Túnez deja de ser un lugar seguro para los migrantes subsaharianos en su ruta hacia Europa
Hay mucha gente que intenta dormir bajo los toldos de las tiendas cerradas en Zarzis, en el sur de Túnez, buscando un poco de sombra. Otros se han reunido enfrente, en una casa en construcción al borde de la carretera. El día a día de estos emigrantes del África subsahariana es de espera, de oración y de angustia. La gran mayoría procede de Sudán, y casi un centenar de ellos viven en esta casa sin terminar que les ha ofrecido un residente local, el "tío Ali", como le llaman.
Entre los ladrillos rojos y las toscas paredes de cemento, cada uno intenta crear su propio rincón. Uno reza, otro, con fiebre, se tumba en un colchón en el suelo a la espera de alguna medicina. Fuera, algunos distribuyen la comida y el agua que han traído unos residentes voluntarios. Las paredes están cubiertas de sábanas secándose. Se han excavado fosas sépticas rudimentarias en el suelo para dar una apariencia de higiene, mientras que las ollas y las bombonas de gas colocadas entre los escombros del edificio constituyen la "cocina".
Nourredine Isaac Abdallah, sudanés de 29 años, con una gorra ceñida a la cabeza, se encarga de algunos de los suministros. "Tenemos una habitación donde guardamos la comida que nos da todo el mundo, y por la noche el tío Ali nos da la llave para que podamos repartirla entre todos. Él guarda la llave para que no haya problemas entre nosotros", explica.
El tío Ali, que no quiere dar su apellido por miedo a ser perseguido por las autoridades, cree que no tenía más remedio que ayudarles. "Llegaron en grupos. Al principio avisé a las autoridades, pero nadie vino a sacarlos, y luego, con el calor que hacía, sinceramente no tuve valor para hacerlo. Así que paramos las obras y les dejo vivir aquí", admite, añadiendo que es poco probable que la situación vaya para largo.
"Es muy peligroso y precario vivir en una obra, y les ayudo en todo lo que puedo, pero me gustaría que encontráramos una solución para ellos. ¿Dónde está la dignidad humana en este tipo de situación? ¿Dónde están los derechos humanos de los que siempre nos hablan?", pregunta el hombre, mientras le da a Noureddine una moneda de 5 dinares (1,49 euros) para comprar pan.
Esta situación no es exclusiva de Zarzis. Algunos inmigrantes duermen en olivares, otros en centros, a veces destartalados, pertenecientes a ONG. "Tenemos muchos casos de subsaharianos que vienen a nuestros locales porque no pueden alojarse en ciertos centros donde ya hay demasiados", explica Abdulay Saïd, chadiano residente en Túnez que ha obtenido la nacionalidad tunecina. Dirige una coalición de siete asociaciones humanitarias de la región de Médenine, que acoge a inmigrantes desde hace varios años para integrarlos en el tejido socioeconómico.
En julio, tras la muerte de un tunecino durante un altercado con migrantes en la ciudad oriental de Sfax, se desató una ola de violencia racista y desalojos forzosos de sus hogares que afectó a muchos subsaharianos.
Muchos fueron abandonados a su suerte en las calles y a otros, las autoridades tunecinas los llevaron por la fuerza a las zonas fronterizas con Libia y Argelia para abandonarles en el desierto. Esas expulsiones costaron la vida a 25 personas, según cifras del Ministerio del Interior libio, aunque la Media Luna Roja tunecina rescató a 600 migrantes tras el escándalo de las imágenes que mostraban a varios centenares de migrantes abandonados en el desierto.
Secuelas psicológicas
"En nuestras instalaciones hemos tenido a muchos menores, pero también a mujeres recogidas en el desierto, que no han podido permanecer en los centros en los que habían sido internadas y que han acudido a nosotros en busca de ayuda", explica Abdulay Saïd, que cuenta que muchas de ellas sufren "secuelas y traumas" que requieren atención psicológica. "Algunas mujeres pasaron veinte días en el desierto con sus bebés; cuando volvieron, ya no podían amamantarlos. Algunos adolescentes, deshidratados, estaban viviendo junto a los cadáveres de los que no habían sobrevivido", explica.
Hoy, los supervivientes están repartidos en centros supervisados por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que no permite el acceso a los periodistas por "la seguridad de los migrantes", según sus palabras. La OIM sólo responde por email. Las 234 personas rescatadas en el desierto han sido distribuidas entre las ciudades de Tataouine, Médenine y Zarzis, en colaboración con las autoridades regionales y la Media Luna Roja. También se está proporcionando ayuda alimentaria y asistencia psicológica y médica. Pero esta situación es más que temporal, como señala Abdullay, "ya que los centros están desbordados".
Pero además algunos de los centros son residencias universitarias, que volverán a estar ocupadas por estudiantes al comienzo del nuevo curso escolar. Algunos emigrantes recuperados en la frontera argelina también están acogidos, según testigos, en institutos de Kebili y Tamerza, vigilados por la guardia nacional. Otros viven bajo las palmeras en el oasis de Nefta, ayudados por la población local, como la de Zarzis. La OIM afirma estar "trabajando para encontrar soluciones". Una de ellas sería el retorno voluntario de algunos emigrantes a su país, un procedimiento que pueden solicitar a través de la organización, pero que lleva su tiempo. Según cifras de la Media Luna Roja tunecina, cerca de 200 personas han presentado esa solicitud.
La solicitud de asilo imposible
A pesar de esta política represiva contra la inmigración, que las autoridades tunecinas siguen sin reconocer pues niegan haber echado a los migrantes al desierto e incluso hablan de "campaña de desinformación", continúan las llegadas y aumentan las salidas hacia Europa. En Zarzis, la mayoría de los sudaneses llegaron entre julio y agosto, a través de la frontera libia. No pasaron por el mismo calvario que los deportados en el desierto, pero todos caminaron durante tres o cuatro días bajo un sol abrasador, "siempre con la esperanza de que las cosas fueran mejor en Túnez que de donde venían. En parte es cierto, ya que muchos tunecinos han sido muy generosos con nosotros", afirma Noureddine Isaac Abdallah.
Durante su paso por el desierto en julio, Noureddine se encontró con algunos de los que habían sido expulsados a principios de mes. "Cuando vi el estado en que se encontraban, pensé que no iban a poder terminar el viaje con nosotros. Algunos habían caminado durante cinco días desde el paso fronterizo de Ras Jedir", uno de los pasos fronterizos con Libia, añade, que dejó su país en 2021 para venir a Libia, donde permaneció dos años.
"Me registré en la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Trípoli, pero nunca me han contestado y las condiciones de vida en Libia se han vuelto demasiado difíciles", explica. Lleva días intentando en vano encontrar una solución con la oficina de la agencia de la ONU en Zarzis. "Hemos dicho varias veces al ACNUR que no tenemos dónde ir ni qué comer, pero no ha habido respuesta. Para mí, depende de ellos encontrarnos una solución. He huído de la guerra en mi país, así que puedo solicitar asilo", explica Zakaria, de 27 años, que acompañaba a Noureddine aquel día.
Túnez no tiene ley de asilo, y es ACNUR quien gestiona las solicitudes y también el estatuto de refugiado. Pero el reasentamiento en terceros países se hace caso por caso y sólo afecta al 1% de las solicitudes presentadas cada año. En los últimos años, ACNUR ha proporcionado alojamiento a muchos refugiados y solicitantes de asilo en Túnez, pero recientemente se ha visto desbordada por la demanda.
A 1 de agosto, había registrados en ACNUR 10.500 refugiados y solicitantes de asilo. Al igual que la OIM, el departamento de comunicación ACNUR sólo responde por email y confirma el aumento de las llegadas de sudaneses al país este verano. De las 860 llegadas registradas en julio, el 67% procedían de Sudán, el 17% de Sudán del Sur y el 5% de Somalia.
Los límites de una política antimigración
En esa casa en construcción de Zarzis, muchas personas no saben qué les deparará el mañana. Su única esperanza es reunir un poco de dinero para intentar echarse al mar a través de la ciudad de Sfax, en el este del país, que se ha convertido en el centro neurálgico de las salidas hacia Italia. A pesar de las 34.000 personas interceptadas en el mar por la guardia nacional tunecina desde principios de año, no parece disminuir el ritmo de salidas. El fin de semana del 26 y 27 de agosto, la isla de Lampedusa pidió ayuda ante la afluencia de 1.800 migrantes llegados en 63 embarcaciones en 24 horas, la mayoría procedentes de Túnez.
Las llegadas continúan en la frontera con Libia, a pesar del acuerdo firmado el 10 de agosto para distribuir a los migrantes concentrados en Ras Jedir que ambos países se negaron a acoger durante casi un mes entre julio y agosto. Según asociaciones locales, el sábado 26 de agosto fueron retenidos en la frontera más de un centenar de migrantes, que están siendo alojados en la ciudad de Tataouine.
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El 16 de julio, Túnez firmó un acuerdo con la Unión Europea para intensificar la lucha contra la inmigración irregular. La UE ha prometido dedicar 105 millones de euros a "la gestión de la migración y la prevención de muertes en el mar", según un portavoz de la Comisión Europea. Hasta ahora no se ha dado información alguna sobre la aplicación real del acuerdo. En un informe publicado el 19 de julio, la ONG Human Rights Watch explicaba que Túnez "ya no es un país seguro" para los migrantes subsaharianos.
Traducción de Miguel López