Que la derecha no tenga un plan es un serio problema

Se empezó a sentir en la pandemia y ahora es una clamorosa evidencia. El neoliberalismo, que inspiró las políticas austericidas con las que se gestionó la crisis financiera de 2008, es incapaz de dar respuestas a los grandes problemas globales o locales. Ni siquiera supo formular bien las preguntas. La doctrina del Estado mínimo, del mercado como mago capaz de superar por sí mismo las dificultades, dejó facturas carísimas en Europa. El retraso de la recuperación, el incremento de la desigualdad y el crecimiento de la ultraderecha son algunas de ellas. 

Aunque es cierto, como una parte de la derecha también señala, que la pandemia y la Gran Recesión eran crisis de naturaleza distinta, y pese a que no lo reconocieron como tal, los neoliberales supieron que no podían continuar con el mismo manual. De ahí que la respuesta que Europa dio a la crisis provocada por el covid fuera sustancialmente diferente a la que había dado una década antes. En el sur de Europa lo recordamos perfectamente. 

Ahora, ante una guerra que además de bombas lanza ofensivas energéticas y dispara una inflación que aterroriza a cualquiera que sepa un poco de historia económica, vemos que se está dando un paso más allá. La recién nombrada primera ministra de UK, Liz Truss, heredera del thatcherismo y defensora del neoliberalismo más desnudo, ha empezado su mandato invirtiendo 115.000 millones de libras para limitar el precio de la factura eléctrica. Sin despeinarse. Intervención estatal de primera magnitud en el mercado estratégico por excelencia. La Unión Europea, “halcones” incluidos, se dispone a cerrar un acuerdo para reformar el mercado eléctrico –algo que desde España se lleva pidiendo más un año-, y a falta de conocer la fórmula elegida, todo apunta que lo público intervendrá ocupando un espacio hasta ahora sagrado para el sacrosanto mercado libre. Si miramos a Estados Unidos, lo que hoy hace Biden los propios demócratas lo hubieran tachado de ultraizquierdista hace apenas unos años, como bien sabe Bernie Sanders.

El gran problema de que la derecha democrática vague sin rumbo en busca de un nuevo ideario económico es que la ultraderecha le gane espacio ofreciendo propuestas que, aunque no den respuesta económica alguna, satisfagan la necesidad de certezas

La insolvencia y los fracasos de la doctrina neoliberal han hecho reaccionar a quienes se definen como liberales en el sentido clásico. El propio Fukuyama, en su último libro, El liberalismo y sus desencantados (Deusto Editorial) se retuerce contra lo que considera que fue un exceso, en todo un ejercicio de “autoenmienda a la totalidad” implícita: “… El programa neoliberal se llevó a un extremo contraproducente. Una percepción válida de la eficiencia superior de los mercados se convirtió en una especie de religión que se oponía por principio a la intervención del Estado. Se impulsó la privatización, por ejemplo, incluso en caso de monopolios naturales, como los recursos públicos clave, lo cual dio lugar a pantomimas como la privatización de la mexicana TelMex, donde un monopolio público de telecomunicaciones se transformó en privado, lo que facilitó el ascenso de uno de los hombres más ricos del mundo, Carlos Slim”.

Conscientes de la derrota del neoliberalismo, los conservadores andan buscando una orientación ideológica que les permita hacer frente a los desafíos del momento. Volver a un liberalismo clásico no es una opción realista ahora mismo. Mientras, la ultraderecha desarrolla la suya. No la económica, que no se diferencia de ese neoliberalismo fracasado, sino aquella que le es propia y la diferencia de la derecha institucional: populismo de manual, refugio en un estado-nación excluyente, cosificación de la mujer en los roles y espacios tradicionales, vuelta a los símbolos religiosos e identitarios y negacionismo en todas sus versiones.

El gran problema de que la derecha democrática vague sin rumbo en busca de un nuevo ideario económico es que la ultraderecha le gane espacio ofreciendo propuestas que, aunque no den respuesta económica alguna, satisfagan la necesidad de certezas y seguridades. Por eso la guerra cultural es un buen negocio para la ultraderecha y bastante malo para la derecha institucional.

Todo esto puede parecer muy etéreo y alejado del día a día. Pero, ¿no tendrá algo que ver con el hecho de que, después de dos meses hablando de plan de contingencia energética, tras 15 días desde que Feijóo solicitó a Sánchez un debate en el Senado para hablar de energía ,y casi una semana después de su celebración, aún no conozcamos cuál es el modelo energético que tiene el Partido Popular y cuáles son sus propuestas para el corto, el medio y el largo plazo?

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