España pasa página (de Txapotes, Tamayos y Rubiales)

Ha decidido Felipe VI, apoyándose en la “costumbre”, encargar el primer intento de investidura a Alberto Núñez Feijóo como candidato del grupo político que más votos obtuvo el 23 de julio. Una decisión respetable pero más que discutible. Porque el derecho constitucional obedece a reglas, no a costumbres, y porque la regla en nuestra Constitución democrática es meridiana: será presidente del Gobierno quien obtenga apoyos suficientes en el Congreso, no quien más votos haya conseguido en las urnas. Si se quiere convertir en ley una supuesta “costumbre”, hay que plantearla y aprobarla en el Parlamento, no en ningún salón de la Zarzuela. 

Pero ya está hecho, y además se veía venir. Feijóo insistía en protagonizar un intento de investidura aun a sabiendas de que no tiene apoyos para lograrla, pero le interesaba para mantener su mantra de que fue el vencedor del 23J, para silenciar o aplazar cuestionamientos internos de su liderazgo o para forzar en lo posible una repetición electoral (ver aquí). Podría Felipe VI perfectamente haber respondido que no, que es obvio que Feijóo no cuenta ni tiene perspectivas (razonables) de contar con apoyos suficientes  para ser investido y que en estos momentos tampoco Pedro Sánchez los tiene. Como ha manifestado con una lógica aplastante el portavoz del PNV, Aitor Esteban, ha sido precipitada la ronda de consultas y aún más precipitada la conclusión extraída por el monarca. Habría sido más sensato y respetuoso con la regla marcada por el artículo 99 de la Constitución dejar un tiempo prudencial y abordar una segunda ronda quizás más fructífera.

El caso es que aquí estamos, un mes y un día después de las elecciones del 23J, condenados a esperar otro mes y dos días para comprobar que Núñez Feijóo no ganó las elecciones para ser presidente del Gobierno, por mucho que se empeñen él y sus múltiples altavoces mediáticos. Las matemáticas no engañan: un 33% de los votos no es una mayoría suficiente, tampoco si uno le suma el 12% logrado por la extrema derecha. Y si uno no tiene capacidad de acordar nada con otros grupos políticos el problema es suyo, y no es de recibo culpar al resto del mundo de un problema propio (ver aquí). 

Aceptando este pulpo de la “costumbre” como animal de compañía en la adjudicación de la investidura por parte del rey, habría sido lógico también que esta fuera convocada lo antes posible, la próxima semana sin ir más lejos. ¿No decían el PP y Feijóo que España no puede estar sin Gobierno, menos aún cuando presidimos este semestre el Consejo Europeo? Después de meses dando la matraca con que España clamaba por un nuevo gobierno en ese “cambio de ciclo” pronosticado por el vidente Michavila, ha solicitado Feijóo a la presidenta del Congreso más tiempo, al menos un mes para negociar… ¿con quién? Abascal ya ha comprometido su apoyo, también Coalición Canaria y por supuesto UPN. 172 escaños y a otra cosa. Y aquí llegamos a una de las principales almendras de este asunto: el PP quiere dedicar cuatro semanas a intentar convencer a al menos cuatro diputados o diputadas socialistas para convertirlos en tránsfugas, sin descartar cualquier intento de acuerdo con esos demonios nacionalistas que representan para la derecha la peor antiEspaña, repleta de terroristas, separatistas y enemigos del Estado, a los que lunes, miércoles y viernes sectores de la derecha quieren ilegalizar.

En los mentideros de la corte madrileña se ha ido intensificando esta semana la firme posibilidad de que las derechas (no sólo las políticas) estén trabajando seriamente cualquier posibilidad de traición en las filas del PSOE o de cualquier otra formación política. Por el presunto bien de España (de su versión de España, la única que aceptan como una especie de propiedad particular). Un tamayazo adaptado a los tiempos modernos (ver aquí).

Si se quiere convertir en ley una supuesta “costumbre”, hay que plantearla y aprobarla en el Parlamento, no en ningún salón de la Zarzuela

El empeño se antoja imposible. La votación de la investidura es presencial, en voz alta, llamadas sus señorías con nombres y apellidos, y una ausencia cantaría tanto como una traición a gritos. Pero por delante de ello, resulta que el grupo parlamentario del PSOE no es el de la asamblea madrileña cuando el tamayazo de constructores peperos y balbases, ni tampoco el que doblegó el “no es no” de Pedro Sánchez que facilitó el último gobierno de Rajoy pero también devolvió muy pronto el liderazgo socialista al propio Sánchez, que ahora tiene tapada cualquier fisura por la que intenten colarse aquellos dirigentes de la vieja guardia cuyo disgusto la noche del 23J es perfectamente imaginable. 

En realidad todo esto son minucias, cuestiones de puro politiqueo cutre, de corta velocidad, por más que nos entretengan de forma tan vomitiva como el caso del descuartizador español en Tailandia. Porque sobre el fondo de la situación cabe preguntarse: ¿acaso el 23J no demuestra que España ha pasado página ante tanto griterío, postureo y ligereza? Si el conjunto de fuerzas de las derechas no logró cumplir ni de lejos sus expectativas después de tensar al máximo la cuerda del respeto democrático, convendría asumir que el bloque progresista está en el derecho y la obligación de lograr acuerdos con las fuerzas nacionalistas e independentistas dentro del marco legal al que todos estamos sujetos. Dicho de otra forma: el resultado mayoritario del 23J refleja una España diversa, plural, moderna, muy compleja, que exige una gestión basada en el diálogo y el respeto mutuo, no en la imposición autoritaria. Atrás (parece desde luego muy muy atrás) quedaron el “¡a por ellos!” o esa infamia del “¡que te vote Txapote!”. ¿Alguien imagina de nuevo al PP haciendo campaña con semejantes eslóganes? Apostaría lo que no tengo a que el tropiezo electoral sería entonces tan definitivo como la magnitud del escándalo democrático de un intento de tamayazo. El mayor problema de Feijóo ante la investidura, después de tantas contradicciones en tan corto periodo, ya no es el número de apoyos que consiga, sino que tendrá que explicar cuál es su proyecto para España (si tiene alguno).

Los cambios de época en un país no suelen ser percibidos en el tiempo exacto en que se producen. Estudios y analistas sociológicos, actores políticos e institucionales, necesitan un margen para digerir esos procesos profundos de los que sólo vemos síntomas que asoman, a veces incluso de forma intermitente, como una montaña rusa, o con avances y retrocesos sucesivos y veloces. Uno sospecha (creo que con indicios bastante sólidos) que el 15-M hizo visible el inicio de un cambio de época en España aún no concluido, ni mucho menos, pero que a estas alturas ya permite asegurar que una mayoría ciudadana quiere vivir en un país libre, igualitario, respetuoso con las minorías y con el medio ambiente, dispuesto a valorar la decencia y el conocimiento y a rechazar atavismos tan repugnantes como el del tal Rubiales y sus mariachis políticos o mediáticos. La presión social en defensa de la igualdad y contra la prepotencia machista es la que exige la dimisión del tal Rubiales

España ya no acepta tamayazos, ni usos infames de un terrorismo derrotado ni agresiones de machirulos acostumbrados al abuso permanente del poder. Y no puede aceptar todo eso porque, al menor descuido, tales actitudes podrían convertirse (de nuevo) en “costumbre”.

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(El presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, ha anunciado a mediodía del viernes que no piensa dimitir, pese a los anuncios filtrados desde su propio entorno. Sostiene que el polémico beso a la jugadora Jennifer Hermoso fue "consentido" y acusa a lo que denomina "falso feminismo" de una cacería para "matarlo". La cultura del patriarcado y el empeño desesperado de aferrarse al poder se resisten a la ola de avances sociales. Estamos demasiado "acostumbrados").

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