Crisis del coronavirus
Puente de Vallecas estalla contra la gestión en Madrid: "Si se hubieran preocupado aunque fuera un poco, no estaríamos así"
Las miradas de las vallecanas y vallecanos no se separan este viernes del televisor. De las primicias de los medios, de los rumores, de la comparecencia de Isabel Díaz Ayuso y sus cambios de hora. La vida en el barrio no para durante los momentos previos a que la presidenta madrileña anuncie las medidas tejidas para las zonas más afectadas por la pandemia. Tampoco parece que la actividad se vaya a congelar por completo a partir de este fin de semana: son miles de familias las que se desplazan para trabajar y muy pocas las que cuentan con el privilegio de poder quedarse en casa. Alrededor de las 17.00 de este viernes, la líder regional así lo confirmó: un total de 37 áreas sanitarias asumirán a partir del lunes restricciones a la movilidad, con salvedades como la actividad laboral. Nueve de ellas están en Puente de Vallecas, el distrito más golpeado.
Los vecinos cabalgan entre la rabia y la resignación. Lo perciben Jorge y Begoña, al frente de la librería La Esquina del Zorro. El azul de su fachada parece interpelar al transeúnte que se mueve por las estrechas calles de un barrio construido sobre piedra vieja y casas bajas. El local cumple ahora un año en su actual ubicación. Los viernes noche solían concentrarse a sus puertas grupos de personas ajenas a lo que vendría. En La Esquina del Zorro no sólo se venden libros, también se organizan recitales, conciertos y microteatro. Así era hasta hace unos meses que ahora pesan como lustros. "Hacíamos mucho evento y ahora mismo no estamos haciendo nada, así que te ves resentido a todos los niveles, pero sobre todo en lo anímico", reconoce Jorge. La sensación de incertidumbre no es otra cosa que la consecuencia lógica de la gestión de quienes "están al frente de la comunidad".
Jorge evoca a Isabel Díaz Ayuso al tiempo que sale en defensa de su barrio: "No es que la gente haga lo que quiere y se contagie porque sí, es que vivimos hacinados, en un barrio grande y con casas pequeñas, pero a esta señora no le entra en la cabeza". Begoña asiente tras una mascarilla estampada con un corazón verde que clama por los servicios públicos. Sobre la presidenta madrileña añade: "Hay mala intención también, están aprovechando la crisis sanitaria para sus intereses y viva la privatización". "No es sólo que no sepan, a nadie se le ha preparado para gestionar una pandemia, es que lo de ellos es mala intención y aprovechar las circunstancias para sus negocios".
Y entonces se produce "el señalamiento a los barrios del sur, porque les conviene". No es que haya cogido por sorpresa, la cantinela tiene sabor añejo: "La delincuencia, la droga y ahora la pandemia", cita Begoña. Y Jorge recuerda que "Vallecas en el fondo es un caramelo" porque está "pegada a Atocha, así que conviene degradarla para que al final les cueste todo dos duros, compren terrenos y construyan pisos de lujo". Es, entiende, una "estrategia que siempre les ha salido muy bien: demonizas un territorio, echas a la gente y la jugada es redonda".
En medio de la partitura, la ciudadanía. "La gran mayoría de la gente de Vallecas no trabaja en Vallecas", por lo que es todavía incierto "qué va a pasar con esa gente y esos lugares donde ellos trabajan". Al final, dice Begoña, "si cae Puente de Vallecas cae todo", y la gente empieza a perder la paciencia. "Se han hecho muchas protestas muy respetuosas, pero están pisoteando todo y las consecuencias se van a vivir durante años".
"Se están tirando la pelota entre unos y otros, pero al final no piensan en los ciudadanos. Se creen que ellos están ahí por derecho divino, se van echando las culpas y al final los perjudicados somos todos nosotros", remata Jorge, quien se pregunta "cuándo uno deja de ser ciudadano y se convierte en político".
El mismo diagnóstico es compartido por Fernando. El propietario de Potencial Hardcore, una pequeña tienda de música y complementos punk, espera tras la puerta de su establecimiento con un bote de gel hidroalcohólico. Como en una suerte de ritual, él mismo se encarga de depositar el líquido desinfectante en las manos de cualquiera que llame al timbre de su local. De fondo, suena la música: Non Servium y Radiocrimen parecen escupir este viernes la rabia de todo un barrio.
"Mi sensación es de olvido, les importa un carajo lo que ocurra en los barrios del sur porque ellos no viven aquí", lanza el dueño de la tienda. No le sorprende que su barrio esté en el centro del debate: aquí, dice, es donde está "la gente que no les gusta y donde no hay dinero, no es nada nuevo". Al final, razona, "es todo política: tienen que cuidar a sus votantes y a sus barrios".
Fernando tiene dos críos: el pequeño de tres años y la mayor de cinco. Acaban de empezar el colegio, aunque los padres tardaron en tomar la decisión de volver a las aulas. "Es que no se sabe qué hacer, no sabemos si llevar a los niños al cole, te dicen que si tienen fiebre no los lleves, pero entonces tienes que llamar al médico y no te lo coge. Todo esto al final es abandono político", estima y apunta a las principales carencias en la comunidad: falta de personal sanitario y ausencia de rastreadores. "Si se hubieran preocupado un poco, aunque fuera un poco, no estaríamos en esta situación. Además a Ayuso, excepto repartir pizza, no le interesa hacer nada".
Imagen del bar El Gallego, en Puente de Vallecas (Madrid).
Los bares siguen abiertos, la gente se deja ver por las terrazas, en absoluto ajenas al problema: en ellas discuten, especulan, cargan contra la clase política. En Martínez de la Riva, el área sanitaria más perjudicada por el virus, se levanta el bar El Gallego. Lisardo, el dueño, también recuerda algunos de los momentos estrella de Isabel Díaz Ayuso durante los meses de pandemia. "Mientras esta señora se estaba gastando casi cinco mil euros en una habitación de hotel yo estaba encerrado en casa pagando mi cuota de autónomo, mis impuestos y mi alquiler del bar", clama. Vacila, al principio, al hablar de la líder conservadora, pero enseguida despeja toda duda y lanza sin titubeos que "es una persona inútil para estar al frente de una comunidad".
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Las medidas restrictivas no cogen por sorpresa al dueño del establecimiento, pero cree que llegan tarde. "Todo esto se tendría que haber pensado en junio, pero no lo hicieron", lamenta y reconoce que cualquier medida que implique el cierre de su local no la va a respetar. "¿Qué ayudas me van a dar? A mí levantar esta persiana a final de mes me cuesta nueve mil euros. Y yo no veo ninguna recuperación aquí, veo más que el que aguante se va a llevar todo por delante". Lisardo recalca lo fundamental de conceder "más efectivos para controlar el barrio –critica con rotundidad los botellones que todavía colapsan algunas avenidas–, más transporte público, más frecuencia en el metro". En Vallecas, concluye, "o nos mata el covid o nos mata el hambre".
Asisten desde la barra dos clientes habituales. Uno de ellos, policía nacional jubilado, no se pliega ante la autocensura. "Tenemos una derecha nazi que sólo busca llenarse los bolsillos, no están a la altura de la dignidad de este pueblo". Su compañero carga contra la presidenta regional. Se confiesa votante socialista, así que admite un recelo de base contra la derecha. Sin embargo, lanza el hombre de mediana edad, basta comparar al alcalde con la líder autonómica para ver que "la comunidad está muy mal". El personal sanitario se encuentra completamente saturado, los centros de salud al borde de su capacidad y los teléfonos de emergencia echan humo. "No pueden más y no es culpa suya, es el sistema que no funciona".
Sobre los fallos del sistema saben algo las personas que guardan cola para acceder a un poco de comida en Peña Gorbea. Al frente de la última caja de fruta están Neus y Juan. Reparten los víveres a las puertas de un centro de mayores de titularidad pública. Por hoy han terminado, explican, pero desde el inicio de la pandemia no ha dejado de crecer la demanda de ayuda. "Hoy ya lo hemos repartido todo, pero el lunes más. A ver cómo está la situación".