La vaquilla, la estampita y la hipocresía Cristina García Casado
Los indepes y la izquierda
Que el procés ha llegado a su fin lo evidencian tres elementos: que entre las preocupaciones de los catalanes y catalanas las cuestiones nacionales e identitarias están al final de la tabla como se puede comprobar aquí, que el bloque independentista ha cosechado el peor resultado de la democracia y que algunos de sus líderes empiezan a dar pasos atrás y otros acabarán haciéndolo tarde o temprano.
Se abre una etapa nueva que no se sabe a ciencia cierta qué perfiles tendrá. El PSC de Illa, de talante sereno, dialogante e idóneo para calmar las aguas, es probablemente el PSC más conservador de la historia. Poco que ver con otros tiempos y otros liderazgos.
Ahora que es momento de hacer balance de una época ya con cierta perspectiva, hay una pregunta que asoma en todos los análisis: ¿En qué momento el independentismo cortó los lazos de entendimiento y complicidad que tenía con buena parte de las izquierdas del resto de España? Cuando se les pregunta a líderes de Esquerra, de la CUP o de la Asamblea Catalana dicen que fue al revés, que fue la izquierda, la no catalana y también parte de la catalana, la que no supo entenderles, que lo suyo fue una lucha por la democracia y que fuera de Cataluña no encuentran comprensión alguna.
La complicidad entre las izquierdas y los independentistas catalanes o los nacionalistas vascos fue una constante a lo largo de todo el siglo XX, volviéndose estratégica en la Guerra Civil, aunque ya antes se encuentren antecedentes. Ese españolismo que se convirtió en sinónimo de franquismo durante la guerra y los cuarenta años de dictadura justificaba sobradamente la identificación de la democracia con el reconocimiento y la defensa de la pluralidad lingüística, cultural y social. Cuando hablar catalán, vasco o gallego era un ejercicio de antifranquismo, no había lugar a dudas.
Esa simpatía recorrió décadas de democracia. Pese a que al PSOE le costó declararse federalista y aún hoy no hace bandera de ello (la Declaración de Barcelona, actualizada unos años después con la de Granada, apenas recibe alusión y publicidad alguna), el PSC en Cataluña —partido federado— y el PSE en Euskadi mantienen discursos muchos más nítidos al respecto. Por su parte, el resto de las izquierdas, desde IU a Sumar pasando por Podemos, han defendido visiones federalistas o confederalistas desde una concepción plural de España, o como suele decirse, del “Estado español”. Esta simpatía ha jugado siempre a favor de los partidos nacionalistas periféricos, tanto de izquierdas como de derechas, que han sabido encontrar buena sintonía con estas formaciones.
¿En qué momento el independentismo cortó los lazos de entendimiento y complicidad que tenía con buena parte de las izquierdas del resto de España?
Algo de todo esto se resquebrajó en el procés. La contundente intervención del diputado de Catalunya Si Que Es Pot Joan Coscubiela en el Parlament el día 7 de septiembre de 2017 (puede leerse íntegramente aquí) en la que subrayaba que en una democracia de calidad la mayoría de escaños no lo son todo, fue la visibilización de esa ruptura. Se ponía de manifiesto que esa complicidad entre las izquierdas del conjunto de España y el independentismo había saltado por los aires. No en todos los casos, pero sí en muchos. Los independentistas hablaban de incomprensión y acusaban a esas izquierdas de abandono y de hacer el juego a la derecha. Buena parte de esas izquierdas, por su parte, clamaban contra lo que consideraban la imposición antidemocrática de la declaración de independencia (o lo que fuera aquello) mientras en el resto de España, especialmente en Madrid, era acusadas de pro-indepes por llamar al diálogo.
Ha vuelto a ser la izquierda quien ha tendido la mano al reencuentro con una “política del Ibuprofeno” que ha resultado exitosa para bajar la tensión política y evitar mayor rechazo social, como el que se estaba manifestando al ver entrar en la cárcel a líderes del procés o el que se hubiera generado si se hubiesen empezado a ver desfilar por los juzgados a directores de colegios o concejales de pequeños municipios.
El mundo independentista comienza ahora una travesía en el desierto. Esquerra ya ha dado los primeros pasos y Junts se equivocará si tarda en emprender esa misión insoslayable. No olvidemos que Junts Per Catalunya ha ganado 100.000 votos respecto a 2021, en plena pandemia, pero ha perdido 273.000 en comparación con 2017. En ese camino será interesante explorar qué tipo de relación van construyendo con las izquierdas y cómo desde la derecha independentista se restablecen los lazos con la derecha española.
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