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Composición del fango

Conviene entender de qué se compone esa sustancia maloliente que contamina nuestra vida pública, y que hemos dado en llamar, con Umberto Eco, "el fango".

Están en primer lugar los bulos, "noticias falsas propaladas con algún fin", según la Real Academia. Que las vacunas covid matan a los bebés. Que el Gobierno regala móviles a los inmigrantes que llegan a Canarias. Que el papa es miembro de una secta satánica… Los fines pueden ser políticos –generar dudas o desafección en una parte del público– o meramente pecuniarios –porque esas patrañas generan clics que lucran a través de la publicidad, siquiera modestamente, a los promotores–.

Contra el bulo hay medios de lucha, cada vez más extendidos: las plataformas de verificación y los tribunales que con mucho tiempo, demasiado, pueden ordenar la rectificación o la retirada. Sin embargo, es imposible erradicar por completo las falsedades que lo son sin tapujos, porque en el mundo siempre habrá algún listo capaz de montar una web con un nombre atractivo dispuesto a difundir chorradas. Antes era más difícil: recordemos el paradigmático semanario británico en papel News of the World, fundado en 1843, comprado por Murdoch en 1969 y desaparecido en 2011, que recogía supuestas fotografías de extraterrestres, por poner el ejemplo más fino. Pero aquello era un tabloide en papel, difícil de hacer y de distribuir. El bulo propiamente dicho es mejor tomárselo a broma, como hizo Obama durante años, ante las alegaciones de muchos de sus adversarios, también demócratas, por cierto, de que no había nacido en Estados Unidos sino en Kenia. Cuanto más abundan y más velocidad se imprime a su difusión más rápido reacciona la comunidad desmintiendo las mentiras.

Están luego las cuestiones de fe, que se inscriben en el ámbito de la pura creencia y que son indemostrables por definición. Ocho de cada diez humanos creen que dios existe. Una buena parte que Jesucristo nació un 24 de diciembre y que resucitó al tercer día de su muerte y que su madre se aparece con frecuencia en diversas formas. Algunos creen que descendemos de Adán y que personas como yo nos quemaremos eternamente en el infierno o nos reencarnaremos en quién sabe qué forma viva. Otros creen que a Pedro Sánchez le caen bien los etarras, así, por definición, o que Donald Trump está siendo víctima de una conspiración de fuerzas malignas, un poco como Díaz Ayuso en España. Tampoco hay mucho que hacer en el ámbito de la fe. El que quiera creer que crea. Aunque del otro lado podemos, contra la superstición, poner por delante el sentido común, las pruebas empíricas y la tenacidad. El creyente no claudicará de sus creencias, pero la persistencia en mantener el método científico debería a la larga disuadir a nuevos creyentes, aunque los científicos sean mientras tanto enviados a la hoguera. La historia está llena de mártires que solo apelaban a la verdad desnuda de los hechos.

Y están los insultos, sus sucedáneos y las acusaciones personales, que nada tienen que ver con el bulo. "Me gusta la fruta", Milei consume sustancias, Perro Sánchez… Este componente del fango, que le proporciona ese hedor característico, sólo cabe encerrarlo en la probeta de la mala educación. Tampoco es cosa de llevarlo a los tribunales, que tienen cosas mejores que hacer.

Podemos señalar a los promotores y describir sus actuaciones. Podemos no participar del jolgorio. Podemos reclamar conversaciones sobre asuntos serios, que algunos hay. Podemos dejar de leer, ver y escuchar a los transportistas de la basura. Y podemos votar a quienes pisan tierra limpia

En el cuarto grado, mucho más sutil y peligroso, están las afirmaciones que se asientan en datos débiles y en sospechas de mayor o menor fundamentación. Aquí entran las acusaciones que nos tienen a la gresca últimamente: que el exministro Ábalos es un corrupto porque un asesor suyo está imputado en un caso de corrupción. Que la esposa del presidente ha traficado con influencias porque Air Europa fue "rescatada" por el Estado. Que Díaz Ayuso es una corrupta porque vive en el piso de un novio, autodeclarado infractor fiscal. Tampoco podemos hacer demasiado en estos casos, excepto aplicarnos de nuevo en la búsqueda de hechos y despreciar las suposiciones, porque nuestras leyes amparan la libertad de opinión y de expresión, y porque, de nuevo, los tribunales son lentísimos y muy volubles ante estos casos. Pero también porque la mayoría de las ciudadanas y los ciudadanos de buena voluntad –los demás están perdidos– pueden hilar una argumentación racional.

Pero el fango se vuelve insoportable cuando es generado por "máquinas" (de nuevo siguiendo a Eco), que lo producen a conciencia. Organizaciones religiosas, ultraderechistas o militantes en cualquier causa extrema que se dedican a mezclar todos estos ingredientes diversos en forma de espeso y pesado lodo. Medios respetables que llevan el negro y pestilente residuo a los titulares y las columnas de opinión y las tertulias de la televisión y la radio. Jueces escogidos dispuestos a dar honorabilidad a la patraña y a regalar al público una foto de la cita en el Juzgado o, mejor aún, en el banquillo, sin misericordia por el sospechoso al que mandan al Calvario. Y, por supuesto, partidos políticos oportunistas pendientes de entrar al quite, encantados de sustituir la discusión de los problemas reales por una montaña de mierda negra.

Y aquí claro que podemos actuar, aunque sospecho que no mucho a través de leyes. Podemos señalar a los promotores y describir sus actuaciones. Podemos no participar del jolgorio. Podemos reclamar conversaciones sobre asuntos serios, que algunos hay. Podemos dejar de leer, ver y escuchar a los transportistas de la basura. Y podemos votar a quienes pisan tierra limpia. Algunas cosas sí podemos hacer.

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