Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo de la liberación Juan José Tamayo
Sánchez, 'capo di tutti capi'
He aquí el relato disparatado que ha elegido el PP. No pongo ni quito una coma: Pedro Sánchez es el jefe de una trama corrupta dedicada a ganar millones con comisiones ilegales. El presidente del Gobierno lo sabía todo. Como mínimo fue cómplice de los corruptos porque tapó sus fechorías. Incluso su esposa forma parte de la trama, porque se reunió con uno de los comisionistas en un restaurante.
El PP sabrá lo que hace y hasta dónde quiere llegar con esa estrategia, pero no podemos infraestimarla: el PP lleva aplicándose en esa misma personalización al menos desde 1993. Primero fue implicar directamente a Felipe González en los casos GAL, Guerra y Roldán. Luego acusó a Zapatero de ser el causante del 11M (cuyo 20 aniversario rememoramos en pocos días), el vendepatrias que se rindió ante ETA y también el agente directo de la crisis económica que asoló al país a partir de 2008.
Con el actual presidente del Gobierno, los conservadores han ido más allá: descubrimos ahora que es el capo di tutti capi en la trama de las mascarillas, pero ya sabíamos que era el jefe de una “banda” (“la banda de Sánchez”) y el agente de la destrucción de España, amigo de terroristas y separatistas y, en fin, un hijo de puta (insulto que se esconde bajo la gracieta de los gustos frutícolas de los populares).
Cuanto más se hable de Koldo y de Ábalos menos se habla de la reducción de la inflación, del aumento del salario mínimo, de las ayudas a los vulnerables o de decenas de otras decisiones bien valoradas por la ciudadanía
Esa estrategia de identificación de todos los males del país con el “sanchismo” provoca desafección en una parte de la ciudadanía y silencia informaciones más positivas para el Gobierno por economía de espacio, puesto que el día solo tiene 24 horas y el tiempo dedicado a un tema ha de hurtársele a otros. Cuanto más se hable de Koldo y de Ábalos menos se habla de la reducción de la inflación, del aumento del salario mínimo, de las ayudas a los vulnerables o de decenas de otras decisiones bien valoradas por la ciudadanía. Además, poner en el centro de la agenda la corrupción refuerza a los populistas y alimenta a la ultraderecha antisistema, aliada del PP.
Por todos estos motivos hay quienes ya salivan pensando en la caída del presidente. Se precipitan. Pedro Sánchez llegó a la Secretaría General del PSOE con una idea muy clara: “tolerancia cero con la corrupción”. Y esa idea ha estado y sigue estando en el frontispicio de su ideario político. Porque entonces, hace ya diez años, más allá de sus propios principios morales, había una cierta identificación de los socialistas con casos pasados y recientes (como los ERE andaluces), y porque el PP estaba ya implicado en los suyos (Gürtel, Bárcenas y Púnica). Entonces retiró de la militancia a los poseedores de las famosas “tarjetas black” y más tarde pidió la renuncia exprés como ministro de Cultura de Maxim Huerta. Los socialistas tienen en su bagaje moral y en su estrategia política la intolerancia con la corrupción, que se empeñan en esgrimir como diferencia sustancial con sus adversarios políticos.
Sí, se precipitan quienes creen que las disparatadas acusaciones de Feijóo hacen mella en los cuadros socialistas, porque en realidad generan el efecto opuesto: un cierre de filas en torno al presidente del Gobierno que le legitima aún más internamente. Quizá ese mismo efecto se esté produciendo –aunque esto está aún por ver– en el público general, que puede encontrar incoherencia e hipocresía en los desmesurados ataques del líder del PP.
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