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Cultura

El siglo XIX, a través de Galdós

El escritor Benito Pérez Galdós, a principios del siglo XX.

"Amenguada considerablemente mi vista, he perdido en absoluto el don de la literatura". Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920), candidato al Nobel que nunca fue, celebrity de su época, uno de los escritores españoles más alabados de la historia, terminó sus días en unas condiciones muy alejadas de las que se podrían imaginar para un autor estrella. Así se quejaba amargamente en 1915, cuando las letras de molde se convertían, decía, en "un mundo que se desvanece en las tinieblas". Hablaba de sus problemas de visión, que le aquejaban ya desde los 40 años, que le llevaron a ser diagnosticado de cataratas a los 60 y operado algo más tarde, y que le acabarían dejando completamente ciego. No es extraño que para convertirle en personaje de ficción, la escritora Carolina Molina (Madrid, 1963) lo haga a través de una especie de lazarillo, testigo de sus últimos años. Así nace Los ojos de Galdós, editado por Edhasa. 

 

Los ojos de Galdós aquí no son los suyos. Son los que toma prestados de Carmela Cid, narradora de la novela, escritora ficticia en ciernes recién llegada a Madrid que acepta un encargo de Emilia Pardo Bazán: hacer compañía al maestro, ayudarle en lo que precise —al final de su vida, Galdós tendría que confiar en diversos secretarios para poder escribir— y, sobre todo, levantarle el ánimo. Lo hará por la vía de la batallita: ante los oídos atentos y admiradores de la aprendiz de plumilla, el novelista no tendrá más remedio que recorrer los hitos de su vida. "Galdós es un escritor magnífico", dice la autora, "pero también es un testigo de excepción del siglo XIX. No solo por lo que vivió, sino también por lo que escribió". No es casual que se convierta ahora en personaje de novela histórica: él mismo es una referencia en el género gracias a sus Episodios nacionales, que recorrían España desde el Trienio Constitucional a principios de los años veinte hasta el acuerdo turnista Cánovas-Sagasta a finales de la década de los ochenta. 

"Aquí utilizo dos vías paralelas, que son las que usaba Galdós en sus Episodios", dice Molina, que no duda en glosar los múltiples préstamos tomados del canario. "Él utiliza una vía verdaderamente histórica, digamos, y paralelamente otra vía en la que sitúa a personajes ficticios". Así, la información relativa a la vida de Galdós es fiel a las biografías disponibles, a la abundante correspondencia que se conserva y a las propias Memorias de un desmemoriado Memorias de un desmemoriadodel escritor, que comienzan a publicarse justamente en 1915. Mientras, Carmela Cid permite a la autora trotar de acá para allá —notablemente entre Granada y Madrid— y acercarse a ámbitos más lejanos, a simple vista, del círculo del escritor. De hecho, el interés por Galdós se explica solo en parte por la cercanía del centenario de su muerte, el próximo 4 de enero. Carmela y él ya se habían conocido en una novela anterior de Molina, y la joven es hija de Maximiliano Cid, narrador de su trilogía granadina, formada por Guardianes de la Alhambra, Noches en Bib-Rambla y El último romántico. En esta última hacia acto de presencia el autor de Fortunata y Jacinta.   

Poco queda aquí del Galdós dispuesto a hacerse un hueco en Madrid, más interesado en colaborar en prensa que en la universidad, convencido de que su vocación literaria estaba en los escenarios teatrales. "Me resultaba más tierno hablar de un Galdós envejecido, abuelete", dice Carolina Molina. Si figuran el escritor principiante, o el donjuán, o el polemista, es sobre todo a través de sus recuerdos. Para reconstruirlos, la novelista se enfrentaba, explica, a una paradoja: "Galdós era una persona pública, se metió en todos los charcos y era extraordinariamente conocido, todo el mundo hablaba de él, y de muchas maneras distintas. Pero disfrutaba mucho de su privacidad, y además era muy tímido. Lo que se conoce de él no tiene por qué coincidir con la realidad".

Ni siquiera era garantía de éxito ceñirse a las biografías existentes cuando comenzó el proceso de escritura, antes de que se publicara Benito Pérez Galdós: Vida, obra y compromiso, de Francisco Cánovas Sánchez. La de Pedro Ortiz-Armengol, defiende, resultaba "algo deslavazada", y la de Carmen Bravo-Villasante, aunque más interesada en su intimidad, no se atrevía a abordar con franqueza asuntos como el de María, hija fruto de su relación con Lorenza Cobián, con la que no se casó. Tras varios intentos infructuosos, Molina logró contactar con Luis Verde, bisnieto del autor. "Él me dijo: 'Te has basado en todas las biografías, y en ese sentido está correcto, pero hay cosas que las biografías no han contrastado con la realidad", dice la novelista. "Eso me dejó un sentimiento de fracaso". Se consuela pensando en lo que tantas veces ha repetido: "La ficción no tiene por qué coincidir con la historia. La historia está contada por personas como tú y como yo, y por lo tanto desde su subjetividad. Hay cosas que no alcanza, y que la ficción sí puede alcanzar".

La historia como novela

La historia como novela

Carmela Cid aprovecha también la relativa reclusión de su maestro para confraternizar con la periodista y escritora Carmen de Burgos o para pasear por las tertulias junto a figuras como Ramón Gómez de la Serna. Esto le sirve a Molina para tomar la temperatura del Madrid de la época —es también directora de las Jornadas Madrileñas de Novela Histórica—, al que dedica tanta atención como la prestada a Granada, a cuya construcción e historia ha dedicado buena parte de sus libros. "Es lo que hace Galdós en sus novelas históricas. Él le presta muchísima atención al territorio", explica, "y entiende que la vida de una ciudad no son solo sus monumentos, sino también las costumbres de la gente, cómo visten, cómo hablan". Ella tiene una ventaja: la narradora es mujer, lo que le da acceso a un mundo al que no habría podido llegar solo a través de la figura de Galdós. No solo por los espacios sociales reservados a ella, sino por los temas que pueden afectarla especialmente: la discriminación machista, la imposibilidad del divorcio, el incipiente feminismo. 

Esta reivindicación mira también hacia el presente: Carolina Molina critica "la poca presencia que tiene la mujer en la novela histórica": "Y eso, a pesar de que somos las que más leemos, y de que la mayoría son también editoras". Esto se debe en parte, defiende, a una concepción de la historia como "un asunto de hombres", en la que las mujeres "poco pueden decir o hacer". "De ahí que haya pocos personajes principales femeninos, pero también que se desprecien ciertas formas de tratar la historia que se consideran de mujeres". El mismo siglo XIX, critica, "se asocia con el romanticismo, y por lo tanto con lo femenino, y esto está relacionado, creo, con que no se le preste atención, como si hubiera sido un periodo menos interesante". No todo el mundo lo ha considerado así, claro. Ahí está Galdós. 

 

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