El cambio del clima avanza mucho más rápido que la investigación de cultivos que sobrevivan a la sequía
En abril de 2022 llovió en Murcia más que en Galicia. Un año después, la Región lleva seis meses sin ver una gota de agua. El clima de extremos al que se encamina la península debido al cambio climático rompe los esquemas de los agricultores y provoca estragos en la cosecha, como parece ser que ocurrirá este año, por lo que el campo trata de adaptarse a toda prisa a sequías más largas y temperaturas que tocan récord cada año.
Pedro Gomáriz es agricultor en el interior de Murcia, en Molina del Segura, y reconoce que en los últimos cinco años no ha habido forma de organizar el cultivo por los vaivenes del tiempo: la precipitación es más o menos parecida, pero se concentran en periodos cortos seguidos de largas sequías. "La planta no puede cumplir sus ciclos, especialmente en otoño y primavera, y la cosecha es más pequeña y de menor calidad", afirma.
Gomáriz es también responsable de Agua en el sindicato COAG y reconoce que por ahora no saben qué hacer para combatir el cambio climático en la Región. "Es imposible saber cuál encaja, un año llueve a torrente y el siguiente es seco. Normalmente, para que una variedad se asiente necesitamos una década", expone. Peor están los dueños de árboles cítricos en esa zona, que necesitan regadío para dar fruto.
La solución más rápida sería sustituir los cultivos de regadío por secano, pero los primeros aportan hoy el 70% del valor añadido de la agricultura, pese a que representan solo el 20% de la producción total. De esta forma, los agrónomos buscan la forma de seguir produciendo frutas, cereales y hortalizas de alto valor utilizando la mínima cantidad de agua, una carrera en la que participan investigadores de toda España.
"La idea es ir hacia regadíos con menos consumo… enseñar a la planta a que el agua no va a estar ahí para siempre", explica Pablo Resco, responsable de Estrategia Alimentaria de Plataforma Tierra de Cajamar. Para lograrlo se puede empezar por técnicas sencillas –modernizar el riego, adelantar la siembra para evitar el verano, sombrear el cultivo o regar la tierra a mayor profundidad– y llegar hasta modificar la genética de la planta o importar variedades de climas más áridos.
Un problema que señalan diferentes expertos es que el cambio del clima avanza mucho más rápido que la investigación y aún no se conoce cómo afecta a cultivo vivir seis meses sin agua o que se adelante dos meses el verano. "Se estima que por cada dos grados de aumento de temperatura, las plantas consumen un 25% más de agua, pero hay estudios que apuntan a que el aumento de CO₂ en la atmósfera facilita la respiración de las plantas y abren menos los estomas, por lo que solo requieren un 3% más de agua. Hay una gran incertidumbre en este punto", apunta el ingeniero.
En la Universidad de Córdoba estudian desde hace una década el impacto de las altas temperaturas en el olivo, el pilar de la agricultura española, y han descubierto que la variedad más popular, el olivo picual, sufre mucho el calor en zonas con inviernos suaves, como en Sevilla. "Simulamos un escenario donde la temperatura es 4 grados superior y funciona muy mal. Sufre más evaporación y los frutos caen antes y los que terminan de crecer son más pequeños", comenta María Benlloch, una de las investigadoras.
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Estos descubrimientos tempranos permiten tomar decisiones antes de que llegue la catástrofe, pero la investigadora reconoce que acaban de parar la investigación por falta de financiación. "El objetivo era estudiar todas las variedades principales para ver cuál resiste mejor al cambio climático. La filosofía es usar una de las que ya tenemos, en lugar de tener que diseñar nuevas, que es un proceso muy largo", añade Benlloch.
Además de la falta de agua, los ingenieros deben lidiar con multitud de variables que cambian con el cambio climático, como la humedad, el calor abrasador y las heladas, la aridez del suelo o la mayor concentración de CO₂ en el aire, lo que complica aún más el proceso de elegir la variedad perfecta para cultivar en el futuro.
La temperatura será, después del agua, el factor más determinante en la agricultura de la próxima década, porque una primavera con termómetros de 30 grados hace creer a la planta que es verano, y adelanta su floración y rinde peor. Un informe de Transición Ecológica estima que en 2030 los cultivos de secano como el maíz, remolacha y girasol sufrirán grandes recortes de producción, que llegarían al 50% en Galicia debido al calor. En el caso de los regadíos, estiman que perderán un 20% de la cosecha solo por altas temperaturas, aunque también se enfrentarán a recortes de agua que empeorarán ese porcentaje.