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Francia: El territorio es la respuesta

Cuando escribo estas líneas aún no se conoce el resultado de la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas, pero cuando ustedes las lean ya se habrá desvelado hasta qué punto el Nuevo Frente Popular ha podido plantar cara a la extrema derecha del Reagrupamiento Nacional que en las últimas elecciones europeas consiguió teñir el mapa entero de Francia de azul marino, a excepción de París y sus departamentos colindantes. Un mapa demoledor que explica mucho más de lo que parece.

Sea cual sea el resultado, el avance previsto de los de Le Pen no puede dejar indiferente a nadie y vuelve a traer a primer plano nuevamente la pregunta: ¿por qué? Francia es un país que conserva considerables dosis de bienestar y que en los últimos años ha creado empleo y conseguido contener la pobreza. Sin embargo, las buenas noticias no llegan a todos los sectores: la desigualdad sigue minando la cohesión social y la incertidumbre y el miedo que emergió con la crisis del 2008 ha ido en aumento. Si, otra vez hay que remontarse a 2008 para entender muchas de las cosas que pasan hoy. Y ya van dieciséis años!

Macron representó la promesa de la regeneración, un nuevo impulso a la V República con el cambio como bandera, pero siete años después, se ha convertido en el símbolo del hartazgo, de la constatación de que el cambio no se ha producido y las brechas no sólo no se han reducido sino que han aumentado. Macron representa hoy aquello que buena parte de la sociedad francesa que no vive en las grandes ciudades detesta, y contra lo que vota. El mapa que resultó de las elecciones europeas lo avanzó Christophe Guilly en 2020 en su libro No Society (Tauro). En él analizaba cómo las élites se habían independizado del resto de la sociedad y habían generado una enorme brecha que se constataba en el binomio globalización versus territorio, o como se ha venido llamando, la sociedad abierta versus la cerrada.

Porque esa sociedad global, cosmopolita e hiperconectada deja fuera a muchos más de los que alberga. Expulsa a quienes no tienen un nivel educativo alto, a quienes no dominan varios idiomas, a aquellos que sienten vértigo ante la tecnología, y en definitiva a los que son presa de la incertidumbre, antesala del miedo

Paradójicamente, en tiempos de globalización, de cosmopolitismo y de comunicaciones inmediatas a lo largo del globo, surge el territorio como respuesta. ¿Por qué? Porque esa sociedad global, cosmopolita e hiperconectada deja fuera a muchos más de los que alberga. Expulsa a quienes no tienen un nivel educativo alto, a quienes no dominan varios idiomas, a aquellos que sienten vértigo ante la tecnología, y en definitiva a los que son presa de la incertidumbre, antesala del miedo. Estos últimos, además, conviven en poblaciones con personas migrantes de culturas muy diferentes a las suyas, a quienes  las políticas cobardes y el abandono han dejado en situación de pobreza y formando guetos, caldo de cultivo de conflictos de todo tipo. Por si fuera poco, han ido viendo cómo la industria se deslocalizaba y la mina se cerraba. Acudan a este tipo de territorios si quieren entender el voto a Le Pen. Como ocurrió tras las elecciones en las que Trump salió victorioso, quienes le votaron no fueron los perdedores de la globalización, como apresuradamente se entendió. Quienes le votaron fueron aquellos que tenían miedo de ser los siguientes perdedores de la globalización, de esa que se ha construido bajo parámetros neoliberales apuntados en la época de Thatcher y Reagan y consagrados con la respuestas austericidas que Europa dio a la crisis de 2008. De nuevo, 2008. Tardaremos en saber hasta dónde llegan sus consecuencias.

Entender estos procesos es lo que puede llevar a la izquierda a plantarle cara a la ultraderecha. Una izquierda percibida como cosmopolita, que abraza causas minoritarias, que hace gala de esa famosa superioridad moral sin molestarse en entender realidades complejas y contradictorias y explicar sus propuestas ante audiencias que no son las propias. Frente a eso, la ultraderecha representa para estos sectores sociales la vuelta al territorio, la protección de las fronteras y con ellas la identidad. El territorio se ha convertido en la respuesta. Le Pen fue de las primeras en entender esto y ponerlo en marcha.

Hace unos días, en un curso de verano de CCOO en Carmona —Sevilla—, una asistente me preguntó: “La gente vota a la ultraderecha pensando que puede ser la respuesta a todo este malestar, incertidumbre y desasosiego. ¿Qué ocurrirá cuando lleguen al poder y quienes les han votado vuelvan a estar decepcionados?”. Esta es una pregunta clave. Miren a Italia: en las últimas elecciones municipales celebradas el pasado domingo, la socialdemocracia y la izquierda han recuperado ayuntamientos clave que habían caído en manos de los herederos de Mussolini.

Sea cual sea finalmente el resultado en Francia, como puede ser el de otros países, si los progresistas quieren recuperar terreno necesitan entender los motivos de quienes votan a la ultraderecha huyendo de la descalificación fácil, las respuestas de brocha gorda y la cultura de la cancelación. La derecha ha entendido que, muerta la confianza en la política, la respuesta está en el territorio, convertido en manto protector. ¿Puede la izquierda construir un concepto propio de ese territorio o buscar la respuesta en otro sitio?

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