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¿Qué Europa queremos?

Bueno, pues aquí está el gran dilema al que nos enfrentamos y que muchos ya advertimos cuando se acercaban las elecciones europeas. ¿Qué Europa queremos? Es la gran pregunta que nos deberíamos hacer cada vez que tengamos que ir a las urnas, saber, de verdad, cómo se van a articular las políticas de cada Estado y de la Unión para no venir luego con lamentos.

Y en esta encrucijada estamos. Debatiendo el modelo migratorio que queremos implementar. La inmigración se ha convertido en el problema central de muchos países, desbordados por la presión migratoria, por la llegada de pateras... Algunos lo han querido convertir en un problema europeo. La solución, dicen, no pasa sólo por lo que hagamos nosotros en nuestras fronteras. La solución tiene que llegar de una política conjunta, pensada, reflexionada sobre cómo y qué tipo de acogimiento hacemos.

El pacto migratorio que se firmó este año, en mayo, apostaba por un reparto de la carga entre países, reparto de migrantes que llegan por mar a terceros países dentro de la Unión, allanar el proceso burocrático de asilo, hacerlo más homogéneo y más rápido. En ese pacto se dibujaba una Europa que sería proactiva en ayudar a quienes vinieran. Una Europa que controlaría sus fronteras, sí, pero no las cerraría.

El plan que se plantea ahora es otro, el opuesto. El modelo es de Meloni, sin paños calientes. Es decir, crear zonas —guetos sería la palabra adecuada— en terceros países, traducido, “aquí que no entren”, el problema de hacinamiento se lo van a comer otros, no nosotros, aunque la factura, millonaria, sí que saldrá de las arcas de los países europeos. El modelo de Meloni, que ha empezado a ponerse en marcha esta misma semana, es ponerse una venda, enorme. Que los migrantes ilegales no estén en nuestras ciudades, que no estén en nuestros parques, que no compartan espacios con nosotros, ni con nuestros hijos. Los aparcamos ahí, en unos barracones de obra, con las mínimas condiciones de habitabilidad, porque vivir ahí no es realmente vivir, y luego ya vamos tramitando los procesos de retorno (la gran mayoría ni siquiera van a pisar suelo europeo, después de haberse jugado la vida en el intento) y las peticiones de asilo vamos a mirarlas con lupa, endureciendo los requisitos.

El modelo de Meloni es que los migrantes ilegales no estén en nuestras ciudades, que no estén en nuestros parques, que no compartan espacios con nosotros, ni con nuestros hijos. Los aparcamos ahí, en unos barracones de obra

Esto es lo que hay. Hacia esto es hacia lo que vamos, sin posibilidad de plan B, me temo. Por mucho que España y otros países —Francia, Portugal, Luxemburgo y Bélgica— se opongan a ello. Porque esa lista de países que ahora dicen 'no' puede ir mermando conforme pasen los meses y conforme el supuesto problema de convivencia se vaya convirtiendo en una auténtica emergencia social (léanme con toda la ironía que puedan, por favor).

Y, ¿cómo vamos a intentar convencer a nuestros socios si aquí, en España, es imposible convencer a otras comunidades para que ayuden a Canarias a aliviar su asfixiante situación en los centros de acogida? Ahí está la respuesta de Page, de los ayuntamientos que han protestado cuando les han enviado un grupo de personas, ¡personas, señores!, personas, no animales, per-so-nas…

Algunos dicen que hay una idea romántica en la izquierda de cómo hay que aceptar la llegada de migrantes, de acogerles, de no poner trabas. Quienes hacen esa “burla” son los mismos que luego contratan a trabajadores del hogar sin papeles, a cuidadores de personas mayores a las que pagan en B…

Una pregunta: si el migrante que entra en nuestro país consigue, de una forma ordenada y legal, papeles para trabajar, cotiza como usted y como yo, paga sus impuestos, trabaja, tiene las mismas dificultades que usted y que yo para llegar a final de mes, ¿le incomodaría también que viniera a nuestro país? Le recuerdo que falta mano de obra, que falta en profesiones que los de aquí no quieren ejercer. Porque al final, cuando ese migrante que llegó a nuestro país, formó un hogar, trabajó y se deslomó para que sus hijos tuvieran mejores oportunidades, se convierta en el padre de una gran estrella del fútbol, o de un científico, o de un médico, o de la persona que le va a atender a usted cuando lo necesite, la pregunta no será ¿qué Europa queremos?, sino ¿qué España somos?

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