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Aixa de la Cruz: "Me preocupa que se siente un relato único sobre el conflicto vasco"
La línea del frente (Salto de página) no es una novela sobre el conflicto vasco. Lo aclarará más tarde su autora, Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988). Antes de esa advertencia ha pasado, sin embargo, casi una hora hablando de prisiones, de víctimas, del "proceso de culpa colectiva" que atraviesa Euskadi y de la culpa que ella misma ha sentido, de la violencia, de Patria. También lo hará después. Quizás porque, es cierto, La línea del frente no va sobre el conflicto vasco: no hay en ella, como precisa la escritora, "ninguna de las figuras paradigmáticas del conflicto". Ningún etarra, ninguna víctima. Pero también porque La línea del frente sí es, en cierto modo, una novela sobre el conflicto vasco.
No es Patria, eso seguro. Es una obviedad, pero una obviedad aparentemente necesaria: la novela de Fernando Aramburu, con más de 400.000 ejemplares vendidos y una serie de HBO en marcha, marca forzosamente cómo se recibe la suya, al igual que otras como Mejor la ausencia, de Edurne Portela. "Ha sido un fenómeno tan grande que parece que no ha existido ficción sobre el conflicto vasco antes, y que la que existe después es una causa directa de ella", acepta la escritora al sol de una terraza madrileña. Junto a su nombre, después de dos novelas —Cuando fuimos los mejores (2007) y De música ligera (2010)— y un libro de relatos —Modelos animales (2015)—, empiezan a aparecer epítetos como "la otra literatura vasca". De la Cruz ríe: "Históricamente, la una es la literatura que se escribe en euskera, y la otra es la de los autores que escribimos en castellano". Así que antes de Patria ya era otra, pero ahora lo es por dos razones.
¿Por qué La línea del frente no es una novela sobre el conflicto vasco? Primero, por su premisa: Sofía se va a la casa familiar en la playa, desierta durante el invierno, para terminar su tesis doctoral. Secretamente, lo hace para encontrarse con Jokin, su novio de la adolescencia, que cumple condena en la cárcel de El Dueso por agredir a un policía. Paralelamente, el lector tiene acceso al diario del director de escena argentino Arturo Cozarowski, que describe su encuentro con Mikel Areilza, el escritor sobre el que investiga la protagonista, cuya biografía asegura que militó en ETA y se suicidó en el exilio. Y por el gran tema detrás de todo esto, que De la Cruz deja claro en la cita de Santi Pérez Isasi que abre la novela: "A estas alturas, todos sabemos que el pasado no existe, que la historia no existe, que dios ha muerto (...). Todo es texto, todo es ficción, todo es literatura (menos la literatura)".
El aislamiento de Sofía, explica, nace de una pequeña obsesión personal que ya aparecía en Modelos animales y que le dejamos contar con sus propias palabras: "Vivo exactamente en el escenario en el que transcurre la novela, en una de estas urbanizaciones de lujo que están llenas en verano y desiertas en invierno y que son así un poco espectrales. Cuando vivía en Llanes, fui un día al súper y me di cuenta de que hacía 14 días que no escuchaba mi voz. Me siento cómoda con ello, pero también veo que puede ser patológico. Y me interesa la patología del encierro". Y Jokin, explica, no está en la cárcel por haber cometido un atentado. De hecho, descartó en seguida esta posibilidad: el día a día de los presos de ETA en prisión difiere demasiado del de los demás encarcelados. Nunca estuvo sobre la mesa que aparecieran por sus páginas los terroristas o sus víctimas. Más bien al contrario: "Lo que hay son personas de la población civil que están en el momento equivocado en el lugar equivocado y que acaban siendo tocadas por el conflicto de maneras extrañas".
Entonces, ¿por qué La línea del frente sí es una novela sobre el conflicto vasco? El título, en referencia a un tema de la banda Kortatu, orienta la imaginación del lector. Pero, sobre todo, por Sofía, un personaje que ha permanecido gran parte de su vida ajena a los desencuentros políticos y la violencia que se producía a su alrededor y que, precisamente por eso, su creadora considera "imposible". "En mi cabeza", cuenta la escritora, "era imposible crecer en los años 2000, al menos en el mundo en el que yo me movía, sin hablar de política. Estábamos ultracontaminados de política. Con 13 años, hablabas de política en los bares con una vehemencia enorme, hablabas en casa y tus padres te pagaban un guantazo por lo que fuera". Sofía no. Pero un día "se da cuenta de que ha estado rodeada de cosas que explotaban y ella solo veía fuegos artificiales".
Y ahora Sofía siente culpa. No "por haber sido proetarra o por haber denegado ayuda o por haber callado": "Siente culpa por la inacción, por no haber sido consciente del momento en el que vivía. Ella dice 'Yo no tengo nada por lo que pedir perdón, porque no hice nada. Yo soy la chica que nunca estuvo allí". Hay, explica, un paralelismo entre la culpa de ese personaje de ficción —que trata de imponerse una penitencia reproduciendo la vida de su novio encarcelado— y la de la sociedad vasca. "Estamos atravesando una especie de proceso de culpa colectiva", considera De la Cruz, "que no digo que afecte o incumba a todos, pero sí está ahí. Me gustaría que dejáramos la fase de la culpa y pasáramos a la fase del compromiso, pero supongo que es necesaria".
Ella forma parte de esa fase de culpa. Lo suelta de corrido y se excusa al final —"Menuda chapa"—, pero lo cuenta: "Ahora soy más indulgente conmigo misma, porque entonces tenía 14 años, pero recuerdo con tristeza no haberme interesado por tener empatía por la gente que era víctima de ETA. Mi mundo era uno en el que los padres de dos amigas estaban en la cárcel, y ese era el que me esforzaba por entender. Era un mundo en el que se legitimaban ciertas cosas como una reacción lógica ante una acción previa del poder". A los 18 años salió de Euskadi, pasó el tiempo, como suele. Ahí quedaron, la "culpa" y la "vergüenza".
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Así que su novela aparecerá en listas sobre la literatura del conflicto vasco, junto a algunas que reivindica, como Martutene(2012), de Ramón Saizarbitoria, y que lamenta que no estén incluidas en el canon del lector en castellano. Desconfía, sin embargo, de Patria, o más bien de "la lectura que se ha hecho de ella". "Ha hecho mucho bien, gracias a ella otras novelas sobre el tema están teniendo más visibilidad. Pero el problema de Patria es que sienta un relato únicoPatria . Y me preocupa que se siente un relato único sobre el conflicto vasco", explica. No en vano en La línea del frente se cuestiona la posibilidad de alcanzar una verdad unívoca. "Si queremos aludir a lo que ocurrió en Euskadi y utilizar la palabra verdad, solo podremos hacerlo contraponiendo muchos relatos parciales y escritos desde la subjetividad, que se contradigan y que parezca que no encajan." Nombra a Gabriela Ybarra y El comensal, a Edurne Portela y Mejor la ausencia.
Ninguna de las tres utiliza en sus libros los mecanismos narrativos de Patria: un narrador en tercera persona y un amplio elenco de personajes que recorren varias décadas de la historia de Euskadi. En su caso, es una elección consciente: "Hay ideología en las formas narrativas". El relato de vocación totalizadora tiene un problema: "En ese tapiz que se cree completo siempre hay flecos que se quedan fuera". No le parece justo, y pone un ejemplo "muy doloroso". Existe la idea de que la población vasca "no quiso posicionarse", de que "miró para otro lado". Y ella coincide. "Pero si decimos que toda la sociedad fue cómplice, nos estamos cargando la memoria de quienes no lo fueron. La gente que sí se levantó, que sí habló", defiende. La línea del frente quiere tejer los flecos.