Verso Libre
Aferrados al sillón. Las pestes comunicativas
Existen modelos de comunicación tan destructivos en la convivencia democrática como los virus dañinos y las pestes para la salud. Hace bien la cultura sociológica en reflexionar sobre el significado de palabras como libertad, información y comunicación.
La libertad, además de un derecho, es una responsabilidad. Es cierto que en nombre de la libertad se comenten abusos irresponsables, pero es demasiado imprudente que los ámbitos políticos impongan normas de control por lo que se refiere a la prensa. La historia ha demostrado que la interferencia política deriva siempre hacia el autoritarismo y la propaganda. Resulta necesario confiar sólo en la Justicia para pedir cuentas y reparaciones de los abusos. La prensa pública debe asegurar la independencia de los profesionales, algo que por desgracia cada vez es menos frecuente en los medios privados.
Por lo que se refiere a la información, estamos ya acostumbrados al tristísimo espectáculo de las falsas noticias. Los datos, las cifras, los hechos se manipulan de un modo espectacular, procuran alimentar indignaciones, miedos, odios y venganzas. Estas manipulaciones son preparadas para jugar con los sentimientos de personas obsesivas y unidimensionales que tienen puntos muy concretos de anclaje en el mundo y una falta generalizada de información. Las redes han servido para alimentar un círculo vicioso en el que mucha gente se mira al espejo y recibe noticias en sus ojos que sólo sirven para alimentar sus instintos. No se comunican para pensar, sino para que un mundo falso les dé la razón o les insulte. Y los insultos abren la brecha, confirman los propios instintos en una dinámica agresiva de buenos y malos, nosotros y ellos.
El daño de las noticias falsas nos ha hecho distinguir entre información y comunicación. Si el periodismo serio se dedica a informar de los hechos, en las redes sociales y el periodismo basura habitan los procesos comunicativos con su impudorosa voluntad de manipulación. Como en tantos detalles propios de la mentalidad neoliberal, se tiende a sustituir la realidad histórica de carne y hueso por una realidad virtual de instintos y deseos.
Pero sería un error que el periodismo serio se limitase a observar los hechos, desentendiéndose del fluido sigiloso de la comunicación. Los lingüistas saben que el lenguaje sirve para crear vínculos, consolidar sentimientos de comunidad, sentidos de pertenencia, y que en el uso cotidiano de las conversaciones la información ocupa un lugar mucho más reducido que la comunicación.
Nos despertamos, le damos un beso a la pareja y le decimos te quiero. Salimos, nos encontramos en el ascensor con una vecina y nos quejamos del calor que hace. En cuanto llegamos al trabajo, comentamos que es viernes con la sonrisa del que celebra la proximidad de un fin de semana. Todo eso se sabe de antemano, el cariño, la temperatura y las bondades de los días de descanso, son realidades compartidas. ¿Me quieres? ¡Ya lo sabes! Pero dímelo otra vez, me gusta oírlo. Lo que ya se sabe es lo que crea comunidad.
Una noche sin luna
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Más allá de las mentiras concretas, la dinámica comunicativa impone una ideología y una idea de la sociedad. Se trata de un peligro de más calado que la simple falsedad de un hecho. Así que, además de la información rigurosa, es un problema acuciante atender a las estrategias de comunicación si queremos mantener la salud democrática.
Cuando alguien afirma que el Gobierno aprueba los indultos para aferrase al poder, no sólo miente, sino que comunica una idea sobre el poder y la política. Al Gobierno le quedan dos años de legislatura y después habrá elecciones con indultos o sin indultos. Así que en este tipo de mensajes, junto a la ofensa coyuntural, se genera una idea que afecta al crédito de la política y del poder. Se nos dice que son ámbitos egoístas, mezquinos y pervertidores. Ese es el tipo de comunicación que los populismos reaccionarios han puesto en marcha desde hace años para debilitar al Estado e identificar la libertad con la ley del más fuerte, con la ley de la selva, con la fuerza del dinero (ese ámbito que antes se identificaba con el egoísmo, la mezquindad y la corrupción).
Por eso conviene no sólo informar con rigor, sino comunicar sentimientos democráticos. ¡Basta ya de "todos son iguales"! La política y el poder democrático no pretenden aferrarse a ningún sillón, defienden ideas y criterios que sirven para solucionar problemas y generar marcos de convivencia.