De la dana, a la riada: sobre catástrofes y responsabilidades (y III) Javier de Lucas
Manual de supervivencia navideño
Ya lo dijo Descartes: el buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo; y los parientes idiotas. ¡Albricias! Se acerca ese felicísimo momento del año en el que la cuñada del demonio o el primo que ha montado una startup se cuelan entre las gambas y los turrones. Tremenda contrariedad, ¡pero no se apure! Si practica una religión que condena el homicidio múltiple o si (por lo que sea) usted le hace ascos al parricidio, aquí les ofrecemos algunos consejitos para sobrevivir al frenesí social sin acabar en la trena.
- Use palabras extrañas y esdrújulas. El enemigo acecha: mientras usted sorbe la sopa con la indefensión de una gacela del Serengueti, el novio de su prima puede preguntarle, ¡zas!, qué opina del Gobierno, la crisis de los misiles o la proclamación del dogma de la Inmaculada. ¡Cuidado! ¡Es una trampa! Ese pérfido comensal está esperando una respuesta timorata para endiñarle con sus cultivadísimas ideas de bombero. No vacile ni un instante y aturúllelo con una ristra de palabros incontestables: aporofobia, Recesvinto, rinoplastia, perjúmenes, mesenterio, licuefacción, plusvalía, deltoides, portuñol, ¡hagioscopio! Le aseguro que, con la combinación adecuada, tendrá a su enemigo noqueado hasta los postres.
- En caso de aprieto, finja alguna enfermedad paradójica. El ceremonial de las celebraciones familiares exige que se formulen un mínimo de preguntas impertinentes. «¿Y no quieres tener hijos?», «¿sigues trabajando de camarero?», «¿todavía eres un impío sodomita?». En estas circunstancias, es muy útil hacerse el mudo, improvisar una crisis de ausencia, marcarse un chachachá de San Vito o culebrear por el suelo como si le estuviese dando un tabardillo.
Se acerca ese felicísimo momento del año en el que la cuñada del demonio o el primo que ha montado una 'startup' se cuelan entre las gambas y los turrones
- Gasolina al fuego. Si los truquillos anteriores no surtiesen efecto, pise el acelerador. Si le toca aguantar una filípica homófoba, defienda (como si le fuese la vida en ello) el bestialismo, el sexo con árboles, las prácticas sadomasoquistas más aberrantes y el goce sexual por orificios insospechados: ombligos, fosas nasales, el píloro (esa válvula que une el estómago con el intestino) o los conductos lacrimales. Si, por el contrario, le están dando el vermú con farfolla guerracivilista, proponga una eugenesia sensata, una cheka en cada patio de luces o llenar la España vaciada de gulags. ¿Que le llueve del otro lado? Sin problema: la instauración de una teocracia amable, aliviar la sobrecarga de los juzgados aprobando el duelo con florete, la pena de muerte para los que no oigan misa diaria y que en los colegios den las clases en latín.
- Insultos a puerta fría. Supongamos que usted padece a un allegado que se ha hecho foodie y el fulano tiene la intención de darle la cena explicándole su ranking de las mejores franquicias grasientas ordenadas en proporción de triglicéridos. ¿Cómo afrontar un ataque acometido por un perfecto idiota? Con palabras que entienda. Interrúmpalo suavemente y mírelo con firmeza mientras le dice: «Eres tontísimo. Más imbécil que un canto rondado, más simple que un botijo, más inútil que una rueda cuadrada. Por favor, guarda silencio o te cortaré la garganta con el cuchillo de untar». No volverá a molestarle, le doy mi palabra.
- Terraplanistas, mon amur. Puede que tenga suerte y en su familia no haya fascistas sino chalados. Un sobrino con un gorrito de papel de plata alegra mucho la nochebuena, la verdad. En este caso, aconsejo una maniobra envolvente con el espíritu navideño: rascar la botella de anís cantando ya vienen los reptilianos, caminito de Belén, regalarle una de esas tortas redondas de turrón duro para que juegue con ella, prepararle unos mazapanes con formitas de la Pfizer o dejar que sea él el que ponga el río de papel albal del portal de belén.
Confío en que estos consejos les hagan las fiestas más llevaderas. Por lo demás, ¡feliz Navidad! Y cuidado con el polvorón, que es traicionero.
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