Telepolítica
Mantengamos el aplauso: se lo han ganado
Vivimos tiempos convulsos donde palabras como razonabilidad, equilibrio o sensatez han perdido protagonismo. Ahora bien, una cuestión es que estén en desuso y otra es aceptar semejante disparate. La ultraderecha y una parte significativa de la derecha han decidido apostar por la estrategia de convertir como enemigo nacional no al virus sino al gobierno. Esta politización partidista de la tragedia es desoladora en términos morales. En mi caso, siempre me ha gustado militar en la transversal causa del optimismo. Si soy sincero, haré una revelación: mi optimismo es de bote, no es natural. Tengo que hacer el esfuerzo por las mañanas de realimentarlo y aplicarle la energía necesaria para que me dure unos días. Sin embargo, en épocas tan tensas como la que vivimos, la batería del optimismo apenas resiste unas horas.
Uno de los movimientos políticos más tristes a los que hemos asistido estos días es la decisión de la ultraderecha de promover la no participación en los aplausos colectivos de las ocho de la tarde. Parece evidente que no desean ser parte de un sentimiento patriótico de unidad fuera de toda ideología, partidismo, sexo, edad, clase social, raza o religión. Lo más lamentable de esa actitud de quien ha dejado de salir a aplaudir a nuestros sanitarios es que resulta absolutamente injusto no reconocer el desmedido esfuerzo que estos cientos de miles de españoles que trabajan en el mundo de la sanidad están haciendo.
Empezamos a estar en condiciones de hacer balance de algunas de las actuaciones que se han llevado a cabo en estos meses. Los países más afectados por el impacto del coronavirus coinciden en el principal error cometido. En casi todos los casos fallaron los sistemas de alarma que debían detectar la gravedad de la emergencia sanitaria que llegaba. A partir de ahí, las diferencias entre lo sucedido en cada país han dependido fundamentalmente de tres factores. El primero de ellos, la potencia de cada sistema sanitario. Algunos países, como el nuestro, han mostrado los efectos causados por años de recortes en la inversión pública en sanidad. El caso alemán se ha confirmado como un modelo a seguir en esta materia. En segundo lugar, cada gobierno ha tomado decisiones estratégicas que han tenido mayor o menor eficacia en la gestión. Como norma, cabría concluir que cuanto mayor peso han tenido los técnicos especializados en la toma de decisiones mayor ha sido el grado de acierto. Basta mirar a Donald Trump o a Boris Johnson. Por último, un tercer factor determinante es la capacitación y entrega del personal sanitario en el desempeño de su función. Parece evidente que en los dos primeros factores, la previsión y la potencia del sistema sanitario, no podemos presumir en exceso. Sin embargo, en la eficacia del trabajo realizado tenemos sólidas razones para mantener la cabeza en alto y, sobre todo, para reconocer los logros obtenidos.
En mitad de la avalancha de informaciones y desinformaciones que nos invaden, podemos encontrar datos objetivos que nos ayudan a entender realmente en qué situación nos encontramos y cuál es la valoración justa que debemos hacer de nuestra actuación colectiva. En la actualidad, el foco mundial se centra en los cinco países más afectados por el covid-19: Estados Unidos, Italia, Gran Bretaña, España y Francia, ordenados por número de fallecidos. Ahora bien, si aplicamos otras formas de analizar las actuaciones realizadas observamos algunas diferencias que nos ayudan a valorar nuestra meritoria respuesta sanitaria. España (10,2%) ha conseguido, a día de hoy, reducir la tasa de mortalidad respecto a los casos confirmados en mayor medida que Italia (13,6%), Francia (14,5%) y Reino Unido (15,7%), aunque nos quedamos aún lejos del magnífico ratio obtenido por Alemania (4%).
Nuestros sanitarios son los que mayor número de contagiados en todo el mundo han conseguido recuperar. En total, casi 135.000, más incluso que los otros que más destacan, Estados Unidos (125.000) y Alemania (124.000). Si lo vemos en porcentaje, nos podemos dar cuenta del esfuerzo que nuestros profesionales de la salud han hecho en España. De todos los casos confirmados, en nuestro país se ha conseguido dar de alta ya a más de la mitad (56%), un porcentaje sensiblemente superior al de Italia (35%), o Francia (30%) y muchísimo más elevado que EEUU (12%) donde cabe entender que aún no han superado completamente la fase crítica de la saturación de su sistema sanitario –todos los datos citados están obtenidos de la John Hopkins University en la mañana del 30 de abril–.
Hay razones más que justificadas para ser optimistas tras lo vivido. Con nuestros aplausos de cada tarde intentábamos decir a nuestros profesionales de la salud que les apoyábamos en el desmedido reto que les esperaba. Hay que seguir aplaudiendo cada día para seguir animándolos. Además, hay dos motivos más que justifican que así lo hagamos. Por un lado, para reconocer los extraordinarios resultados de su lucha si consideramos la cantidad enorme de españoles a los que han podido salvar la vida en comparación con otros países. Pero además, sería positivo que incluyamos en nuestro sentimiento colectivo, con nuestro aplauso, el compromiso por facilitarles su labor. Se trata de decirles que además de agradecerles lo que han hecho, nos vamos a implicar en cumplir las normas necesarias para que el contagio no se extienda. Que vamos, disciplinadamente, a colaborar por tomar cuantas cautelas sean necesarias para evitar más fallecimientos y para conseguir el fin de esta etapa de dolor que nos ha tocado vivir.
Como españoles, no podemos dejar de aplaudir. Sería una muestra de ingratitud. Tampoco debemos dejar de aplaudir. Es una buena manera de comprometernos públicamente a que vamos a luchar por que las vidas de nuestros compatriotas corran cada día menos peligro.