Nacido en los 50
¿Quién teme a una moción de censura?
Muchos de los lectores de esta sección habrán notado que no soy votante del Partido Popular.
Tampoco me abstengo con respecto a mis opiniones al respecto y si de mí dependiera, no gobernarían. Los motivos que me llevan a hacer determinada declaración de principios llenarían cientos de páginas, pero por resumir: los ciudadanos vivían mejor antes de su desembarco en el poder. Nuestros hijos tenían un futuro. Dirán que este estado de cosas se da en todos los sitios, que la crisis es internacional. En efecto, esta peste es pandémica.
Trabajo en un programa de televisión en el que el martes emitimos la edición número 1.700, y en todos, sin excepción, se han relatado fechorías llevadas a cabo por políticos. Siempre comenzaron como presuntas, pero ni una sola vez ha resultado que quedaran en eso. Los políticos que estaban detrás de ellas tuvieron el mismo recorrido, pasaron de presuntos a convictos, en unos casos, y a culpables liberados por la prescripción en el tiempo, en otros. Los que salieron absueltos, casos excepcionales, lo fueron por decisiones judiciales garantistas en las que no se pudo demostrar la culpabilidad o, como le gusta decir a Rajoy: “Nadie podrá demostrar que no es inocente”, pero casi siempre se iban de rositas gracias a que no se admitieron en su día como pruebas correos electrónicos o pinchazos telefónicos que ya habían sido leídos o escuchados por los ciudadanos a través de su publicación en los medios de comunicación, en los que se mostraba a las claras que los presuntos chorizos no eran otra cosa que vulgares rateros sin escrúpulos. Todavía, cuando los jueces les archivaban la causa por razones ajenas a su condición de inocentes, tenían el cuajo de plantarse delante de los micrófonos para exigir la rehabilitación de su honor.
Sus superiores jerárquicos en el partido tienen mucha responsabilidad en estos comportamientos delincuentes ya que, como hemos visto recientemente en el caso del expresidente de Murcia, suelen salir en tromba para defender la honorabilidad de aquel que a todas luces se ha comportado como un facineroso, con el absurdo argumento de que ya ha sido absuelto en otras ocasiones y que no van a caer en la trampa de condenarlo antes que la justicia.
Ahora sabemos que entran al saqueo sin recato ni disimulo porque los actores tienen perfectamente diseñado el proceso que van a seguir una vez que se descubra el pastel. Como muy bien relató Ernesto Ekaizer en su libro Vendetta de 1996, o sea, hace más de veinte años, sobre el caso de Mario Conde, los que montaron la trama para desvalijar Banesto no eran idiotas y sabían que, tarde o temprano, el caso iba a salir a la luz, pero ya tenían calculadas las consecuencias y establecido un colchón para que el botín obtenido con el golpe compensara con creces la condena y, sobre todo, que en ningún caso les embargaran lo sustraído. En aquel golpe, detrás de la organización, que dan en llamar “ingeniería financiera”, se encontraban abogados con familiares en la alta judicatura, así como personajes relevantes de la Fiscalía que se encargaban de que la cosa no llegara a mayores. ¿Les suena?
Esto del Fiscal General y el Fiscal Anticorrupción no es nuevo. Lo que estamos viviendo no es una pesadilla que empeora la opinión que ya de por sí muchos ciudadanos tienen de una parte de la clase política que por acción, omisión, in vigilando lo menos posible, o abstención, devuelve a una entelequia delictiva que destruye la vida de los ciudadanos con sus acciones al margen de la ley, pero, sobre todo, dentro de ella, el poder de seguir operando contra sus súbditos. Estamos ante la constatación de que son una red delictiva que está arruinando el país llevándonos a un nuevo orden esclavista y opresivo al que llaman “crisis”, que ha venido para quedarse, y en el que los ciudadanos son desposeídos progresivamente de sus derechos.
La aparición de antiguos mitos de la Transición que se encontraban detrás de los cambios políticos que viraron hacia la modernidad, así como de los medios de comunicación progresistas, amparando este contubernio político-empresarial-judicial entregado a la delincuencia, ayuda a entender cómo hemos llegado hasta aquí y por qué no se frenaron durante los últimos cuarenta años las ansias expansivas de esta derecha intransigente y corrupta heredera de aquel régimen dictatorial.
La oposición que pudo detener este tsunami no quiso hacerlo. Cada vez que retomaban el poder en las diferentes instituciones hablaban de renunciar a la “política del retrovisor” e iniciar una era de consenso y mano tendida: tapaban sus fechorías.
Comoquiera que ya se ha convencido a la masa de votantes de que los partidos políticos operan como los clubs de fútbol, con estrategias que benefician exclusivamente a sus propios intereses, en lugar de actuar como representantes de los ciudadanos que les eligen con sus votos, todo vale. Todo cabe. Todo se justifica y comprende.
Así, se entiende que ningún partido dé un paso si ese movimiento va a perjudicar sus intereses domésticos, si tal acción les va a hacer perder followers, que se diría en estos tiempos. De este modo, no se discute ni debate la necesidad de llevar a cabo una moción de censura al Gobierno, sino sobre la conveniencia coyuntural de apoyarla en función de a quién beneficie. Es decir, los partidos ya no tienen el menor inconveniente en mostrarse como negocios para defender sus puestos de trabajo o su jerarquía. Se delatan ante la opinión pública como agencias de colocación sin el menor escrúpulo.
Estas cosas que se están publicando estos días, estos casos de corrupción sistémica en los que están involucrados los poderes del Estado, esos en los que se basa el sistema democrático, no surgen, necesariamente, cuando a uno le conviene o le viene bien, sino que explotan sin previo aviso pillando desprevenidos también a los ciudadanos, que se preguntan: “¿Por qué ahora?”. Recordemos que son delitos cometidos hace muchos años, que han estado hibernando en la presunción, y durante ese período los responsables han seguido manejando nuestros dineros mientras leíamos en la prensa noticias que convertían a los presuntos, sin dejar de serlo, en reyes del hampa.
Se plantea una moción de censura y, claro está, los que han venido a apuntalar al antiguo régimen desde la nueva política, es decir Ciudadanos, se decantan por la lucha contra la corrupción como filosofía, sin destruir sus nidos, para que esa lucha se haga crónica y les dé una razón de ser, como los que dicen combatir el narcotráfico deteniendo al camello del barrio.
Uno se pregunta: “¿De qué sirve que toda esta corrupción que alcanza a los ministerios y la cúpula de la judicatura salga a la luz?”. Ya que al día siguiente los responsables directos de dichas acciones continúan en sus puestos, en lugar de haber abandonado el país aprovechando la noche, lo mínimo es que el resto de los partidos, del mismo o diferente signo político, es igual, que no tengan que ver con ese entramado mafioso, se unan para reprobar este estado de cosas. Pues no. Tampoco la vida me da esa satisfacción y resulta que es prioritario que esta iniciativa no dé votos a Podemos que es quien la ha sacado adelante. Dicen que no se ha pactado previamente y que no tiene visos de prosperar porque, por lo visto, no cuenta con los apoyos suficientes ya que hay gente en el Parlamento que está dispuesta a que esto siga el curso normal de nuestra democracia, es decir, apuntarse a las enseñanzas de Rajoy en el sentido de permitir que la mierda se acumule ya que la pestilencia hace que a nadie le dé por removerla, y con el tiempo se convertirá en abono que hará florecer nuevos próceres que nos gobernarán desde los principios mamados en esa basura.
El Parlamento debe ser el sitio donde se aborden estas cuestiones y se llame delincuente a aquel que está hundiendo las vidas de los ciudadanos con sus políticas favorecedoras de intereses ajenos, al derivar recursos que debieran utilizarse para construir un bienestar posible, a las cajas de las empresas en las que desembarcan cuando dejan las poltronas. No importa el resultado, es la acción democrática que la ley permite la que exige poner las cosas en su sitio. Si esto no es suficiente, ¿qué hace falta que ocurra para reprobar una acción de Gobierno cuando éste está plagado de colaboradores necesarios con el delito, encubridores y secuestradores de la acción de la justicia?
Dicen desde el PSOE los tres candidatos a Secretario General, en esto coinciden, que esto es una jugada en la sombra para favorecer a Rajoy y hundirles.
La cuestión no es a quién favorece y a quién perjudica. Siendo grave que el PSOE piense que esta acción puede perjudicarles, sus razones tendrán, deberían pensar en los ciudadanos que sufren todos los días, ya digo, son 1.700 programas relatando fechorías, este estado de cosas. Es insoportable. No tienen derecho a permitir con su abstención ni con su acción que continúe este latrocinio gubernamental.
Libérennos aunque sea de forma testimonial de esta plaga, de esta chusma.
Sólo queremos que se suban al estrado y desde allí les digan que estos días terminarán y algún día pagarán por todo el daño que han hecho a los españoles con sus robos y sus leyes para favorecer el saqueo: Que somos conscientes de lo que hacen.
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Nada más. No es mucho pedir después de lo que están haciendo sufrir a la gente honrada.
Ha llegado la hora de retratarse y por lo que veo algunos no lo tienen claro. Era todo boquilla. Prefieren esperar tiempos mejores.
¿Para quién?