'Caso Errejón': dos derivadas y una pregunta Miguel Lorente Acosta
Espinosa de los Monteros, un caballero de aspecto presentable
Que Iván Espinosa de los Monteros abandone la dirección de Vox, sin ni siquiera recoger el acta de diputado, es un hecho de todo menos anecdótico. “Motivos personales y familiares” adujo el hasta ahora portavoz de Vox en el Congreso para explicar su marcha. Fundador del partido ultra y compañero de Santiago Abascal desde sus inicios en la Fundación Denaes, había reducido la relación con su líder en estos últimos meses a algún intercambio de mensajes, según informó El Mundo, periódico que adelantó la noticia. “Al final todo saldrá bien, y si no es que todavía no es el final” remató un Espinosa al que se le intuía, en la cadencia de sus palabras, el intento por contener la emoción.
Unas horas antes, Jorge Buxadé dijo de él en la COPE que era “un tipo extraordinario”, en una de esas frases que pretenden ser un obituario honroso pero que se entienden como una última coz de medio lado. Javier Ortega Smith, quien sucediera a Espinosa en la secretaría general de su partido, hoy relegado a la intrascendencia en el consistorio madrileño, lamentó que algunos no hubieran sabido reconocer la “impagable deuda de patriotismo” que juzgó se le debía a Espinosa. Macarena Olona, quien hace ahora un año también abandonó Vox por motivos médicos y personales, que luego se desató con todo tipo de acusaciones contra su antigua organización, ha prometido no guardar silencio si surgía el “acoso organizado”. Lo que da de sí un liviano martes de agosto.
Cuando uno debe abandonar el cargo siempre encuentra motivos de índole personal para hacerlo. Esa no es la clave. Tampoco las inquinas personales. Con puñaladas o sin ellas, con inconvenientes propios o sin ellos, cuando hay capacidad de maniobra el político hábil, Espinosa lo es, permanece. El problema viene cuando no sólo no vas a poder dirigir a tu partido por donde deseas, sino que tendrás que soportar cómo lo comandan otros, más torpes, y además te encontrarás en la obligación de justificarlos delante de las cámaras. Si hay estómago, reclama la puerta.
¿Qué ha pasado? En el plano corto que Vox se ha dejado diecinueve diputados en estas últimas generales. Algo grave pero no definitivo, sobre todo teniendo en cuenta el poder autonómico y municipal alcanzado el 28M. Si el atajo trumpista del PP hubiera funcionado, con la Moncloa asegurada, nadie hubiera señalado el descalabro. Al no hacerlo lo grave se ha vuelto dramático, sobre todo por la forma en que Vox llevó a cabo su campaña. Con algo de contención declarativa, a la hora de conformar ayuntamientos y comunidades, es posible que hoy Feijóo y Abascal estuvieran perfilando la investidura. Pero no. Tocó censurar a Buzz Lightyear. Tocó sacar la camisa azul mahón del armario.
No se trata del programa o la ideología, sino de que la extrema derecha, como así ha hecho en otras partes de Europa, necesita atarse en corto para no espantar a los suyos y espolear a los contrarios.
Los análisis dibujan a Espinosa como la parte liberal de Vox y a Buxadé como la cabeza visible de su sector más integrista. En lo último no les falta razón. En lo primero habría que añadir que los liberales en España, probablemente en todo el mundo, no son hoy los defensores de la separación de poderes, los derechos fundamentales y la iniciativa personal, sino los abanderados del absolutismo de mercado. De la misma manera que Margaret Thatcher siempre tuvo en alta estima a Augusto Pinochet, Espinosa nunca tuvo ningún problema en contar entre las filas de su partido con fanáticos religiosos, conspiranoicos y franquistas. Lo importante no es lo que dices ser, sino lo que haces por serlo.
Quien busca reducir al Estado a la gestión de la seguridad y la justicia, es decir, quien busca que el Estado sólo se dedique a los palos y las multas para mantener sus privilegios de clase, nunca podrá ser un moderado. Puede, eso sí, que en los tiempos que corren parezca presentable al lado de la tropa de antivacunas. Justo lo que siempre pretendió Espinosa que fuera Vox: un partido que, tuviera a quien tuviera dentro, pareciera al menos presentable. No se trata del programa o la ideología, sino de que la extrema derecha, como así ha hecho en otras partes de Europa, necesita atarse en corto para no espantar a los suyos y espolear a los contrarios. Y ahí es donde Espinosa ha salido derrotado, en la pugna interna y en ni siquiera lograr que se asumieran responsabilidades por el 23J.
Abascal, Buxadé y Garriga, con la marcha de Espinosa, ya no tienen quien les advierta cuando crean tener una idea brillante, lo que a menudo en los ultras es sinónimo de escándalo e incomprensión general. Una de las características del iluminado es que cree tan profundamente en sus delirios que piensa que no necesita de planes porque cada paso que da está marcado por su destino. “Todo secta, pocos pero elegidos y obedientes”, describía Jiménez Losantos hace unos meses a Vox. Lo interesante es que el locutor y el antiguo portavoz, perteneciendo ambos presuntamente a la familia del liberalismo, fueron incapaces de encontrar nunca inercias comunes.
Quizá ese fue uno de los mayores errores de Espinosa, el pensarse ajeno a los medios tradicionales de la derecha. Pese a que a Abascal le hayan tenido entre algodones en algunas televisiones y radios que se pretenden respetables, Vox siempre ha jugueteado con una narrativa de la rebeldía que les ha impedido lograr una entente más firme con los grandes grupos de comunicación. Eso les ha dejado a expensas de los caprichos y la influencia de todo tipo de agitadores que o bien buscan su propio beneficio o bien tienen una agenda opaca. Con las grandes empresas de la información ya sabes a lo que atenerte, con las organizaciones secretas no.
Un día antes de que las tensiones en Vox se acabaran de hacer patentes, falleció en Los Ángeles el legendario director de cine William Friedkin, al que casi todos han recordado por El Exorcista, probablemente una de las películas más terroríficas que se haya rodado nunca. Friedkin, sin embargo, ganó en 1971 el Óscar al mejor director por The French Connection, una historia policíaca que hacía gala de lo mejor del nuevo cine americano: crudeza, realismo y conflicto. Baste decir que, en su rodaje, se llevó a cabo una brutal persecución por las calles de Nueva York que, según cuentan las crónicas, arrasó mobiliario urbano, tiendas y vehículos que nada tenían que ver con el set de filmación.
Para narrar la confrontación entre un policía y el imperio de la droga, tal y como se tituló la película en España, Friedkin contó con Gene Hackman y Fernando Rey, dos actores imprescindibles pero bien diferentes. Mientras que Hackman interpreta a un detective alcohólico, malhablado y violento, Fernando Rey da vida a un mafioso sofisticado, culto y afable. Un hombre de cuidada barba, abrigo gris y modales envidiables. Un caballero del todo presentable si no fuera por el pequeño detalle de ser que quien es, Alain Charnier, el jefe de la banda de tráfico de heroína más grande del mundo. Lo importante no es lo que dices ser, sino lo que haces por serlo.
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