiento. “Encontrar comida es una lucha. No he podido conseguir todo lo que necesitan para fortalecer su cuerpo y mantenerse sanos: huevos, leche, harina, carne y verduras”.

Los palestinos comienzan su camino de vuelta al norte de Gaza

Los palestinos comienzan su camino de vuelta al norte de Gaza

Dice que sus hijos han borrado de su teléfono algunas fotos y vídeos de su casa. “No podía dejar de mirarlas y llorar”, dice. Está orgullosa de ellos: “Nunca se irán de Palestina. El genocidio nos ha destruido física, psicológica y socialmente, pero no ha destruido nuestra capacidad de vivir en nuestra tierra. Somos palestinos. Nacemos para resistir”.

 

Traducción de Miguel López

Más sobre este tema
stats