Fruta envenenada
Por lo que se ve y se lee; a la luz de las declaraciones y las manifestaciones; tras oír las amenazas de una oposición que promete una legislatura bronca; me temo que, siendo realista, se hace necesario admitir ante todas y todos ustedes, sin andarse por las ramas ni con medias tintas, que tengo motivos para preocuparme y andar con cuidado, porque la cuestión evidente, palmaria, innegable a todas luces, es que me pasa una cosa, al parecer, rarísima, que casi me convierte en un excéntrico, un punto y aparte, un marciano. Y es que cada vez que hay unas elecciones y se forma un nuevo Gobierno, sea del signo que sea, lo primero que deseo, tanto si ganó la opción por la que yo apostaba como si no, es que lo haga bien, a su manera; que el país avance, la gente viva lo mejor posible y las cosas que no funcionan se arreglen. Pero no da la impresión de que sea una actitud muy habitual: la política está tomada por personajes sin estilo, que no saben ni ganar ni perder. Eso que hacen los entrenadores de los equipos de fútbol infantiles cuando acaban los partidos, hacer que las y los jugadores de cada equipo se saluden y deseen suerte, no se ve en nuestras instituciones: al contrario, lo que hemos visto tras la sesión de investidura es a Núñez Feijóo advertir al presidente electo que sus próximos cuatro años le planteará una lucha sin cuartel, le va a montar un infierno. Que lo cortés no quita lo valiente, como diría Groucho Marx, podría entenderlo un niño de cinco años: ¡que traigan a un niño de cinco años! Y cuando aparezca, que lo lleven a dar una teórica a la calle de Génova.
No habían pasado ni cinco minutos desde que se hizo pública la composición del nuevo Consejo de Ministros cuando ya aparecieron algunos miembros del PP descalificándolo en su conjunto, afirmando que ninguno de sus miembros tiene la preparación necesaria para desempeñar su tarea con éxito y que se trata de un gabinete hecho “a medida de la amnistía.” Ésta, lo hemos escrito y dicho en innumerables ocasiones, es una concesión al independentismo perfectamente discutible y que, sin duda, tiene divididos a las y los españoles entre quienes la rechazan y quienes más que aprobarla la consideran un mal menor. Las multitudinarias concentraciones de estos días prueban que el perdón y olvido de los delitos producidos durante el procés tienen muchos detractores e indigna a una parte significativa de las y los ciudadanos que tienen todo el derecho a expresar su disconformidad.
Cada vez que se forma un Gobierno, sea del signo que sea, lo primero que deseo es que lo haga bien, a su manera. Pero no da la impresión de que sea una actitud muy habitual: la política está tomada por personajes sin estilo, que no saben ni ganar ni perder
Otra cosa son los grupos ultras que recurren a la violencia física y verbal, comandados por algunos diputados a los que sorprende que no se les haya abierto ya un proceso judicial por sus provocaciones e insultos a las fuerzas del orden, y las amenazas intolerables de algunos cargos del Partido Popular, una de ellas afirmando que Pedro Sánchez “merece un tiro en la nuca”; otro haciendo un montaje con la cara del presidente superpuesta a la de Kennedy sentado en el coche descubierto en el que estaba a punto de morir y deseándole “la misma buena puntería” a los tiradores de un eventual atentado. ¿Esos son quienes hablan de terrorismo y encapuchados? Y, en general, ¿ser constitucionalistas era ir a la calle de Ferraz a cantar el Cara al Sol y lanzar vivas a Franco? Feijóo no ha condenado ninguna de esas cosas, lo mismo que Ayuso, que iba a alzar la voz ante cada "caso de corrupción”, no ha dicho ni pío de la condena a sus compañero de partido Alfonso Rus, de Valencia, al que le han caído cinco años de cárcel por robar el dinero de todas y todos.
Igual es que ya está servida con eso de "me gusta la fruta", el chascarrillo grosero con el que, al parecer, pretende tapar dos cosas: el haber insultado al presidente del Gobierno en el Congreso y el hecho de que lo hizo por decir la verdad: que al anterior secretario general y candidato a La Moncloa de su partido, Pablo Casado, lo echaron por denunciar el trato de favor de Ayuso a su hermano, con el asunto de las mascarillas. Ella, por supuesto, se puede indignar todo lo que quiera, pero la prensa está llena de denuncias relacionadas con su familia, de los 400.000 euros que prestó Avalmadrid a su padre y que nunca fueron devueltos, al contrato a dedo de un millón y medio que la Comunidad adjudicó a un empresario amigo suyo e íntimo de su hermano, y pasando por la adjudicación de otros 925.000 euros por parte de la Consejería de Sanidad y por procedimiento de emergencia a una empresa cuyo administrador único, sorpresa, sorpresa, es socio de la madre de la presidenta.
Ojalá el nuevo Gobierno lo haga bien y todos nos beneficiemos de sus aciertos. Ojalá en Cataluña lo haga mejor que el PP de Rajoy, a quien le montaron un referéndum ilegal, le declararon la independencia y se le escapó Puigdemont en un maletero a Bélgica. Ojalá se atenúe o desaparezca la crispación que llena de cristales rotos nuestra convivencia y a nadie se le ocurra hacer ruido de sables, aunque sean de hojalata. Para eso, discursos incendiarios y zafios como el de Ayuso deberían evitarse. De ahí a un Milei como el que va a hundir Argentina, hay un paso. No se traguen esa fruta: está envenenada.
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