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Desde la tramoya

Del Gobierno bonito al Gobierno de colisión

Pedro Sánchez, autor de un Manual de resistencia, tiene ahora una ocasión nueva para demostrar su pericia, porque está a punto de estrenar el Gobierno probablemente más  político de la historia reciente de España; sustancialmente distinto de aquel que formó tras la moción de censura, bautizado irónicamente como “Gobierno bonito” por sus críticos. La ironía era contraproducente, porque cada vez que se repetía nos recordaba que, efectivamente, aquel Ejecutivo era bonito. Con más mujeres que hombres, con técnicos especialistas en sus respectivas áreas (al menos para quienes supongan un talento especial en un astronauta para dirigir la política de Ciencia y Universidades, por ejemplo), con una reputada técnica europea guardando la ortodoxia económica y un impecable juez como ministro de Interior conteniendo los disturbios en Cataluña.

Era –es– un Gobierno muy bonito, sí. Muy bonito para tranquilizar a los de siempre: a los bancos, a los especuladores, a los socios europeos, a los analistas internacionales. Muy bonito para volver a las políticas sociales abandonadas por el PP y para limpiar las estancias oficiales del tufo y el hollín de la corrupción. Y ha funcionado “razonablemente bien”, como el propio Sánchez evaluó al final de la corta Legislatura. Ha sobrellevado el desafío independentista, ha promulgado medidas sociales de calado, ha sacado a Franco de su tumba con elegancia, ha actuado con talante humilde y esforzado.

La derecha minusvalora, desprecia y vilipendia a Sánchez, motivo por el cual ignora casi por completo a sus ministras y ministros. Porque es mucho más difícil atacar a Marlaska, a Duque, a Calviño, a Valerio o a Guirao.

Poco que ver ese Gobierno pacífico, técnico, optimista y de perfil bajo (que lo llamen “bonito” si quieren), con el Gobierno que vamos a tener la semana que viene. Aunque en los mentideros se da por hecho que algunos de los ministros actuales seguirán, en el Consejo de Ministros y Ministras van a sentarse cuatro ministros de Podemos, que –según la información que se filtra– llevarán carteras de fuerte contenido social, y, por tanto, propensas a la controversia.

Con ellos se sentará Pablo Iglesias como vicepresidente segundo, encargado precisamente de los asuntos sociales. Me pregunto, por cierto, si ocupará el edificio de Semillas en Moncloa, justo enfrente del nuevo pabellón que inauguró Fernández de la Vega, hoy ocupado por Carmen Calvo. El despacho clásico del vicepresidente en Semillas está simbólicamente más cerca del presidente que el nuevo, y tiene un acceso más directo. Y si la relación entre los ocupantes de esos mismos despachos ha sido tradicionalmente “compleja”, por decirlo suave, una primera tarea para Sánchez será evitar tensiones. Como no tenemos experiencia alguna de gobiernos nacionales de coalición, es difícil anticipar qué ocurrirá, pero es sabido que Iglesias no es precisamente benevolente con quienes le llevan la contraria.

El desafío de este nuestro primer Gobierno de coalición de la democracia es que va a tender a ser un Gobierno de colisión (tomo la metáfora prestada de los socialistas madrileños). No porque esa colisión entre ministros de Unidas Podemos y del PSOE esté garantizada. Ojalá no ocurra. Estoy seguro de que el nuevo Gobierno tratará de esquivar los enfrentamientos. Como tratará también de evitar las críticas de los barones y baronesas socialistas.

Pero las colisiones vendrán por otros lados.

En primer lugar, ya en las dos primeras semanas, es decir, en este mismo mes de enero, en cuanto se organice esa mesa de negociación sin condiciones, vetos ni censuras previos con el Gobierno de la Generalitat, acordada con Esquerra Republicana de Catalunya para tratar de resolver el “conflicto político catalán”. La primera colisión de hecho ha llegado ya, con la negativa de Torra a aceptar como propias las decisiones de sus socios de Gobierno. Recordemos que detrás de los movimientos de los independentistas del PDeCat y de ERC están las cada vez más inevitables elecciones autonómicas y, por tanto, el intento de ambos –sobre todo del segundo– de consolidar el liderazgo político en Cataluña.

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Esa mesa y sus desarrollos van a convocar a todos los fantasmas de los socialistas. Porque cada movimiento y cada declaración, cada decisión que se tome a favor de las reclamaciones de ERC suscitará el rechazo mayoritario de la población. Y de no tomarse tales decisiones, el apoyo parlamentario de ERC se cancelaría sin más. Precisamente porque tendrá más pronto que tarde elecciones en Cataluña, ERC no puede permitirse muchas debilidades.

La segunda y más brutal colisión –y esta sí la podemos dar por segura– será con una derecha que no dará tregua al nuevo Gobierno ni un día. El PP, Vox y también el (no tan) nuevo Ciudadanos, han dado ya señales de que serán inmisericordes. Consideran que Sánchez ha traicionado a España, ha roto con el consenso constitucional y se ha puesto en manos de separatistas y populistas. No creo que sea una impostura. Lo sienten de veras, y harán lo posible para “salvar” a España de la única manera que saben: boicoteando cualquier decisión de un Gobierno que consideran traidor a la patria.

Pedro Sánchez ha dado señales más que suficientes a lo largo de su vida de una enorme capacidad de aguante. Y por fin va a poder gobernar con un Gobierno en plenitud de condiciones y capacidades, pero ha de tener que afanarse como nunca para resistir los choques, que le van a vapulear cruelmente desde el primer día. Muchos progresistas le deseamos toda la suerte del mundo.

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