El sueño de Hillary

El sueño de Hillary Clinton en 2016 era el de convertirse en la primera mujer presidenta de Estados Unidos. Con ello jugó toda la campaña, con ese sueño, con ese anhelo, con pasar a la historia no como la "mujer de" sino como la mujer que logró romper uno de los techos de cristal más gruesos que hay en la historia de la política: ver a una mujer en el Despacho Oval, una mujer dirigiendo uno de los países más poderosos del mundo.

Su equipo jugó con esa idea hasta el último minuto: eligieron uno de los centros de convenciones más emblemáticos de Nueva York, el Jacob Javits. Un imponente edificio junto al río Hudson, con su fachada y, esto es lo importante, y su techo de cristal. Querían que la metáfora se hiciera realidad aquella noche. Romper el techo de cristal de la política en su máxima expresión. Y fue el peor fiasco político de la historia. Con una Lady Gaga esperando a salir al escenario para celebrar una victoria que nunca llegó. Recuerdo las caras de desconcierto de los que estaban ahí. No podían asimilar lo que los paneles iban mostrando: Trump había ganado. La fiesta terminó de forma abrupta y el sueño se hizo añicos, como un cristal estampado contra el suelo.  

A los periodistas esa noche nos tocó improvisar como le tocó improvisar al equipo de Hillary. No salió al escenario a reconocer la victoria de su oponente, una de las tradiciones no escritas de la política americana. El shock era tan importante que no podían reaccionar. El resto, conforme aquel centro de convenciones se iba vaciando, tuvimos que coger taxis en mitad de la noche para acercarnos a apoyar a los compañeros que estaban dentro de la Torre Trump. La noticia estaba en esa mole de la quinta avenida y no en un edificio de cristal que reflejaba, más que nunca, lo oscuros que iban a ser esos próximos 4 años.

Ahora, de nuevo, muchos en el partido demócrata van a querer cabalgar sobre esa idea: convertir a Kamala Harris en la primera mujer presidenta de Estados Unidos. Pero va a hacer falta llenar de contenido esa idea. Parten con una desventaja, en tiempos, en liderazgos... Trump lleva semanas capitalizando los mensajes, los titulares y controlando el relato de lo que tienen que suponer estas elecciones. Kamala y su equipo primero tienen que amarrar la nominación en la convención de agosto y de ahí, en apenas dos meses, lograr darle un vuelco a unas encuestas que sigue liderando el candidato republicano.

Los mensajes de los demócratas, de Kamala, tendrán que ser poderosos, convincentes para darle la vuelta a ese pronóstico

Cómo hacerlo, cómo lograr que les escuchen quienes están decepcionados con cómo se han hecho las cosas hasta ahora va a ser difícil. En Estados Unidos lo de la derecha y la izquierda no es tan nítido como en Europa. Ser demasiado de izquierdas le puede penalizar a la candidata de los demócratas. Ser demasiado de derechas, también, porque puede ser percibida como parte de las élites. Ése fue en parte el gran error que cometió Hilarry en la campaña de 2016. La veían alejada de los problemas reales de la gente, de la clase trabajadora y, lo más importante, de lo que afecta a las mujeres, ésas a las que intentaba seducir en su campaña y a las que van a intentar volver a seducir en las próximas semanas.

Ahora mismo, los resultados de noviembre son, cuanto menos, preocupantes. Imaginar una presidencia de Trump durante 4 años en el escenario geopolítico actual es inquietante. Los mensajes de los demócratas, de Kamala, tendrán que ser poderosos, convincentes para darle la vuelta a ese pronóstico. Deberán tener un mensaje claro para las mujeres, para los trabajadores, para los negros, para los hispanos, para las minorías si quieren ganar. Y dejar las metáforas guardadas para la noche electoral. Esperando a sacarlas del cajón si las cosas salen bien. Veremos. 

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