En Transición
La educación es política
Supongo que los profesores de Greta Thumberg, como los de miles de jóvenes que llevan ya un par de meses haciendo huelga un día a la semana para reivindicar que sus gobiernos pongan en marcha planes ambiciosos y responsables contra el cambio climático, entienden a la perfección esta idea de que la educación es política. Nadie espera su protesta. Nacieron y están creciendo en los institutos de enseñanza secundaria y en las universidades. Sin empresas financiando la movilización, ni diseño de estrategia de comunicación más allá de lo que unos chavales y chavalas mueven por la red. Y de repente, la ola juvenil ha crecido hasta convocar el próximo 15 de marzo una huelga global. En España se han agrupado en @JuventudXClima y ya tienen el apoyo de iniciativas como esta, que recoge la adhesión y el apoyo de los profes. Muchos de los docentes que han pasado y pasan por la vida de estos muchachos reconocerán su huella en este movimiento. Quizá no fueran especialmente sensibles al problema ambiental, y es posible que ni siquiera lo trataran de forma específica en sus clases, pero supieron fomentar el debate y la actitud crítica, es decir, cumplieron la función política que todo docente tiene encomendada.
Llevo años intentando explicárselo a los futuros profesores y profesoras de secundaria, y cada vez es más difícil que lo entiendan porque cada vez es más exótico intentar recuperar el sentido de la Política. Cuento en clase eso de que las aulas tienen las paredes de cristal, de forma que todo lo que pasa fuera se ve dentro, y todo lo que se trabaja dentro se trasluce fuera. Sus miradas denotan incredulidad. Por eso se agradece que referentes de la educación como Jaume Carbonell escriban sobre el tema y publiquen un libro cuyo título no deja lugar a dudas: La educación es política (Octaedro).
A lo largo de sus páginas, el pedagogo, periodista y durante muchos años director de la mítica revista Cuadernos de Pedagogía, defiende la idea de que la educación, y dentro de ella la escuela, es Política porque el aula es el primer espacio donde se practica el diálogo. O al menos, donde se debería practicar.
La idea de la naturaleza política de la educación la podemos comprobar también en la dificultad –imposibilidad a día de hoy- de llegar a un acuerdo educativo que recoja los valores y puntos de consenso para sentar unas bases duraderas y sólidas del sistema educativo. Si bien es cierto que los docentes siempre responden que en el día a día de la gestión educativa son más los puntos de acuerdo que los de desacuerdo –como suele ser habitual-, no por eso hay que ocultar que es precisamente la naturaleza profundamente política e ideológica de la educación la que hace que, en momentos como éste, en los que el debate político es especialmente agrio, el acuerdo sea una quimera.
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La dificultad para seguir reivindicando a los futuros profes la naturaleza política de la educación viene de un error que hemos consolidado a lo largo del tiempo y que nos lleva a invalidar el espacio educativo como espacio democrático: situar en el mismo plano del debate neutralidad y adoctrinamiento. Nada es neutro porque detrás de cualquier ley, plan, reglamento, currículum e incluso forma de dar las clases hay un conjunto de valores y opciones éticas y políticas más o menos explícitas. Huelga decir que esto nada tiene que ver con la identificación con un partido –de hecho, la lógica de las alianzas académicas es bien distinta-, pero eso no quiere decir que no haya una apuesta, un posicionamiento que depende de la ideología dominante en la sociedad, de los responsables políticos de hacer leyes y planes, de los encargados de diseñar los curriculum, de los docentes que entran al aula con una u otra actitud, de las metodologías que emplean, etc. Todo eso forma parte de un conjunto de ideas y valores. La neutralidad, por tanto, ni está ni es posible. Además, ¿aportaría algún valor la pretensión de situarse por encima del bien y del mal?
Cosa distinta es la manipulación y el adoctrinamiento, que por mal que suenen, no dejan de existir en cualquiera de las sociedades conocidas. El profesor Carbonell lo dice así: “El adoctrinamiento y la manipulación existen, en mayor o menor proporción, para que cualquier régimen, sea dictatorial o democrático, así como los poderes dominantes, no renuncien a influir en la opinión pública, es decir, en los votantes y consumidores”. Educar tiene mucho de formar, y formar es dar forma a algo o a alguien. ¿Algún sistema renunciaría a eso?
La reivindicación de la educación como Política, y por tanto como diálogo, supone reconocer estas máximas y apostar por una gestión de contrapesos. Es decir, en la medida en que las aulas se conviertan en espacios de debate y diálogo, el adoctrinamiento, siempre presente aunque sea en pequeñas dosis, será el contrapeso que permitirá consolidar una ciudadanía formada, crítica, y por tanto, libre, objetivo último de cualquier docente. Algo que solo podrá hacerse en permanente contacto con la realidad. No tengan miedo, por tanto, profesores y profesoras –y respaldémoslo padres y madres-, a llevar a las aulas los asuntos más controvertidos y los debates más encendidos. Estarán ayudando a sus estudiantes a aprender a pensar, a reconocer en el otro parte de la razón, a matizar sus creencias, a saberse unidos en el destino común de la sociedad de la que forman parte. ¿Hay alguna vacuna mejor que esta contra la intolerancia, el fanatismo, el machismo y el autoritarismo? Afortunadamente, la educación es política.