Las santas, madres y reinas de la Navidad Cristina García Casado
Topar era que se embistieran dos animales con cuernos, ahora es que la democracia le corte las alas a los buitres
Las malas noticias ya las saben: Ucrania, la crisis que se avecina, la amenaza de cortes o racionamientos del gas para el invierno…; la buena es que los tiempos están cambiando, como siempre, pero ahora ya de otra manera, no en lo técnico o científico, sino en lo moral. Es una gran diferencia, porque frente a la idea de que avanzar era tener máquinas de ciencia-ficción y adelantos que convertían lo impensable en imprescindible, ahora por fin entendemos que si eso conlleva tener menos derechos o crear un mundo cada día más desigual, no merece la pena, como demuestra el hecho de que, en pleno siglo XXI, la gente se siga muriendo de desnutrición o enfrentándose en guerras que son la de siempre y por lo de siempre, sólo que con otras armas. El camino más largo no es el que va de la Tierra a Marte o a la Luna, es el que separa a los que cada vez tienen más de quienes cada vez tienen menos: las famosas brechas, salariales, de género, liderazgo y demás, de las que hablábamos como si no estuvieran agrietando las democracias. A ese manual de la hipocresía lo llamaron neoliberalismo y ha sido un ataque furibundo contra la lucha por la igualdad, porque en ese sistema, gracias a su opresión de guante blanco, el dinero mueve los hilos y lo controla todo a distancia, desde la información a la política y, naturalmente, la economía, y lo silencia todo, desde la marginación hasta el abuso de poder, desde la mentira hasta la ilegalidad.
Frente a la idea de que avanzar era tener máquinas de ciencia-ficción y adelantos que convertían lo impensable en imprescindible, ahora por fin entendemos que si eso conlleva tener menos derechos o crear un mundo cada día más desigual, no merece la pena
Pero las máscaras o antifaces van cayendo, las mujeres y, sobre todo, hombres de paja que los dueños del tinglado pusieron a dar la cara y hacerse unas fotos en Londres o en Washington eran tan necios que se han acercado una cerilla y han creado un gran incendio allí por donde pasaban. Eso sí, que fuesen unos necios no significa que no fueran peligrosos y no mandaran asaltar el Capitolio o celebrasen en pleno confinamiento fiestas alcohólicas en Downing Street. Se puede ser un cargo público y un peligro público a la vez.
Cuando las brechas se ensanchan, se convierten en abismos y las personas caen por ellos. La desigualdad no es una palabra, es un drama, con víctimas reales, con un sufrimiento de carne y hueso. Y da la impresión de que los gobiernos del mundo han empezado a tomar nota, seguramente porque a ellos también se les había ido de las manos la oligarquía financiera que domina y exprime el planeta, que acumula ganancias estratosféricas y que está comandada por directivos sin escrúpulos que viven como reyes y reinas a base de transformar al resto en sus esclavos. Pero su arrogancia empieza a pasarles factura, el desprecio con que también ningunean y miran por encima del hombro a presidentes y ministros, sus amenazas de parar un país o mandarlo a la bancarrota si no les dejan saquearlo a gusto… tal vez les ha llevado a cruzar una línea que les haya hecho pasarse de la raya. Ya hablamos de impuestos especiales a la banca que amontona millones a la vez que sus clientes se ven con el agua al cuello y ya está en boca de todo el mundo un verbo que no usaba nadie, al que se le ha dado un nuevo significado, porque estaba en el diccionario para definir la embestida entre dos animales astados o de uno de ellos contra algún obstáculo, y que ahora se utiliza para explicar que van a cortarle las alas a los buitres energéticos: topar. Hay que pararles los pies a quienes han transformado productos básicos en lujos y van puerta a puerta y apellido a apellido sangrando a las y los ciudadanos, que no pueden con la factura de la luz o de la calefacción mientras ellos ganan decenas de miles de euros al día, cientos de miles y, algunos, de millones al año. Ojalá sea nada más que el principio. La vicepresidenta Yolanda Díaz ya va un poco más lejos, hacia lo más cercano: “Quiero un acuerdo con las distribuidoras para topar los precios de alimentos básicos como el pan, la leche o los huevos.” La marcha ha empezado y esperemos que esta vez sí que sea de verdad hacia delante, es decir, de forma colectiva, porque una sociedad que deja atrás a tantos, retrocede.
Las próximas elecciones, que son varias y que, de un modo u otro, ya empiezan a asomar en el horizonte, dejarán claro si las y los votantes han distinguido, en estos tiempos de ríos revueltos, entre quienes tratan de echarles un salvavidas y quienes les han metido piedras en los bolsillos. La cosa es clara: o flotamos todos o esto se hunde. Pero ya se sabe que no hay mayor ciego que el que no quiere ver.
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