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La izquierda y la extrema derecha acaban con el Gobierno de Barnier y asestan un duro golpe a Macron

El primer ministro francés, Michel Barnier, tras su discurso en la moción de censura donde ha sido destituído.

Mathieu Dejean | Pauline Graulle (Mediapart)

Francia ya no tiene Gobierno. Así lo decidió la Asamblea Nacional, que en la noche del miércoles 4 de diciembre votó a favor de la moción de censura contra el gobierno de Michel Barnier presentada por el Nuevo Frente Popular (NFP) y defendida ante un hemiciclo abarrotado por el presidente de la Comisión de Finanzas, Éric Coquerel. 

Frente a Michel Barnier, que siguió resignadamente la intervención descalificatoria desde primera fila, pero también frente a Jean-Luc Mélenchon, que se había autoinvitado entre el público, el diputado de La Francia Insumisa (LFI) recordó por qué el destino del primer ministro era inevitable: "En el fondo, esta moción hará caer a su Gobierno porque nunca ha sido capaz de desbaratar la maldición que le ha transmitido el verdadero responsable de esta situación, Emmanuel Macron. Esta maldición es la ilegitimidad", subrayó desde la tribuna.

Ilegitimidad debida al hecho de que Michel Barnier procede del partido que quedó último en las elecciones legislativas de 2024; ilegitimidad demostrada por el 49-3 desencadenado para aprobar el presupuesto de la seguridad social; ilegitimidad destapada por las desesperadas negociaciones entre el primer ministro y Reagrupamiento Nacional (RN); ilegitimidad puesta aún más de manifiesto durante el nicho parlamentario de LFI, hace unos días, cuando se obstaculizó la derogación de la reforma de las pensiones, recordó Éric Coquerel.

Como era de esperar, estallaron abucheos desde los bancos de la bancada presidencial. Continuaron cuando Marine Le Pen subió al estrado para hacer lo que pretendía ser una declaración solemne. Comenzó por dirigirse al primer ministro, de quien dijo "haber querido creer, evidentemente equivocadamente, [que no sería] la simple continuación de un sistema rechazado en las últimas elecciones". Después, la líder del partido de extrema derecha atacó las "maniobras en la trastienda" de la "base común" que habrían socavado su mandato. 

A continuación, la tres veces candidata presidencial arremetió contra Emmanuel Macron, de quien dijo que había "debilitado terriblemente la presidencia". "Tengo demasiado respeto por el cargo supremo como para participar en cualquier empresa, incluso parlamentaria, para pedir la destitución. Eso se lo dejo a los carnavalescos cheguevaristas", añadió, burlándose de la iniciativa de los insumisos.

"Arreglen lo que han creado"

Marine Le Pen pidió, sin embargo, la dimisión del jefe del Estado: "Le corresponde a su conciencia decidir si puede sacrificar el destino de Francia a su orgullo. Le corresponde a su razón decidir si puede ignorar la evidencia de un desafío popular masivo [y] definitivo". "No está lejos la hora del gran cambio, que será sinónimo de liberación para todos los franceses", concluyó, entre los vítores de sus compañeros de bancada, mientras Jean-Luc Mélenchon se levantaba y se daba la vuelta para marcharse.

El escaño del líder de LFI estaba llamativamente vacío cuando el presidente de los diputados socialistas, Boris Vallaud, tomó la palabra para hablar del periodo post-Barnier. Criticando un método que "al final no ha sido más que un rumor" y rechazando un Gobierno "siniestro" en plena "connivencia" con la extrema derecha, pidió el nombramiento de un primer ministro "de izquierdas" apoyado por "una Asamblea que busque el compromiso y amplias mayorías en torno a unas pocas prioridades que respondan a la urgencia y a las expectativas de los franceses". 

Su discurso le valió un caluroso abrazo de sus colegas socialistas Philippe Brun y François Hollande, así como el aplauso en pie de la ecologista Cyrielle Chatelain, que le siguió hasta el estrado. "Señor primer ministro, después de su censura, nos corresponderá a nosotros construir un presupuesto que repare lo que usted ha hecho", auguró Chatelain, seguida poco después por el comunista Nicolas Sansus, que consideró que una “alternativa progresista [debería] tomar forma”.

A continuación, los anticensura subieron al estrado uno tras otro, intentando dibujar un panorama sombrío enfrentando a "los extremos". Laurent Wauquiez, de Los Republicanos (LR), señaló la "pasión por derribarlo todo" de una "coalición de contrarios" a punto de "sumir a Francia en una crisis económica y financiera". Laurent Marcangeli, líder de los diputados de Horizontes, el partido de Édouard Philippe, dijo temer que la censura se convierta en "un reflejo pavloviano que lleve a no aprobar los presupuestos el próximo verano".

En mal tono con Michel Barnier, que le había ridiculizado durante el traspaso de poderes en Matignon, Gabriel Attal se limitó a deplorar una "política francesa enferma", antes de atacar frontalmente a RN: "Señora Le Pen, acepte su alianza con LFI, acepte el desorden...", dijo.

El ex primer ministro, que el domingo asumirá el liderazgo del partido Renacimiento, hizo entonces un intento no tan sutil de dividir a la "extrema izquierda" rebelde de la "izquierda republicana y gubernamental". "A esta gente le decimos: ¡liberaos! Sentémonos a la mesa", gritó a los bancos socialistas, prácticamente vacíos.

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En respuesta, Michel Barnier optó por acortar a 15 minutos su último "momento de la verdad" en el hemiciclo. Tras una breve ovación, el ex jefe del Gobierno dio las gracias a sus ministros como si estuviera en una entrega de premios. "Esto es complicado, ¿verdad?", le dijo a Gabriel Attal, que asintió largamente. A falta de presupuesto, "cerca de 18 millones de hogares pagarán impuestos de más", dijo, repitiendo la advertencia que ya había lanzado la víspera, en el telediario de las 8 de TF1 y France 2 –y que desde entonces ha sido desmentida, en particular por Éric Coquerel.

El primer ministro más breve de la V República tuvo por fin unas palabras más personales: "No temo la moción de censura", dijo, antes de compararse con Georges Pompidou, también derrotado por una moción de censura en 1962, "ese hombre de Estado al que siempre he admirado" y que "buscaba la moralidad de la acción política".

"Me siento honrado de haber sido y seguir siendo el primer ministro de los franceses. Sigue siendo un honor haber servido a Francia", concluyó, mientras las bancadas macronista y de LR se levantaban para un último aplauso. Y las bancadas de izquierda y extrema derecha abandonaron ostentosamente el hemiciclo. 

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