El Gobierno de los platos chinos Cristina Monge
Silvia Intxaurrondo
Ya he votado. Lo hice el martes, en la oficina de Correos de Salobreña. El cartero había pasado dos veces por mi domicilio en esta localidad, pero no me había encontrado –yo estaba en la Semana Negra de Gijón–, así que fui a la oficina postal y allí estaba el sobre a mi nombre remitido por la Junta Electoral de Madrid. Escogí la papeleta blanca del Congreso, rellené las tres casillas de la papeleta sepia del Senado, ambas a favor de una nueva legislatura progresista, y, tras introducirlas en el sobre a enviar a mi colegio electoral madrileño, se las entregué a la funcionaria. Firmé y me fui. Todo me llevó quince o veinte minutos, no más.
Mi generación vivió su infancia, adolescencia y primera juventud bajo la dictadura del general Franco, en materia política tiene el pellejo de un cocodrilo
La funcionaria me aseguró que, sin duda, mi voto estaría este domingo en Madrid. La creí a pie juntillas. Las dudas sobre el voto por correo son, esencialmente, propaganda preventiva de aquellos que, de perder, no aceptarán los resultados del 23J. El sistema tendrá fallos, sin duda, máxime porque estamos en verano. Pero afectarán más o menos por igual a todas las candidaturas. No alterarán los grandes números. El trumpismo, ya lo sabemos, se pone la venda antes que la herida. Para justificar posibles asaltos al Parlamento en caso de derrota.
Luego me fui a la playa, que estoy de semivacaciones. Me llevé la edición de Edhasa de los textos cortos de Albert Camus recogidos bajo la denominación de El verano y Bodas. En el primero, Los almendros, ya encontré unas ideas esclarecedoras y reconfortantes: “Nuestro cometido estriba en hallar aquellas fórmulas capaces de apaciguar la angustias de las almas libres. Tenemos que volver a coser aquello que se ha desgarrado, hacer nuevamente concebible la justicia en un mundo tan evidentemente injusto, hacer que vuelva a adquirir significación la felicidad para los pueblos envenenados por la infelicidad del siglo”.
A mí estas palabras me valen tanto si se reedita el Gobierno progresista de coalición como si este domingo ganan los ultras del PP y Vox y hay que ponerse de nuevo en modo resistencia. Mi generación vivió su infancia, adolescencia y primera juventud bajo la dictadura del general Franco, en materia política tiene el pellejo de un cocodrilo.
Me acordé de Silvia Intxaurrondo. De cómo ha salvado la dignidad del periodismo audiovisual en esta campaña electoral al no quedarse callada ante las mentiras de Feijóo. La mentira sobre aquello de que siempre debe gobernar el partido más votado aunque no tenga mayoría suficiente –no es, precisamente, lo que acaba de hacer el PP en Canarias y en Extremadura– y la mentira sobre el apoyo incombustible del PP a la revalorización anual de las pensiones conforme al IPC –no lo hizo en 2012, 2013 y 2017, cuando gobernaba Rajoy–.
Nunca me he creído el cuento de que Feijóo es un moderado. Su perfil es manifiestamente el de un tipo tan mediocre como ambicioso, capaz de todo con tal de llegar el poder. Pactará con Vox si necesita sus votos para ser investido presidente. Pero, sobre todo, Feijóo se merece el alias de Fakejóo. Es un mentiroso compulsivo, ya lo escribí aquí hace dos semanas. Y cuando digo esto quiero decir que mucho más mentiroso que cualquier otro político de derechas o izquierdas, un embustero irreprimible de la estirpe de Nixon y Aznar.
No creo que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Hay muchas cosas que son ahora mejores que hace cuarenta años. Pero, lamentablemente, el periodismo no está entre ellas. El periodismo ha ido a peor a medida que los medios impresos y audiovisuales de mayor difusión caían en las manos de grandes empresas, entidades financieras y fondos buitres. Los dueños de los colosos mediáticos tienen intereses e ideología, y quieren que sus portadas y telediarios los reflejen sin pudor.
Si Fakejóo se ha ido construyendo esa falsa imagen de gran político es porque le han hecho el trabajo propagandístico la mayoría de los diarios de papel de Madrid y de los informativos de las emisoras y televisiones de difusión nacional. El debate que, indudablemente, le ganó a Pedro Sánchez en Antena 3, evidenció tanto su descaro en la técnica de la diarrea de mentiras, también llamada Galope de Gish, como la complacencia con su juego sucio de los dos periodistas que moderaban el cara a cara. El que paga, manda.
Probablemente, Silvia Intxaurrondo no continuará en las mañanas de TVE si llega a La Moncloa el amigo del narco del barco. Ya lo ha sugerido el desvergonzado Esteban González Pons y basta con mirarle a la cara para intuir que Feijóo es un tipo rencoroso. Pero, durante unos minutos sensacionales, Silvia Intxaurrondo devolvió el pasado lunes su decencia al periodismo audiovisual español. No calló ante las mentiras, las replicó con educación, firmeza y datos incontestables. Como le había enseñado su maestro Iñaki Gabilondo. Si queda un resto de pudor profesional en España, a la periodista vizcaína no debiera faltarle trabajo tras el 23J.
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