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Fuera mascarillas: el caos de la libertad

El miércoles salió el real decreto. Tuturutuuú: de hace saber, por orden del señor presidente, que la mascarilla no será obligatoria en interiores. ¡Viva, viva! Por fin dejarán de empañársenos las gafas y de escocérsenos las orejas. Me disponía a salir al balcón, a eso de las ocho de la tarde (por los viejos tiempos) cuando llegó hasta mis oídos un runrún de zozobra.

"Las excepciones nos confunden", decían unos. "Queremos instrucciones exhaustivas", gritaba otro. "¡Hay que resucitar a Hammurabi!". Miré la norma: obligatoria solo en centros sanitarios, en el interior del transporte público y en puestos de trabajo donde prevención de riesgos laborales determine que hay (obviamente) riesgo laboral. Me froté los ojos con incredulidad. Pasados unos minutos, el campanilleo de los teletipos era ensordecedor. La SER informaba: "¿Debo llevar la mascarilla en el ascensor de mi comunidad de vecinos? Los administradores de fincas resuelven algunas dudas". ¡Cáspita! ¡Han llamado a los administradores de fincas! ¡La última salvaguarda de la democracia occidental! Los informes se amontonaban: expertos venidos desde los confines del imperio exponían su doctrina sobre los usos del cubrebocas en las situaciones más inverosímiles. ¿Debe utilizarse en el umbral de las puertas? ¿Y qué ocurre cuando nos encontramos cerca de especies en peligro de extinción? De improviso, una pandilla de psicólogos parió un nuevo síndrome: el de la cara descubierta. Me preocupa que sea más grave que el de la cabaña

Expertos venidos desde los confines del imperio exponían su doctrina sobre los usos del cubrebocas en las situaciones más inverosímiles. ¿Debe utilizarse en el umbral de las puertas?

El país estaba soliviantado y temí que estallase una revuelta sangrienta. El viernes me contaron que un orate que se había retirado al monte con docena y media de discípulos pretendía, mediante oraciones secretas y ciencias gnósticas, componer una teología negativa sobre los barbijos profilácticos. Por la tarde, el Ateneo de Torneros Fresadores de Villa Rubia del Saltillo publicó (con la pompa a la que ya nos tiene acostumbrados) una guía a la que ellos, fanfarronamente, llamaron emporio celestial de conocimientos benévolos. Decía:

"Habrán de usar la mascarilla los que: a) pertenezcan al Emperador, b) estén embalsamados, c) amaestrados; sean d) lechones, e) sirenas o f) fabulosos. Aquellos que acompañen a g) perros sueltos. También, lo que se hallen h) incluidos en esta clasificación o que se i) que se agiten como locos. Serán considerados población de riesgo los j) innumerables, los k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello y l) etcétera. Quedan exentos los que m) acaben de romper el jarrón o los que n) de lejos parezcan moscas".

Horror. Al final de la jornada se habían fundado una miríada de partidos políticos que arengaban a las masas. "La lucha entre enmascarados y descubiertos es el motor de la historia universal", proclamaba un liderzuelo. "Durante los próximos años, esta será una región mascarilla free", sentenciaba otro. "Soros quiere que enfermemos. ¡Es todo culpa del globalismo!". Al calor de la noticia, las tertulias televisivas y radiofónicas se han llenado, súbitamente, de opinadores de dudosa calidad. Esta contingencia, absolutamente inédita, está teniendo consecuencias pavorosas: el presidente de una región septentrional ha conjeturado que el virus "se desplaza por el aire" y ha recomendado a las gentes bajo su tutela que se cuiden del viento de poniente y de la tramontana. Paralelamente, una cuadrilla de matasanos de dudosa cualificación se ha erigido en cantón independiente y, al abrigo de sus batas blanquísimas, auguran grandes calamidades y pestes especialmente malolientes.

Pero aún hay esperanza. La Asociación Nacional de Filólogos, Lingüistas y Semiólogos se ha reunido (con carácter de urgencia) para esclarecer si el predicado "no está obligado a usar" es intercambiable por "tiene prohibido emplear". Ojalá el dictamen de esta heroica asamblea aclare lo que es, quizás, la disputa más grande a la que se ha enfrentado la humanidad desde que los teólogos bizantinos se encerraron a determinar el número de ángeles que caben en la cabeza de un alfiler.

Seguiremos informando.

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