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El 'caso Errejón' lleva al límite al espacio de Sumar y pone en riesgo el futuro institucional de la izquierda

Errejón y las excusas machistas: quién sabía qué y desde cuándo

En este país casi todo el mundo lo sabía todo acerca del último escándalo mucho antes de que estallara. Sea el caso de Errejón, el de Ábalos o el de Juan Carlos I. Un tuit puede romper años de silencio en 240 caracteres. Das una patada en el ring de Elon Musk y aparecen de inmediato en las redes o en las televisiones 300 enterados/as que de facto se proclaman sin querer exencubridores/as de hechos presuntamente delictivos. Al grano: circularon rumores en el Congreso en distintos momentos sobre denuncias contra Íñigo Errejón por acoso sexual. Ninguna hasta ahora se había concretado con nombres y apellidos (ver aquí la primera denuncia judicializada). Asumamos la ración de responsabilidad por no haber tirado lo suficiente de los hilos que surgían, con el descargo de que uno ha comprobado mil veces la falsedad de ese viejo mantra de que “el rumor es la antesala de la noticia”. Especialmente en estos tiempos de ruido y de furia, los rumores suelen preceder a las calumnias. 

El caso de Íñigo Errejón supone un mazazo para Sumar y un agujero negro en el discurso feminista de la izquierda que las derechas políticas y mediáticas no se cansarán de aprovechar. Desgraciadamente, veremos en bucle durante semanas o meses cada testimonio, denuncia o rumor que alimente este tristísimo espectáculo. Entre tantas dudas y nubes negras, me atrevo a compartir alguna reflexión para el debate:

1.- El comunicado de dimisión de Íñigo Errejón llega muy tarde, es demasiado críptico y no incluye algo imprescindible: expresas disculpas a las víctimas de sus “errores” (ver aquí). La percepción y las consecuencias políticas serían muy diferentes si Errejón no hubiera esperado a que la periodista Cristina Fallarás desvelara en su buzón #Cuéntalo (ver aquí) testimonios que lo señalaban como maltratador sin dar su nombre, o si se hubiera adelantado a la exigencia de dimisión por parte de Más Madrid o a la amenaza de expulsión de Sumar. Estar “en la primera línea política y mediática” no genera automáticamente  esa “subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica”. La lucha incansable de la izquierda por la igualdad exige precisamente una sensibilidad máxima a sus representantes respecto a cualquier atisbo de actuación machista. Vivir en “la contradicción entre el personaje y la persona” puede derivar en una conducta bipolar. Nadie como Errejón (referente parlamentario en la atención a la salud mental) para identificar un trastorno que incluye actitudes de dominación y acoso. 

2.- El propio Errejón informa en su carta de que ha recibido “acompañamiento psicológico”. Algunas fuentes fiables añaden que la dirección de Sumar conocía desde el verano que su portavoz parlamentario estaba sometiéndose a terapia, aunque remarcan que el tratamiento se centraba en la superación de “adicciones al sexo y a las drogas” (ver aquí, en La Vanguardia). No contemplaban –dicen– que además hubiera actos de violencia machista. El dato sobre el trastorno que afecta a Íñigo Errejón no excusa, obviamente, su conducta con mujeres u hombres que se hayan podido sentir acosadas o maltratadas, pero conviene tenerlo en cuenta a la hora de analizar lo que sabemos y lo que pueda ir apareciendo a partir de ahora. Sobre todo para deslindar lo que obedezca a esa cultura machista que no distingue izquierdas y derechas y lo que responda directamente a un problema psicológico grave.

3.- El caso Errejón vuelve a poner el foco en las enormes dificultades que una víctima de maltrato afronta para denunciarlo, y que se multiplican cuanto más poderoso sea el presunto maltratador. ¿Están funcionando como deben los protocolos que partidos, empresas y organizaciones tienen ya en vigor para garantizar cauces de denuncia por acoso que impidan cualquier tipo de represalia? Es pronto para saber si este caso puede abrir una especie de #MeToo en el mundo de la política. Bienvenido sea, y ojalá se extendiera a otros ámbitos como el mediático o el empresarial o el financiero. En cualquier esfera de poder se mantienen la cultura patriarcal y los comportamientos machistas. Esos protocolos deben incluir tanto la protección total para las o los denunciantes como la comprobación escrupulosa de la veracidad de una denuncia antes de señalar al culpable. Impulsar un #MeToo vía tuits anónimos puede conducir a ejercicios de difamación, aunque hay que admitir que a muchas víctimas atemorizadas no les queda otra opción que el anonimato.

El 'caso Errejón' vuelve a poner el foco en las enormes dificultades que una víctima de maltrato afronta para denunciarlo, y que se multiplican cuanto más poderoso sea el presunto maltratador

4.- Quienes proclaman, desde distintos púlpitos, que todo esto lo sabían desde hace tiempo, también deben conocer que la Ley contra la Violencia de Género y el Código Penal obligan a denunciar cualquier hecho que suponga una agresión o un posible delito sexual o de maltrato. Es exigible a Errejón una coherencia entre su discurso y su comportamiento, una exigencia que nos apela a todas y a todos, muy especialmente a las altas esferas de la política y de los medios. Ojo: de todos los partidos y de todos los medios. De cualquier línea ideológica o editorial.

5.- ¿Efectos políticos? Hay quien ya descuenta desde la izquierda que el caso Errejón supone la puntilla para Sumar (desde la derecha se interpreta por enésima vez que es la caída definitiva del Gobierno de coalición). Dependerá de cómo se gestione este mazazo, que ¿sorprende? a la formación de Yolanda Díaz en pleno proceso de reseteo, necesitada de proyecto y liderazgo; a Podemos ejerciendo cada vez más de oposición desde la izquierda; y a Antonio Maíllo, desde IU, planteando una propuesta de unidad que suena a pura utopía ante la fractura del espacio morado. Además de la histórica tendencia fisípara (en definición de Ignacio Sánchez-Cuenca) de la izquierda, ahora debe superar también los daños colaterales del caso Errejón. ¿Cómo? Suele repetir Miguel Lorente, primer Delegado para la Violencia de Género, que “la diferencia entre un partido de derechas y uno de izquierdas no está en el número de machistas, sino en el de feministas”. Y esto debería haberse demostrado con una mayor anticipación a la hora de detectar la actuación de Errejón y a la hora de denunciarla.

Cometen a mi juicio un grave error quienes desde el espacio a la izquierda del PSOE creen obtener algún beneficio político de este escándalo. Los números cantan. Basta examinar los datos “brutos” en los barómetros del CIS (ver aquí). Mientras no haya un entendimiento y una propuesta unitaria será imposible recuperar en las urnas la barrera de 30 escaños imprescindibles para sumar con el PSOE apoyos suficientes que permitan mantener un gobierno de progreso mediante pactos con la España plurinacional. A partir de hoy irán retratándose quienes obstaculicen cualquier intento de unidad y faciliten, por tanto, un aterrizaje en el poder de la ultraderecha.

P.D. Y mientras tanto… El caso Koldo va convirtiéndose en el caso Ábalos, como apuntaba desde un principio, y queda en el aire una pregunta similar a la que envuelve el de Errejón: quién sabía qué y desde cuándo. Todo esto para regocijo de una Isabel Díaz Ayuso que afrontaba el fin de semana con una alarmante (para ella) decisión judicial: la que por fin toca la almendra del escándalo de su novio, más allá de la cutrez casposa de sus intentos de desgravar el saxofón, gastos de vacaciones o toallitas (ver aquí). La jueza ha abierto una pieza separada para investigar si el ínclito González Amador cometió, además del fraude fiscal ya confesado, delitos de administración desleal y corrupción en los negocios al usar una empresa pantalla para ocultar pagos millonarios del Grupo Quirón. (Lean aquí a Daniel Bernabé). Detrás de tanto ruido y tanta “fruta” está la privatización de la sanidad. Cómo no.

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