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Suicidio: prevención o estigma

Gema González López | Gaspar Llamazares

La necesidad de un Plan de Prevención del Suicidio ha vuelto a formar parte de las prioridades políticas con el anuncio de la recientemente dimitida ministra de Sanidad Carmen Montón. Pero no es la primera vez, ni el único programa en marcha. En repetidas ocasiones las familias, las sociedades científicas y el Congreso de los Diputados han instado su puesta en marcha, si bien se ha venido aplazando, al igual que la estrategia de salud mental.

Diversas comunidades autónomas han tratado de cubrir el vacío, poniendo en marcha sus respectivos planes o protocolos de prevención del suicidio con desiguales resultados. Es preciso, por tanto, evaluar la aplicación de dichos programas en la reducción de las tasas de suicidio, pero también en el abordaje de sus complejas causas, si queremos que el futuro plan sea útil.

Según los últimos datos de 2016, han fallecido como consecuencia del suicidio 3.569 personas en España, 10 personas al día; 3 de cada 4 han sido de varones (2.662) y un 25% de mujeres (907). Cifras que suponen una mínima disminución de 33 defunciones respecto a 2015 (un 0,9% menos). Una situación preocupante pero estable.

El suicidio sigue siendo la principal causa de muerte no natural en España, produciendo el doble de muertes que los accidentes de tráfico, 13 veces más que los homicidios. El suicidio es la tercera causa de muerte en el grupo de edad de entre los 15 a los 29 años, superado sólo por las causas externas de mortalidad y los tumores.

Aunque el mayor número de suicidios en ambos sexos se produce entre los 40 y los 59 años, el riesgo de suicidio aumenta con la edad, sobre todo en varones, que llega a multiplicarse por 7 respecto a las edades más tempranas. Por comunidades autónomas, Galicia y Asturias se encuentran a la cabeza. España ocupa, sin embargo, un puesto bajo, el 23º en la tasa de suicidio en comparación con el resto de Estados miembros de la UE. Presenta 7,51 muertes por suicido por cada 100.000 habitantes; mientras que el promedio de la UE se sitúa en una tasa de 11 muertes por suicidio.

El suicidio se encuentra presente a lo largo de toda la historia de la humanidad y en todas las culturas. Se han mantenido diversas consideraciones y actitudes hacia las diferentes manifestaciones del suicidio y todo lo que se relaciona con él, dominando en las diferentes sociedades antiguas las visiones sociales y religiosas que comparten una idea de rechazo y repudio. Más recientemente aún se mantienen el estigma y la ocultación.

Fue en el siglo XIX cuando el suicidio comienza a estudiarse desde la perspectiva científica con el sociólogo Emile Durkheim, quien al investigar sobre él diferencia dos manifestaciones: la tentativa suicida y el suicidio consumado, señalando que son grupos poblacionales diferentes los que realizan cada uno de estos actos. Será en la primera mitad del siglo XX cuando se comiencen a estudiar diferentes aspectos del suicidio y en la década de los 70 se abordará desde los criterios de intencionalidad, letalidad, método y circunstancias, comenzando a hablarse de “conducta suicida”, que se divide en: ideación suicida, tentativa suicida y suicidio consumado, las cuales presentan factores de riesgo diferentes.

La ideación suicida: pensar en suicidarse, elegir cómo hacerlo, planificar dónde y cuándo hacerlo es de gran importancia por ser considerada el mayor indicador de salud pública. Investigaciones realizadas en los últimos 20 años en el mundo han demostrado que trastornos psiquiátricos como depresión, trastornos de ansiedad, abuso de sustancias tóxicas se presentan asociados, con alto nivel de significación (p

Como única alternativa de solución a su situación crítica es un importante argumento entre las personas que han realizado tentativa suicida. Entre sus principales factores de riesgo, investigados en países de los diferentes continentes del mundo, se encuentran también asociados de manera significativa (ptrastornos psicopatológicos, no siempre los mismos a los de la ideación.

El suicido consumado, considerado como toda muerte resultado de un acto que la persona realiza para alcanzarla, presenta sus propios factores de riesgo y sus propias características.

Por otro lado, hay que destacar que no sólo los trastornos mentales aparecen como factores de riesgo de la conducta suicida, se considera que un 10% se debe a circunstancias vividas en el momento de realizar la conducta suicida: conflictos sociales, desempleo, violencia, pobreza, enfermedades terminales, crónicas, experiencias dramáticas que llevan a un gran grupo de personas a que en algún momento de sus vidas lleguen a pensar en suicidarse, menos llegarán a realizar tentativa suicida y algunas consumarán el suicidio.

Por eso, el plan de prevención, con sus protocolos de actuación, deben desarrollarse no al margen, sino dentro de la estrategia de relanzamiento de los servicios de salud mental enmarcados en el modelo comunitario, con asistencia integral desarrollada por equipos multiprofesionales donde psicólogos, terapeutas ocupacionales, trabajadores sociales tengan, además de médicos y enfermeras, roles profesionales definidos y complementarios, que garanticen la calidad asistencial. Solo con medidas como estas se podrá velar por el derecho universal a la salud de todos los ciudadanos, humanizando como prioridad la asistencia en salud mental.

Si realmente se quiere trabajar en prevención, no se puede burocratizar el plan como un registro más, ni mucho menos reducirlo a la promoción de nuevos medicamentos, y ni siquiera acotarlo a un tratamiento psicofarmacológico. En el programa de prevención para personas que hayan realizado alguna tentativa suicida, se tienen que considerar características diferentes a las que presenta ideación, pues muchas de ellas además de tener planificado todo el acto con el que intentarán alcanzar la muerte, ya la han visto de cerca e incluso algunos han quedado con secuelas físicas o psicológicas. Todo esto hace que el programa de prevención para estas personas también deba ofrecer un abordaje integral, personalizado, y además con dispositivos intermedios y de rehabilitación que cubran las posibles consecuencias físicas y/o psicológicas de la tentativa suicida.

Se debe disponer de un protocolo de prevención en los servicios sociosanitarios que se ocupe de familiares y personas cercanas al que consumó el suicidio. Los ciudadanos con riesgo suicida, en cuya base se encuentren problemas sociales, de violencia, etc., deben ser incluidos en los programas de prevención considerándose su situación particular.

Pero no solo los servicios sociosanitarios deben desarrollar programas de prevención suicida: el sistema educativo debe preparar e instruir a niños y adolescentes en habilidades de resolución de problemas, empatía, reestructuración cognitiva, que les facilite considerar las cosas, los acontecimientos y situaciones desde diferentes puntos de vista, desarrollando habilidades que les ayuden, en momentos de dificultad, a generar alternativas de solución a sus problemas.

Los profesores de escuelas e institutos se presentan como los únicos profesionales que diariamente tienen contacto con niños y adolescentes, por lo que hay que proporcionales una preparación y formación óptima para que puedan detectar cualquier manifestación de la conducta suicida e instruirlos en cómo reaccionar y obrar de manera apropiada e idónea en cada caso.

Se hace también necesario dentro de un plan de prevención preocuparse de la ciudadanía en general, desarrollando actuaciones para sensibilizarla sobre el suicidio y sus consecuencias, a la vez que se educa para acabar con ideas erróneas y mitos sobre el suicidio: “Quien dice que lo va a hacer, nunca lo hace”, “los suicidas quieren morir”… El escritor italiano Cesare Pavese decía en 1936: “Y sé que estoy condenado para siempre a pensar en el suicidio ante cualquier molestia o dolor. Esto es lo que me aterra: mi principio es el suicidio, nunca consumado, que no consumaré nunca, pero que acaricia mi sensibilidad”, y 14 años después, el 27 de agosto de 1950, Pavese se suicida.

Es por último de vital importancia, dentro de los programas de prevención, seguir investigando sobre el suicidio en general y sobre todo la ideación en particular, pues cuando las personas la presentan, es cuando se deberían aplicar con mayores resultados los protocolos sociosanitarios para prevenir la realización de suicidio.

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