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Comunicación política

¡Madrid, Llibertat!

El pasado 21 de septiembre, Pedro Sánchez visitó la sede de la Comunidad de Madrid como prueba de su voluntad de colaborar institucionalmente con el control de la expansión del virus en la región más castigada de Europa. La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, respondió con un discurso ambivalente en el que mostraba su voluntad de llegar a acuerdos pero, a la vez, advertía de que la comunidad no podía ser tratada como el resto, porque era peculiar. Desde el atril, delante de la llamativa hilera de banderas españolas y de la comunidad lanzó su ya popular mensaje de que “Madrid es España dentro de España”. En su intervención, concluyó que “tratar a Madrid como al resto de las comunidades es muy injusto”.

El discurso de Díaz Ayuso fue objeto de todo tipo de chanzas. La peculiar definición de una injusticia basada en que te traten igual que a los demás tampoco era fácil de asimilar. Sin embargo, en ese momento empezaba a perfilarse una línea de comunicación política que intenta marcar el actual debate público. De la noche a la mañana, el PP madrileño parece haber encontrado una atalaya en la que situarse. Piensa que puede darle una posición ventajosa frente a sus oponentes. La estrategia pasa por replicar la estructura de un discurso nacionalista similar en muchos aspectos cruciales al que ha utilizado hasta la saciedad el movimiento independentista catalán.

El PP ha conseguido extender entre buena parte de sus votantes su posición de un abierto enfrentamiento entre gobierno central y autonómico. De hecho, entre ellos se ha extendido la idea de dos partes enfrentadas a las que se exige buscar una solución. Como explica Rafa Rubio, profesor de Comunicación Política de la Universidad Complutense, “vamos a seguir encontrándonos la pelea permanente entre dos relatos que utilizan la realidad a su antojo para defender una posición. Cuando hay tantas decisiones entrecruzadas es muy complicado atribuir la responsabilidad a unos o a otros”.

El nacionalismo madrileño

Este fin de semana, el periodista Pablo Ordaz recogía en las páginas de El País el testimonio del sociólogo Narciso Michavila, el asesor electoral de Pablo Casado: “Es mi mirada de sociólogo, pero creo que la pandemia ha hecho desde la primera ola que aflore en Madrid un sentimiento que no había aflorado jamás en Madrid, y es un sentimiento de nacionalismo madrileño, provocado en parte por una especie de madrileñofobia que ha podido surgir en el resto de España por temor al contagio. (...) Y yo creo que lo que hace Isabel, y Miguel Ángel Rodríguez, es enarbolar el sentimiento nacionalista”.

Efectivamente, todo el trabajo de comunicación desarrollado desde la Puerta del Sol cimenta un discurso basado en un principio conocido de todos: existe en España una región castigada y perseguida por un gobierno central autoritario y antidemocrático ante el que sólo cabe el enfrentamiento abierto en defensa de la libertad, la dignidad y la democracia. Escuchar estos días a Díaz Ayuso supone recordar palabra por palabra las intervenciones de Torra o Puigdemont, cambiando Cataluña por Madrid.

Queda la duda de a quién beneficia la situación actual. Toni Aira, profesor de comunicación política en la UPF Barcelona School of Management, afirma que “esta era la crónica de un estado de alarma anunciado, la teatralización de unos y otros llevaba a pensarlo. Ayuso quería que se le aplicara el estado de alarma para victimizarse y quitarse de encima lo más antipático de la gestión. Se ha mostrado absolutamente incapaz al frente de una crisis de estas dimensiones”.

La victimización como elemento movilizador

El principio de victimización, clásico de los nacionalismos excluyentes, pretende extender un impulso de movilización en torno a una serie de símbolos que, supuestamente, se ven amenazados por la vileza y la maldad intrínseca en un poder dictatorial. En el caso catalán lo representaban la Corona y el Gobierno del Estado. Mientras, desde el nacionalismo excluyente madrileño, el enemigo que acecha y ataca es un Gobierno socialcomunista que no conoce límites en su deseo de destruir el propio Estado que debe administrar. Como señala Toni Aira, “es una situación muy esperpéntica y la antítesis de lo que debería ser la acción política y más en tiempos de pandemia”.

Al igual que ha ocurrido en Cataluña, el populismo ultranacionalista vive de atribuirse una representación universal que nadie le ha dado. El pacto de los populares con Ciudadanos y la extrema derecha de Vox le permitió a Díaz Ayuso ocupar la presidencia. Desde esa posición ha asumido que lo que ella defiende es lo que los madrileños en su totalidad defienden. Al igual que Puigdemont mantiene que es la voz del pueblo catalán, la presidenta madrileña no duda en mantener que representa a los madrileños en su totalidad. Cabe recordar que el PP en las elecciones autonómicas de Madrid obtuvo el 22% de los votos. Fue apoyado por poco más de 700.000 madrileños. El PSOE fue el partido más votado, por encima del 27% y casi con 900.000 votos. Rafa Rubio cree que “el argumentario del PP reafirma un relato que va mucho más allá del covid, es decir, la propia utilización de las instituciones por parte del Gobierno”.

Atribuirse poderes fuera del marco constitucional

En un esquema idéntico al que sigue el secesionismo catalán, su decisión de imponer un discurso unilateral lleva al gobierno madrileño a enfrentarse a la legislación vigente que otorga al Estado español atribuciones avaladas por la Constitución. La decisión de Pedro Sánchez de aprobar el estado de alarma, ante la negativa de la CAM a seguir las indicaciones del Gobierno, se considera bajo este escenario un acto de opresión y de aplastamiento de los intereses reales de los madrileños que, por supuesto, sólo representa Díaz Ayuso.

Para que este modelo de autoatribuciones funcione son necesarios símbolos que permitan la identificación del grupo dominante. Desde esa perspectiva, la derecha madrileña ha elegido hacer suyas instituciones del Estado en su conjunto, como la figura de Felipe VI. El despertar del sentimiento republicano tras los escándalos hechos públicos protagonizados por el rey emérito sirve de apoyo a un movimiento de defensa de la figura del actual monarca, tan absolutamente innecesario como aparente. La bandera española y el himno nacional pasan a ser los símbolos de una sojuzgada comunidad de Madrid porque, como dijo la presidenta: Madrid es España, dentro de España. Para Toni Aira, “el PP en Madrid ha exacerbado dos tendencias o maneras de hacer política: erigirse siempre como los más liberales pervirtiendo el propio concepto liberal y una especie de nacionalismo madrileño, envueltos permanentemente en la bandera de Madrid”.

El conflicto madrileño y el conflicto catalán

Todo lo ocurrido parece haber abierto un “conflicto madrileño” de la misma forma que subsiste el llamado “conflicto catalán”. En realidad, en ambos casos el enfrentamiento surge de la no aceptación de los dos gobiernos autonómicos de la limitación de su poder según la Constitución. Por este motivo, esgrimen con un lenguaje casi idéntico la apertura de un diálogo consistente en que deben ser aceptadas sus posiciones como única alternativa.

La representación de la realidad que pretenden transmitir es sencilla: ellos son los que defienden de verdad a los ciudadanos de sus comunidades, mientras el Gobierno del Estado busca dañarles con saña. No sólo buscan destruirles económicamente, sino que no les importa acabar con la vida de los ciudadanos que los gobiernos autonómicos sí que protegen. La idea que se pretende trasladar es que todo lo que viene del Estado maligno y autoritario es negativo para los habitantes de la región, mientras todo el ansiado bienestar proviene de la bondadosa y eficaz administración autonómica.

Ciudadanos en el rol de ERC

Al igual que en el caso catalán, la coalición que sustenta el gobierno autonómico tiene serios rasgos de inconsistencia. Ciudadanos acaba por repetir, para su desgracia, el siempre incómodo rol desempeñado por ERC. Si en Cataluña Puigdemont acaba por decidir el rumbo de la mayoría independentista, en Madrid el PP decide con innegociable autoridad lo que hace el Gobierno. Ciudadanos superó los 600.000 votos en las elecciones y quedó a menos de 100.000 del PP. Ya nadie parece acordarse.

Este mismo domingo, Begoña Villacís, líder de Ciudadanos en el Ayuntamiento de la capital, realizaba unas llamativas declaraciones a los medios en las que mantenía que lo que sucede en la comunidad de Madrid supone ”un fracaso de la política” que sólo puede ser superado si las partes en conflicto se sientan a hablar y a acordar soluciones. Sólo le faltó decirlo en inglés: “Sit and talk”. Ciudadanos, al igual que ERC, vive en un estrecho habitáculo pese a su amplia representación parlamentaria. No se atreve a enfrentarse abiertamente a Díaz Ayuso para no ser acusado de traición al emergente movimiento ultranacionalista. Tampoco quiere secundar de forma inquebrantable todas las iniciativas del PP para no verse abocado a su desaparición por la inutilidad de su propuesta. Como ERC, es partidario del pacto, pero al final no pacta.

El otro problema que vive Ciudadanos es el de compaginar su papel a nivel nacional con el que desempeña en Madrid como coaligado del gobierno. Rafa Rubio ve que “Ciudadanos ha intentado jugar la misma carta que viene jugando hasta ahora, la de ser el intermediario útil, pero esta es una posición muy compleja cuando se forma parte del Gobierno. Este intento de jugar a hacer de mediador político en Arrimadas funciona, pero en Aguado es difícil de manejar”.

El fantasma electoral

Al igual que ocurre en Cataluña, el fantasma electoral sobrevuela la coyuntura actual. En el caso de Madrid, toda la presión actual la tiene Ciudadanos, que es quien sostiene el gobierno de Díaz Ayuso. Tal y como explica Toni Aira: “Ciudadanos parecen ser los más centristas de la clase, piden sentido común y te vienen a dibujar, con poca lealtad hacia su socio, que si por ellos fuera la cosa se estaría conduciendo de otra manera. Estas diferencias podrían perfectamente no haberlas hecho públicas, como ocurre en otros gobiernos de coalición, pero quieren ponerse en valor con el fantasma de la posible moción de censura y cuidar la relación con el PSOE”.

Algunos analistas quieren ver en el giro ultranacionalista madrileño del PP la posibilidad de forzar un adelanto electoral que le diera una mayoría suficiente para gobernar sin el condicionante de Ciudadanos y adelantando por la derecha a Vox. Parece claro que los populares están marcando la agenda informativa. El actual debate público es el que Díaz Ayuso y sus asesores han buscado. Según Toni Aira, “El PP está encantado con que esto pase y la sobreactuación lo demuestra. Se nota que lo buscaban y, finalmente, cuando les ha caído el premio gordo, están exagerando en la reacción”.

Dos frentes fragmentados e indefinidos

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La estrategia de Díaz Ayuso y su asesor de cabecera, Miguel Ángel Rodríguez, se apoya en la fijación de dos frentes en conflicto. En realidad, la situación es mucho más compleja. Dentro del PP, no existe un consenso total respecto a que la batalla planteada desde la Puerta del Sol beneficie al PP en su conjunto. Hay quien cree que se trata de posicionar a la presidenta de Madrid como futura candidata a suceder a Pablo Casado y hacerla aparecer como la que mejor puede confrontar con Pedro Sánchez.

Para Vox y Ciudadanos, el actual escenario es más que incómodo. Vox, en Madrid, se queda sin hueco si es el PP el ariete contra el Gobierno de coalición. En toda esta batalla está intentando quedarse al margen colocando la moción de censura de Abascal como su escenario ideal. Ciudadanos vive su particular penitencia. Nada bueno va a obtener de la actual conflagración. Su papel queda desfigurado y sin un rol significativo.

Para Pedro Sánchez, el “conflicto madrileño” choca abiertamente con su propuesta de una respuesta unitaria frente a la emergencia sanitaria y económica. Dos no acuerdan si uno no quiere. Parece claro que la derecha no va a facilitar una posición de consenso nacional en los tiempos actuales. Unidas Podemos necesita tener su propio espacio político. La tensión existente le permite asumir un papel más relevante en sus manifestaciones públicas, aunque, por contra, tiene que resistir un ataque permanente al ser utilizado como flanco prioritario de las embestidas contra el Gobierno de coalición.

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