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El Gobierno recompone las alianzas con sus socios: salva el paquete fiscal y allana el camino de los presupuestos

Al pie de la letra

Magno evento, ¡despiporre nacional! La princesa, a lomos de su Rolls Royce, cumple la mayoría de edad. Tocan la corneta y una legión de aduladores se entinta el cálamo (ja). «Las mejores democracias tienen monarquía», titula uno. Los alemanes, avergonzados, intentan reanimar al káiser. «La heredera de la Constitución», cacarea el otro. Es suya, conste, pero nos la presta.

¿El espectáculo? Modernísimo, casi futurista. Alabarderos a caballo, corazas y militares enseñándole la escopeta a una bandera. «Son símbolos», me dicen por el pinganillo. ¡Anda! ¿Y el rey? «También. Representa la unidad del Estado». Por mucho que mire al soberano, me cuesta encontrar la relación entre una cosa y la otra. ¿Será porque no se desmonta? Vaya, con lo que molaría un monarca mister potato.

La muchacha se acercó a las Cortes a leer la cuartilla que le habían preparado. «Guardar y hacer guardar, lealtad a mi papá». Gran algazara en las redacciones del país. Altura, responsabilidad y qué guapa es la niña: no sabía que las rotativas se lubricaban con baba. Me pregunto qué mérito tiene hacer lo que te toca. Más, cuando las ganancias superan con creces el sacrificio. Y si la pifias, comodín de la inviolabilidad.

Tras el heroico juramento, el Gobierno tuvo a bien concederle una condecoración. «Estos privilegios garantizan la igualdad de los españoles», dijo el presidente con gran pompa. La hermana, sin toisón ni orden del mérito con la que adornar el vestido que le habían alquilado (hay que tener mala leche), aplaudía resignada. Mientras tanto, los matinales acuñaban divertidas quimeras sociológicas. ¡Generación Leonor! Cáspita, mañana todos a la uni escoltados por el batallón de honores. Un abnegado columnista se lamentaba: pobre muchacha, cuántos sacrificios en el esplendor de la juventud. «No podrá tomar el sol desnuda en una playa tropical», escribió el compungido. Tiene guasa, como si el abuelo no se hubiese sacado el pajarito en los cinco continentes.

¿El espectáculo? Modernísimo, casi futurista. Alabarderos a caballo, corazas y militares enseñándole la escopeta a una bandera. «Son símbolos», me dicen por el pinganillo. ¡Anda! ¿Y el rey? «También. Representa la unidad del Estado»

Ante tantísimas adhesiones (un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo), he parido una hipótesis: el juancarlismo se salta una generación. Entre medias, un felpudo, ya me entienden. Sin embargo, no todo el mundo vitorea a la constitucionalísima corona (viva mi dueña). A los rojos y a los separatistas les parece fatal que se obtenga la jefatura del Estado porque un día papá y mamá le hicieron un encargo a la cigüeña. Lo de los fueros ya lo comentamos otro día.

Total, que sus señorías se ausentaron y, mientras tanto, un propio de la pesoe fue a donde Puigdemont para hacer manitas. ¿Cómo podíamos vivir sin amnistiar a estos señores?, se preguntan en Ferraz. Nunca nadie sacó tanto brillo a lo de la necesidad, virtud. ¿Qué será más español? ¿Los inmarcesibles valores encarnados en la monarquía o la sacrosanta tradición de complacer a los independentistas del noreste? Lo de la solidaridad interterritorial lo discutiremos (pinky promise) cuando enmendemos lo de la ley sálica. Cada cosa a su tiempo: no se me pongan revolucionarios.

En fin, termina una semana en la que ha ocurrido e xac ta men te lo que tenía que pasar. Córcholis: se le queda a uno el cuerpo suavísimo, sin un triste sobresalto. Un murmullo recorre España: «todo va según lo previsto». ¿Será que por fin nos hemos civilizado? Eso sí que sería traicionar nuestras costumbres.

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