Sobre ser ‘queer’, las siglas y los derechos de todas Marta Jaenes
Un precioso ático en el barrio de Salamanca
El algoritmo nos matará a todos, pero no será mañana. Como cualquier persona sensata, temo la inevitable rebelión de las máquinas y, por tanto, me intrigan las minucias del proceso. ¿La humanidad será sometida por una inteligencia central, ubicua y despiadada o cada cual padecerá los resentimientos de su propio asistente virtual? Pensaba la otra tarde en estas sensatísimas preocupaciones cuando, de repente, un zagal risueño me habló desde Instagram. El tipo, con un traje que le echaba veinte años encima, sonreía como si le estuviesen estirado las comisuras con dos anzuelos. "¿Te vienes conmigo a visitar un precioso ático a dos minutos del Retiro, en la zona más exclusiva del barrio de Salamanca?". ¿Quién?, ¿yo? No tuve ocasión de negarme: a corte, el intrépido inmobiliatra sonriente, cantaba las ventajas de tener la vitrocerámica incrustada en el salón, a veinticinco centímetros del baño. "¿Te gusta? Lo tenemos por un millón seiscientos mil en Sacamantecas Consultores". El mercado, otra vez regulándose solo.
Los enigmas se amontonaban. ¿Por qué clase de plutócrata me tenía la omnisciente mollera de internet? ¿Seré rico sin saberlo? ¿El gordo del Euromillón es inminente? Y, con todo, ¿quién, en su sano juicio, se gastaría el pe i be de un atolón caribeño en una ratonera pretenciosa?
Tras muchas elucubraciones (algunas, no lo negaré, me avergüenzan) caí en la cuenta. Milei acababa de pasar por Madrid y cómo no iba a descoyuntarse el algoritmo con semejante soirée de talibanes del libre mercado. El fulgor de tantísima lumbrera debía verse desde el espacio. ¡Qué estampa tan hermosa! Todos los catedráticos de la Rey Juan Carlos (el Harvard de Móstoles) asentían emocionados mientras las mentes más preclaras de la ciencia económica (ja) proclamaban al unísono las verdades del barquero. ¿Los impuestos? Un robo. ¿La justicia social? Una filfa. Coñe: el egoísmo de un crío de seis años elevado a ideología.
Ávido de sabiduría, me puse la retransmisión mientras pasaba el mocho. Créanme, hay charcos con más profundidad que la Escuela Austríaca. Eso sí, son imbatibles: a un fulano que te defiende, a la vez, la meritocracia y la inviolabilidad de la herencia de los niños de papá no tienes cómo ganarle. Para colmo, la mitad, monárquicos. Están locos estos romanos.
No podría vivir sabiendo que el pérfido Estado ha tenido que sisarle dos eurillos a algún rico para que yo, vago, ¡destalentado!, coma caliente una vez al quinquenio
Empachado de tanta brillantez, consulté mis cuentas, a ver si había juntado para un baldosín en un semisótano con vistas al patio interior. Al escribir "vivienda" en el buscador se me abrieron las carnes. ¡Extra! ¡Extra! ¿sabían que las tímidas restricciones a los pisos turísticos están llevando a la bancarrota a miles de ahorradores? ¡En este país se persigue la iniciativa y el talento! "Metí todos mis ahorros en este pisito de cincuenta metros cuadrados que, con esfuerzo y tabiques, logré reconvertir en veintisiete apartamentos vacacionales. ¡Los comunistas quieren quitarme el derecho a vivir de las rentas!". Desgarrador. En otro conmovedor testimonio, una pareja de sanguijuelas explicaba al periodista cómo la tiranía liberticida amenazaba su sueño de convertir el barrio en un parque temático arrendado a guiris borrachos.
Temí que los gruesos lagrimones que me bajaban por las mejillas cortocircuitasen ordenador. "Componte, Joaquín, que si tienes que comprarte otro portátil el mes que viene dormirás bajo un puente". Imaginen la vergüenza. No podría vivir sabiendo que el pérfido Estado ha tenido que sisarle dos eurillos a algún rico para que yo, vago, ¡destalentado!, coma caliente una vez al quinquenio.
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